Capítulo 13 - Promesas
El anciano abrió la puerta de su cabaña con un chirrido largo y oxidado. Una ráfaga de aire húmedo se coló dentro, apagando momentáneamente una de las velas del pasillo. Al entrar, Fénix se quitó la capucha y sacudió el exceso de agua de su capa. Nym asomó la cabeza del bolsillo, observando con curiosidad el interior cálido y tenue del lugar.
Dos figuras se levantaron de inmediato de sus asientos junto a la chimenea. Eran los otros hechiceros del grupo: una mujer de mediana edad con el cabello gris trenzado y un joven delgado con un manto azul oscuro. Al ver al anciano, ambos sonrieron con alivio.
—¡Maestro! —exclamó la mujer, corriendo a abrazarlo—. Pensábamos que no volvería.
—Nos tenías preocupados —añadió el joven—. El bosque está lleno de vampiros últimamente.
El anciano soltó una breve risa ronca.
—Tranquilos, muchachos, aún me queda algo de vida en estos huesos.
Luego, el joven señaló hacia Fénix con cierta desconfianza.
—¿Y él quién es?
Fénix no respondió. Simplemente se acercó al fuego, tomó asiento sobre una silla vieja y extendió las manos hacia la chimenea, dejando que el calor le devolviera algo de sensibilidad a los dedos. La madera crepitaba y el ambiente olía a hierbas y metal.
El anciano se sentó lentamente frente a él.
—Es un viajero —dijo—. Me salvó la vida hace un rato.
Hubo un breve silencio. El fuego lanzaba destellos naranjas sobre los rostros de todos.
—Decidme… —continuó el anciano con voz baja—, ¿sabéis algo de Elira?
Los otros dos hechiceros intercambiaron miradas tristes y negaron con la cabeza.
—No, maestro —dijo la mujer con pesar—. Nadie ha vuelto de las catacumbas desde que ella entró.
—¿Quién es Elira? —preguntó Nym desde el bolsillo, rompiendo el silencio.
El viejo suspiró y bajó la mirada.
—Mi nieta —explicó con tono dolido—. Era una joven brillante, valiente, pero demasiado curiosa para su propio bien. Hace semanas decidió ir a las catacumbas de Valaquia. Buscaba a Caín el Salvador.
—¿Caín? —repitió Fénix, alzando la vista.
El anciano asintió lentamente.
—Un antiguo vampiro —comenzó—. Según las leyendas, fue el primero en rebelarse contra Drácula hace más de doscientos años. Pero perdió. El propio Drácula lo selló en las profundidades de las catacumbas, entre templos olvidados y monstruos que el mismo infierno teme. Algunos dicen que Caín sigue vivo, dormido, esperando el día en que despierte para destruir a su creador.
El fuego parpadeó, proyectando sombras largas sobre las paredes.
Fénix se recostó en la silla, con la mirada fija en el fuego.
—Si recupero los restos de tu nieta —dijo con frialdad—, ¿podrías reforzar mi espada con algún hechizo?
Los tres hechiceros lo miraron horrorizados. El anciano tardó unos segundos en responder.
—Puedo… intentarlo —murmuró, con la voz cargada de duda y tristeza.
—¡Fénix! —protestó Nym, sobresaliendo indignada—. ¿Cómo puedes hablar así? ¡Acaba de perder a su nieta!
Fénix la miró de reojo, sin mostrar emoción.
—Los débiles mueren, Nym. Así es como funciona este mundo.
Nym bajó las orejas, disgustada.
El joven hechicero se levantó, molesto.
—¿Cómo puedes decir algo así delante de él?
Fénix clavó su mirada en el muchacho, fría como el acero.
—¿Quieres saber qué les pasa a los débiles? —dijo en tono bajo, casi susurrando—. Los débiles mueren… y los fuertes los entierran.
El joven hechicero apretó los puños, aún furioso por las palabras de Fénix, mientras el ambiente dentro de la casa se volvía tenso y espeso. La mujer trató de intervenir, pero el anciano levantó una mano con calma, su voz ronca pero firme.
—Basta ya… —dijo—. No hay motivo para pelear aquí.
El silencio volvió, aunque esta vez cargado de miradas hostiles y respiraciones contenidas. Fénix seguía sentado frente al fuego, con la mirada fija en las brasas, indiferente al malestar que había causado.
El joven hechicero, con un gesto de frustración, se giró hacia el anciano.
—¿Y cómo sabes que este sujeto puede salir con vida de las catacumbas, maestro? —preguntó con tono cortante—. ¡Nadie ha regresado de allí en siglos!
El anciano lo miró por un momento, como midiendo el peso de sus palabras antes de responder.
—Porque lo vi con mis propios ojos —dijo finalmente—. Este hombre abatió a una de las novias del conde… con dos movimientos.
Los otros dos hechiceros quedaron helados. La mujer se llevó una mano a la boca y el joven abrió los ojos con horror.
—¿Qué has dicho? —susurró él, incrédulo—. ¿Una de las novias del conde?
El anciano asintió con gravedad.
—Sí. La atacó en plena calle… y la partió en dos.
El joven dio un paso atrás, alterado.
—¡Estás loco! —gritó—. ¡No sabes lo que has hecho! Esas criaturas solo bajan al pueblo una o dos veces al mes para alimentarse, ¡pero ahora bajarán por venganza! ¡Y vendrán por todos nosotros!
Fénix levantó la vista lentamente. Una sonrisa apenas perceptible cruzó su rostro mientras se incorporaba.
—He pasado por cosas peores —dijo con un tono tan seguro que rozaba la arrogancia—. Si vienen, que vengan.
El joven hechicero lo miró con rabia.
—¿Te crees invencible, forastero?
—No —respondió Fénix, clavando sus ojos en los del muchacho—. Pero los monstruos creen que sí lo soy.
La tensión se hizo insoportable. Nym movio las orejas con nerviosismo.
—Ya basta… —intentó decir el anciano, con voz cansada—. No derramemos más palabras vacías.
Fénix se colocó la capa sobre los hombros y ajustó su espada en la espalda.
—En unas horas volveré con tu nieta… o con lo que quede de ella —dijo mirando al anciano.
El anciano asintió con un brillo de tristeza en los ojos.
—Y tú, Nym —continuó Fénix, saliendo hacia la puerta—, es hora de irnos.
Nym suspiró, mirando a los tres hechiceros por última vez.
—Nos vemos —murmuró, antes de saltar al hombro de Fénix.
#1133 en Fantasía
#663 en Personajes sobrenaturales
fantasia oscura magia vampiros, fantasía épica romántica, fantasía osura
Editado: 29.10.2025