Capítulo 14 - La perdida
El aire en la entrada de las catacumbas era denso, casi irrespirable. Un hedor a humedad, podredumbre y sangre vieja se mezclaba con el aire helado que emanaba desde las profundidades. Fénix se detuvo un momento frente al oscuro agujero en la roca, cubierto de musgo y raíces que colgaban como venas muertas.
Nym, posado sobre su hombro, arrugó el hocico.
—Uf… huele como si algo hubiera muerto aquí. Bueno… muchas cosas —comentó con su tono característico, entre asco y humor.
—No digas obviedades —respondió Fénix, ajustándose la capucha mientras observaba la estrecha grieta que hacía de entrada—. Si algo murió aquí, o sigue aquí… lo averiguaremos pronto.
El guerrero se inclinó, intentando entrar. Las paredes eran tan estrechas que su enorme espada apenas pasaba entre los bordes de piedra húmeda. El metal raspaba con un sonido chirriante que resonaba en la oscuridad.
—Si engordas un poco más, no sales de aquí vivo —bromeó Nym mientras encendía su cuerpo con un tenue resplandor dorado.
Fénix lanzó un suspiro.
—Cierra el pico y alumbra, luciérnaga.
—Sí, sí, como digas, grandote —respondió el pequeño ser, volando justo delante de él y proyectando una luz cálida sobre los muros.
El resplandor revelaba raíces negras pegadas a la piedra, marcas de garras y antiguos huesos incrustados en el suelo. Cada paso que daba Fénix hacía crujir restos que quizá habían sido humanos.
—Esto no parece una tumba… —murmuró Nym, mirando alrededor—. Es más bien un matadero.
—Lo es —dijo Fénix en voz baja—. Drácula selló a Caín aquí hace siglos. Pero antes de hacerlo, ofreció sangre… mucha sangre.
Siguieron avanzando por túneles cada vez más angostos, casi arrastrándose. La humedad goteaba desde el techo en un ritmo constante, como el pulso de algo vivo.
—¿Qué clase de ser es ese Caín? —preguntó Nym mientras revoloteaba—. No suena precisamente amistoso.
—El primero —respondió Fénix con tono grave—. El origen de los vampiros. Un monstruo tan antiguo que Drácula lo consideró una amenaza para su propio reinado.
—¿Y tú crees que sigue vivo después de dos siglos?
Fénix esbozó una sonrisa apenas visible bajo la penumbra.
—En este mundo, la muerte es solo una pausa.
El túnel terminó desembocando en un pasillo más amplio, tallado con símbolos arcanos cubiertos de óxido y sangre reseca. Las paredes parecían respirar, exhalando aire tibio y nauseabundo. En el centro, un grabado destacaba entre todos: letras irregulares escritas con sangre aún fresca.
Nym se acercó para iluminarlo mejor.
—¿Qué dice eso? —preguntó, ladeando la cabeza.
Fénix se inclinó, pasando los dedos sobre las letras.
La sangre aún estaba húmeda.
El mensaje decía, con una claridad escalofriante:
“EL QUE DESPIERTE A CAÍN, CONDENARÁ SU ALMA.”
El silencio se hizo absoluto. Solo el eco lejano del agua goteando rompía la quietud.
Nym tragó saliva.
—Genial… justo lo que quería leer antes de ir a dormir —murmuró, intentando bromear, aunque su voz temblaba.
Fénix, en cambio, permaneció inmóvil, mirando el mensaje con una mirada sombría.
—Entonces… —dijo en voz baja— parece que vamos por el buen camino.
Unos sollozos resonaban como un eco lejano, desgarrador, que se perdía entre las paredes húmedas de las catacumbas. Fénix se detuvo al instante, alzando una mano para que Nym guardara silencio.
—¿Oyes eso? —susurró el pequeño ser, bajando el tono mientras su luz parpadeaba—. Parece… alguien llorando.
Fénix asintió en silencio, desenvainando lentamente su espada. El sonido metálico se mezcló con el goteo constante de la cueva. Con pasos firmes, avanzó hacia la fuente del llanto. Cada paso resonaba con un eco hueco, y el aire se hacía más pesado.
Al doblar un corredor estrecho, hallaron una pared semiderruida, cubierta de moho y símbolos antiguos. Tras ella, acurrucada entre piedras rotas, estaba una joven de no más de dieciocho años. Su ropa de hechicera estaba rasgada, el cabello castaño revuelto, y sus manos manchadas de polvo y lágrimas.
—¿Qué demonios? —murmuró Nym en voz baja.
La joven levantó la cabeza al oírlos, sobresaltada. Sus ojos verdes, enrojecidos por el llanto, se agrandaron al ver la figura imponente de Fénix entre las sombras.
—¡Aléjense! —gritó la joven, tomando una piedra del suelo y lanzándola con desesperación.
Fénix ni siquiera se movió. Levantó una mano y atrapó la piedra en el aire con un chasquido seco.
La miró fijamente, con esa mirada fría y carente de emoción que parecía atravesar el alma.
Nym, viendo la tensión, decidió intervenir antes de que todo se saliera de control.
—¡Eh, eh, tranquila! ¡No venimos a hacerte daño! —dijo, flotando frente a la joven—. Venimos de parte de tu abuelo. Él nos envió a buscarte.
Elira, aún temblando, los observó en silencio. Su respiración era entrecortada, y sus ojos se llenaron de un brillo de esperanza y miedo al mismo tiempo.
—¿Mi… abuelo? —susurró, limpiándose las lágrimas con el dorso del brazo.
Fénix soltó la piedra y se acercó. Sin decir palabra, se quitó su capa negra, aún húmeda por la humedad del túnel, y la colocó sobre los hombros de la muchacha.
—Levántate. —Su voz fue firme, casi autoritaria—. Nos vamos de aquí.
Elira negó con la cabeza, retrocediendo un poco.
—No… no puedo irme —balbuceó—. Todavía no… tengo que despertar a Caín.
Fénix la observó unos segundos, sin expresión.
—¿Qué has dicho? —preguntó, su voz bajando a un tono grave.
—Caín… el Salvador. Él puede cambiar este mundo, puede destruir a Drácula. ¡Puedo sentirlo! —gritó ella, con los ojos llenos de fervor.
Fénix entrecerró los ojos y soltó un suspiro cargado de desprecio.
—Eres una estúpida.
Elira se estremeció, confusa.
—¿Qué?
—Una estúpida y una débil —repitió Fénix, girándose hacia ella—. No sabes lo que dices. ¿Crees que puedes controlar algo como él? Ni siquiera podrías controlar tu miedo.
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Editado: 29.10.2025