Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 1 - El Bosque de los Elfos

Capítulo 1 - El Bosque de los Elfos

El crepitar de las hojas bajo sus botas era lo único que rompía el silencio.
La noche había caído sin ceremonias, como si el sol hubiese huido del cielo ante la sola presencia de aquel bosque. Árboles retorcidos, cuyas copas se enredaban como manos huesudas, formaban un techo natural que ahogaba la luz de la luna. Ese lugar era conocido como el Bosque de los Elfos, aunque nadie que aún tuviera juicio se atrevería a cruzarlo.

Pero él sí lo hacía.

Su capa negra arrastraba barro, hojas y restos de sangre vieja. Sus ojos, ocultos bajo la sombra de su capucha, escudriñaban el camino sin mostrar emoción alguna. Se había hecho leyenda en un año y medio. Los bandidos no lo atacaban. Los mercenarios lo evitaban. Algunos decían que el Guerrero Oscuro ya no era del todo humano.

Iba en busca de un pueblo. Uno que, según los rumores, había sido aterrorizado por un lycan salvaje. Solo eso le interesaba. Encontrar al monstruo. Interrogarlo. O matarlo, si era necesario.

Entonces, algo rompió la quietud.

—¡No, no, no! ¡Así no va la historia! —gritó una voz aguda entre los árboles—. ¡Cuando vuelva y cuente lo que me ha pasado, van a flipar! ¡Van a tener que arrodillarse y besar mis alitas! ¡Sí, eso harán! ¡Y si no, les haré tragar hongos del bosque!

Un destello azulado cruzó el aire. Una criatura pequeña, flotando, con orejas largas y una cola de luz brillante que parecía una estrella temblorosa. Un elfo. Técnicamente, un hada masculina. Pero este en particular vestía con ropajes hechos de pétalos y piel de lagarto, y hablaba como un vendedor ambulante cansado de ser ignorado.

En su vuelo exaltado, chocó de lleno contra el pecho de Fénix.

—¡Agh! ¿Pero tú de qué estás hecho? ¿De roca, o qué? —gimió el elfo mientras se sobaba la frente.

Fénix no respondió. Lo miró apenas, con esos ojos grises, apagados, vacíos.
Luego, siguió caminando sin decir palabra, dejando al pequeño ser flotando en el aire con expresión de incredulidad.

—¿Eh? ¡Oye! ¡Que te estoy hablando, grandullón! ¿Ni un "perdón"? ¿"¿Estás bien?"? ¿"Qué haces flotando por ahí gritando como una cabra"? Nada, ¿no? Qué simpático...

Fénix llegó hasta un claro en el bosque, donde los árboles se abrían lo suficiente como para dejar espacio al fuego. Se agachó, reunió algunas ramas secas y, con un pedernal que sacó de su cinturón, encendió una hoguera que parpadeó débilmente contra el viento húmedo.

Del interior de su capa extrajo un trozo de carne envuelto en tela. Un corte grueso y oscuro, posiblemente de jabalí o algo peor. Lo ensartó en una rama y lo sostuvo sobre el fuego con la paciencia de un cazador curtido.

El elfo apareció de nuevo, levitando a su lado.

—Ah, ya entiendo. Eres el tipo silencioso, ¿no? El misterioso. El "oh, no hablo porque tengo un pasado oscuro y trágico y bla bla bla". Bah, aburrido. ¡Yo tengo historias! ¡Buenas! ¿Quieres escuchar una?

Fénix giró levemente los ojos hacia él, pero no dijo nada.
El trozo de carne comenzó a chisporrotear.

—¿No? ¿Nada? Vale, vale, yo también puedo ser frío y distante. Mira: —el elfo se cruzó de brazos, infló las mejillas y flotó en el aire con una mueca ofendida—. Ahí tienes. ¡Mírame! Soy tú. ¡Ugh! ¡El mundo me hizo así! ¡Mataré a todos! ¡Mi alma está podrida! ¡Me alimento del dolor!

Silencio. Solo el sonido del fuego y la carne asándose.

El elfo miró a Fénix de reojo, esperando alguna reacción.

Nada.

—...Ugh. Vale, me rindo —murmuró mientras descendía y se sentaba sobre una roca diminuta, hecha casi a su medida.

Pasaron unos minutos. Solo el viento entre los árboles, las brasas y el olor del humo. El rostro de Fénix no se relajó en ningún momento. Seguía observando la carne como si estuviera interrogándola con la mirada.

El elfo, aún molesto, murmuró:

—Algún día hablarás. Y ese día me darás las gracias por salvarte de tu soledad dramática, te lo juro por mis alitas.

Fénix, por primera vez, desvió la mirada hacia él.

Por un instante, solo uno, su expresión pareció cambiar. Un destello leve en los ojos.
No era alegría. Ni burla. Era solo... reconocimiento. Como si, pese a todo, no le desagradase tanto tener compañía.

Pero no dijo una sola palabra.

Y el fuego siguió ardiendo.

Fénix retiró el trozo de carne del fuego y lo dejó reposar sobre una piedra plana. El aroma intenso a grasa quemada y madera húmeda impregnó el claro, ahuyentando a los pequeños insectos que revoloteaban entre los arbustos.

Con un gesto lento, se descolgó la espada de la espalda.

Tenía una hoja recta de un metro y medio, forjada en un metal oscuro que no reflejaba la luz del fuego, sino que parecía absorberla. No tenía adornos, ni runas visibles, ni filo reluciente. Pero algo en ella transmitía una presencia... antinatural. La apoyó a su lado con cuidado, hundiendo ligeramente la punta en la tierra blanda.

El elfo, que hasta ese momento se entretenía arrancando pétalos a una flor seca, giró la cabeza y la vio.

—¡Ohh! ¡Por las alas del ancestro! ¿Has visto eso? ¡Qué pedazo de espadón! ¡Eso no es una espada, eso es una declaración de guerra! —flotó con rapidez hacia ella, girando a su alrededor con fascinación—. ¿Qué tienes aquí, grandote? ¿Acero élfico? ¿Hierro negro? ¿Mmm? ¿Piedra lunar fundida con lágrimas de virgen?

Extendió la mano, dispuesto a tocar la hoja.

—No lo hagas —advirtió Fénix, con una voz grave, firme y gélida.

El elfo se detuvo en seco en el aire. Lo miró, curioso.

—¿Qué pasa? ¿Tiene pinchos invisibles o me va a contar tu trágica historia si la agarro?

Fénix giró lentamente el rostro hacia él. Sus ojos reflejaban el fuego, pero había algo más profundo detrás: una advertencia silenciosa, antigua. Cuando habló, su voz era como el rugido apagado de un volcán que aún no ha explotado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.