Code Fénix Alpha Unit

CAPÍTULO 1: Despertar

CAPÍTULO 1: Despertar

Hospital militar Red Cross 93-B, Kabul – año 2010.

John Mercer. 31 años. Agente encubierto de BloodVine Security & Research.
Actual estado: vivo por accidente. Apenas.

El techo del hospital vibra por helicópteros. Huele a sangre seca, yodo y metal.

John está vendado hasta el cuello. Brazo derecho en una férula externa. Casi no puede girar la cabeza. El monitor cardiaco pita lento, casi ofendido de que siga vivo.

Entra el médico. No es diplomático. No sonríe.

—Mercer… ¿me escuchas?

—…Si me preguntas si sigo siendo sexy, la respuesta es —gruñe John con voz rota—. Aunque me siento como si me hubiese follado un tanque soviético.

El médico no reacciona.

—Te lo voy a decir sin anestesia —le anuncia—. Tienes fracturas múltiples en toda la caja torácica. El húmero derecho está prácticamente pulverizado. Perdimos masa muscular en la pierna izquierda. Tu tráquea está reconstruida. Y una esquirla quedó a menos de tres centímetros de tu arteria carótida. Si te ríes fuerte, puedes morir.

—De puta madre —John parpadea—. Dígame algo positivo, doctor. Algo. Lo que sea.

—Sigues teniendo rostro simétrico.

John se queda mirando el techo.

—Genial. Perfecto. Me puedes enterrar con mi mandíbula recta.

El médico se toma un segundo. Entonces suelta lo jodido:

—BloodVine recibió el informe oficial. Afganistán canceló el contrato.

Silencio.

—…¿Cómo? —susurra John.

—Fue un fracaso operativo absoluto —continúa el doctor—. Hubo civiles muertos. Objetivo perdido. Agencia internacional investigando. Y… la CEO está furiosa.

John aprieta los dientes. Siente CRAC por dentro.

—A esa bruja le encanta culpar a los demás cuando no controla algo —masculla—. ¿Mandarme con un puto mapa mal dibujado era parte del plan? ¿O es que simplemente quería verme convertido en carne molida?

El médico no contesta. Solo anota en su tableta.

—Vendrá alguien de BloodVine pronto para evaluar si sigues siendo “activos recuperables”.

John ríe. El monitor cardíaco empieza a pitar más rápido.

—“Activos recuperables”. Estoy hecho mierda y encima me vienen con lenguaje corporativo. Fantástico. Dígales que vengan. Que les voy a recibir con una sonrisa… y si puedo mover un dedo, con un dedo bien levantado.

El médico lo mira por última vez.

—Solo… no te mueras antes de que lleguen.

Se va.

John queda mirando al techo, con una media sonrisa asesina asomando entre vendajes y morfina.

—BloodVine… si queréis jodidamente guerra… la vais a tener.

John se acomoda en la cama con esfuerzo, apoyando la espalda contra la almohada como quien intenta encajar piezas rotas. Un golpe punzante le atraviesa la columna; la respiración se le quiebra. Cierra los ojos con fuerza.

¿Por qué mierda sigo haciendo esto? —se pregunta en silencio, sin esperar respuesta—. ¿Por el sueldo? ¿Por la sangre en las manos que no consigo limpiar? ¿Por esa puta sed de demostrar que todavía valgo? Me despierto en una cama extranjera cada dos meses con menos futuro que una moneda rota. Y aun así vuelvo. ¿Qué soy? ¿Un héroe? ¿Un gilipollas con licencia?

La cabeza le da vueltas. Los recuerdos se amontonan: la luz cenital del hangar, la orden a media voz, el mapa que no cuadraba y luego la nada: fuego, gritos, el mundo volviéndose polvo. Siente la rabia burbujear bajo la piel; la vergüenza, como un nudo en la garganta. No sabe si odia a BloodVine, a sí mismo o a la guerra que los usa a ambos.

La puerta se abre con más energía de la necesaria. Entra alguien con la bata del hospital echada al hombro como si fuera un chaleco antibalas. Tiene el rostro cubierto de raspaduras, una ceja inflamada y una sonrisa que no cree en nada bueno. John parpadea, incrédulo.

—¿Silas? —sale de sus labios antes de que se de cuenta.

El hombre se detiene en el umbral y se ríe, un sonido seco y sin humor.

—¿Pensabas que te iba a dejar morir, Mercer? —dice Silas Crowe, y su voz aparece como una mala noticia que no se puede ignorar—. Te vi caer; te di por muerto en tres idiomas distintos.

John frunce el ceño, la incredulidad se mezcla con alivio y enfado.

—Yo también te vi desintegrarte entre dos explosiones —responde John—. ¿Qué cojones hacés aquí riéndote como un cirujano con mal café?

Silas se acerca, apoyándose en el cabecero con la facilidad de quien no espera ser frágil nunca.

—Sobreviví por decisión propia —dice en tono conspirador—. Me enterraron en una fosa de mierda, pero los afganos confunden muy mal los cadáveres cuando hay cash de por medio. Cuando los que nos mandaron a la mierda se fueron a festejar, yo me moví. Me arrastré hasta fuera, me robé una ambulancia y me vine. No soy heroico, solo soy demasiado terco para quedarme bajo tierra.

John lo mira con una mezcla de admiración y desprecio.

—Te das cuenta de que suena a gilipollez épica, ¿no? —murmura—. ¿Por qué no te quedaste muerto y nos ahorrabas el zip de la humillación?

Silas encoge los hombros.

—Porque me importaba un huevo que la misión fallara, pero no que me enterraran sin cobrar por ello. Además, tengo una promesa con un par de nombres que no se pronuncian. Y tú eres uno de ellos —su sonrisa se curva—. Te tocaba a ti morir antes que a mí. Te jodiste y me aguanté.

John abre la boca para insultarle y lo único que sale es una risa ronca, más dolor que humor.

—Promesas… —repone—. Qué bonito suena eso cuando te las dicen en un bar y no en un charco de barro a las tres de la mañana.

Silas se toma un momento para observar la sala: la lámpara fluorescente, los monitores que parecen jurar por su pulso, la bata de John manchada de sangre que no es la suya.

—Escuché que la CEO está cabreada —dice Silas, cambiando de tema con la brutalidad de quien busca herir y entretener a partes iguales—. Cancela contratos, culpa a los operativos, todo el ritual. Dicen que te van a "evaluar". Te van a ver como un activo que quizás todavía sirva para algo.




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