Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 10 - El alma perdida

Capítulo 10 - El alma perdida

En algún punto del vasto continente, más allá de montañas y fronteras manchadas por la guerra, se alzaba un palacio de mármol blanco, inmenso y silencioso. Sus muros estaban decorados con tapices dorados, sus suelos reflejaban la luz de las lámparas de cristal, y el perfume de las flores del invernadero se mezclaba con el aroma del incienso. Todo allí hablaba de poder y riqueza… pero también de prisión.

En una de las habitaciones más lujosas, sentada junto a una cuna tallada en madera oscura, estaba Enid. Llevaba un vestido de seda color marfil, adornado con bordes dorados, aunque el brillo del tejido no lograba ocultar la tristeza en su mirada. El fuego de la chimenea iluminaba su rostro, haciendo brillar las lágrimas que aún no habían caído.

En la cuna dormía un bebé de apenas seis meses, de cabello oscuro y piel pálida, con una serenidad que contrastaba con la tormenta que su madre llevaba dentro. Enid extendió la mano, acariciando suavemente su pequeña cabeza.

—No tienes la culpa, pequeño —susurró, con voz temblorosa—. No pediste venir a este mundo… y menos a este.

El niño movió ligeramente los dedos, como si entendiera la tristeza en su voz. Enid forzó una sonrisa, pero pronto se quebró.

—Desde aquel día… —continuó, bajando la mirada—, en el Crisol del Caos… todo cambió. —Su voz se volvió un susurro de luto—. Perdí a quien amaba. Perdí a Fénix.

El viento se coló por los ventanales altos, moviendo las cortinas con un suave suspiro. Enid apartó un mechón de su cabello rubio que caía sobre su rostro, y miró el reflejo de la luna en los cristales.

—Dicen que está muerto… pero yo lo siento. —Su voz se quebró—. Sé que en algún lugar sigue respirando, sigue luchando… como siempre.

Apretó al bebé contra su pecho, como si en él encontrara la única razón para seguir soportando aquel encierro dorado.

—Desde ese día —murmuró—, estoy aquí, entre muros que relucen, pero que no me dejan salir. Dicen que cuando Marius regrese… el rey necesitará una reina. —Sus ojos se endurecieron, pero el dolor seguía allí—. Y yo… yo seré esa reina, aunque mi corazón pertenezca a otro.

El niño abrió los ojos por un momento, tan claros que parecían ver a través de ella. Enid lo miró, y no pudo evitar que una lágrima callada rodara por su mejilla.

Las lágrimas, hasta entonces reprimidas, comenzaron a deslizarse lentamente por su rostro.

—Tu padre… —murmuró con amargura—. Ese monstruo… te engendró a través del dolor. No por amor, no por destino… sino por venganza.

Apretó al niño contra su pecho, temblando. Durante unos segundos, el silencio se hizo insoportable. Entonces, con voz temblorosa, intentó sonreír.

—Pero incluso aquí… hay esperanza. ¿Sabes? —susurró—. En todo el continente se ha extendido una historia… la leyenda del Guerrero Oscuro. Un hombre que viaja de aldea en aldea, destruyendo a toda criatura maldita que se cruza en su camino. Algunos dicen que no tiene rostro, otros que su espada brilla con la sangre del infierno.

Su mirada se elevó hacia el ventanal, donde la luz del amanecer se filtraba débilmente entre los vitrales.

—Dicen que camina solo. Que ni los demonios se atreven a pronunciar su nombre. —Su voz tembló al pronunciar las siguientes palabras—. Y en mi corazón… quiero creer que ese hombre… es él. Que Fénix sigue ahí fuera.

El bebé se removió suavemente entre sus brazos, emitiendo un pequeño gemido. Enid lo miró, con el alma desgarrada.

—Perdóname, mi amor… —dijo, besándole la frente—. Perdóname por no poder protegerte… ni a ti… ni a él.

Finalmente, sus fuerzas se quebraron. Las lágrimas comenzaron a caer sin contención, manchando el manto y la piel del pequeño. Enid cayó de rodillas junto a la cuna, abrazando al niño mientras su llanto se ahogaba entre sollozos.

—Fénix… —susurró con la voz rota, mirando hacia el cielo—. Si realmente sigues vivo… acaba con este mundo… o sálvanos a todos…

El llanto resonó entre las paredes de mármol como un lamento perdido. Afuera, el viento se llevó su súplica, arrastrándola hacia el horizonte, donde la leyenda del Guerrero Oscuro seguía expandiéndose como una sombra entre los vivos y los muertos.




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