Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 5 - El guerrero roto

Capítulo 5 - El guerrero roto

El sol del mediodía bañaba el monasterio con una luz blanca y fría. Las campanas habían dejado de sonar hacía rato, y solo el murmullo del viento entre los pinos acompañaba el silencio del claustro. Fénix y Lilith estaban sentados bajo una vieja banca de piedra, a la sombra de un olivo que había sobrevivido siglos de batallas y rezos.

Ella, con su porte regio y la mirada perdida en el horizonte, movía entre sus dedos un anillo dorado con el emblema de Vandrel. Fénix, en cambio, permanecía en silencio, con los antebrazos apoyados en las rodillas, su espada apoyada a un lado y la mirada fija en el suelo.

—El mundo cambió mucho desde que te fuiste —dijo Lilith, rompiendo el silencio—. Las alianzas se desmoronaron, los reinos se consumen por dentro y las bestias surgen en lugares donde antes solo había paz. Vandrel, a duras penas, sigue en pie. —Sus labios se curvaron en una sonrisa amarga—. Pero aún resiste.

Fénix asintió despacio.
—Siempre supiste mantenerte en pie, incluso cuando todos caían.

—Lo mismo puedo decir de ti —respondió ella, mirándolo de reojo—. Aunque a veces no sé si eso es virtud o condena.

Él no dijo nada. El sonido del viento pareció llenar el vacío entre ambos.

Lilith giró el rostro hacia él y lo observó con detenimiento. Había cambiado: su rostro estaba más endurecido, las cicatrices más marcadas, pero sus ojos… seguían siendo los mismos. Los del hombre que una vez había luchado por proteger, no por destruir.

—Fénix —dijo finalmente, con una voz más suave—. Has vagado un año y medio cazando monstruos, destruyendo aldeas malditas, cruzando tierras que ni los vivos se atreven a pisar. Y dime… ¿qué has encontrado?

Él levantó la mirada lentamente, sin expresión.
—Nada.

Lilith suspiró.
—Lo imaginaba. —Hizo una pausa y bajó el tono, casi un susurro—. Entonces, ¿por qué seguir? ¿Por qué seguir caminando hacia la oscuridad cuando podrías tener algo real aquí?

Fénix frunció ligeramente el ceño.
—¿A qué te refieres?

Ella lo miró directamente, sin miedo.
—A ti. A mí. A Vandrel. —Su voz tembló apenas—. Podrías quedarte. Podrías dejar esa cruzada vacía y ayudarme a gobernar. No más sangre, no más odio. Solo… paz.

Fénix bajó la mirada, dejando que un silencio pesado se interpusiera entre los dos.
—Sabes que no puedo —dijo finalmente, con tono grave.

Lilith entrelazó las manos, intentando contener la frustración.
—¿Por qué? ¿Por esa mujer? ¿Por una sombra del pasado?

Él no respondió. Solo se incorporó lentamente, mirando el horizonte, donde la bruma del bosque comenzaba a moverse con el viento.

—Porque todavía no lo he encontrado —dijo al fin, sin volverse—. Y hasta que eso ocurra, no tengo derecho a descansar.

Lilith apretó el anillo entre los dedos, su voz se volvió más fría.
—Entonces sigues eligiendo la nada antes que el mundo que podrías tener.

Fénix la miró por encima del hombro.
—Una vez que Tom repare mi armadura, seguiré mi camino.

—¿Y después qué? —preguntó ella, casi en un susurro.

—Después —dijo, caminando despacio hacia la luz—, continuaré mi cruzada. Hasta encontrar lo que perdí.

Lilith lo observó marcharse, con el viento agitando su capa oscura. Por un instante, quiso llamarlo, detenerlo, decirle que no valía la pena. Pero se contuvo. Sabía que aquel hombre ya no pertenecía a nadie, ni siquiera a sí mismo.

El sonido de las botas de Fénix se perdió entre los ecos del monasterio. Y Lilith, sola bajo la banca, dejó caer una lágrima muda antes de volver a mirar el horizonte.

Horas después, el monasterio descansaba bajo la luz plateada de la luna llena. Las antorchas del pasillo titilaban con un resplandor tenue, y el viento hacía crujir los ventanales antiguos.

En una de las habitaciones del ala norte, Fénix permanecía apoyado contra la ventana, con los brazos cruzados y la mirada perdida en la inmensidad nocturna. La luna iluminaba el filo de su rostro, proyectando sombras que parecían talladas a fuego.

El silencio era casi absoluto, pero en su mente resonaban los ecos del pasado: los gritos, las llamas, el dolor de la pérdida. Cerró los ojos un instante, conteniendo la rabia que hervía bajo su pecho.

—Todo lo que me quitaron… —murmuró, con la voz baja y cargada de resentimiento—. Y ese desgraciado sigue ahí afuera… en algún lugar. Entre los vivos o entre los muertos… pero sigue respirando.

Una figura diminuta se movió en la penumbra. Nym, que había estado descansando en una viga cercana, giró la cabeza con curiosidad y voló hasta posarse sobre el alféizar junto a él.

—Te he escuchado —dijo con un tono travieso, aunque su voz tenía un matiz de ternura—. Siempre hablas solo cuando piensas en él.

Fénix la miró de reojo, apenas sin mover la cabeza.
—Supongo que no soy bueno guardándome las cosas.

—No lo eres. —Nym ladeó la cabeza—. Pero dime… ¿qué hay entre tú y la reina Lilith? La forma en que te miraba esta mañana… parecía que te iba a devorar con los ojos.

Fénix soltó una breve risa nasal, sin alegría.
—Lilith y yo… es complicado. Antes de todo esto, antes de la cruzada, ella y yo compartíamos más que batallas. Cuando Marius comenzó su ascenso, ella fue una de las pocas que creyó en mí. Pero ahora… —su mirada volvió a perderse en el horizonte nocturno—. Ahora somos dos personas diferentes. Ella gobierna Vandrel, y yo camino entre cenizas y fantasmas.

Nym alzó una ceja diminuta.
—Entonces, ¿no piensas aceptar su oferta?

—No. —Fénix apretó los puños—. Mi camino sigue adelante. Hasta encontrarlo. Hasta que pague por todo.

El silencio volvió a reinar, roto solo por el ulular del viento entre las torres. Nym observó su expresión y bajó la vista, comprendiendo que no había palabras que pudieran calmar ese fuego que lo consumía desde dentro.

La luna seguía suspendida en lo alto, testigo muda de una promesa que todavía ardía en el corazón del Guerrero Oscuro.




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