Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 15 - El príncipe caído

Capítulo 15 - El príncipe caído

El aire era húmedo y pesado. La caída había dejado a los tres aturdidos, pero vivos. Entre los restos del derrumbe, Nym fue el primero en moverse, tosiendo mientras se incorporaba lentamente. Su luz interior, débil pero persistente, volvió a brillar con suavidad, iluminando el entorno sombrío. A su lado, Elira yacía boca abajo, cubierta de polvo y temblando.

—Elira… —susurró Nym, arrastrándose hacia ella—. ¿Estás bien?

La muchacha gimió, llevándose una mano al costado antes de responder:

—Creo… creo que sí. Caí sobre algo blando.

Nym giró la cabeza, y su expresión se tensó. Lo “blando” era Fénix, tirado boca arriba, inconsciente, con la espada aún en su mano y el pecho cubierto de rasguños y sangre seca.

—¡Fénix! —exclamó Nym, arrodillándose junto a él. Lo sacudió suavemente por el hombro, sin respuesta—. No… no te atrevas a morir ahora, idiota.

Elira se acercó con cautela, arrodillándose del otro lado.

—¿Está… muerto? —preguntó, con la voz temblorosa.

—No, solo inconsciente. Pero si no hacemos algo, no va a durar mucho. —Nym alzó la vista hacia ella—. ¿Tú sabes curar, o hacer algún hechizo que pueda despertarlo?

Elira dudó, llevándose las manos al pecho.

—Puedo intentarlo, pero… mis conjuros no son muy fuertes. Apenas he usado magia desde que… —tragó saliva— desde que todo esto empezó.

—Entonces intenta, lo que sea —ordenó Nym, apretando la mandíbula—. No lo dejaremos aquí.

La joven asintió. Extendió las manos sobre el pecho de Fénix y cerró los ojos. Sus dedos comenzaron a brillar con una tenue luz azulada. Murmuró palabras en un idioma antiguo, casi como un rezo. La energía chispeó, bailando sobre las heridas del guerrero, y el ambiente se cargó de un leve aroma a ozono.

Por unos segundos, nada ocurrió. Luego, Fénix tosió con fuerza, girando el rostro y abriendo un ojo con esfuerzo.

—…Tssk… ¿qué demonios… pasó? —murmuró, su voz ronca y apenas audible.

Nym dejó escapar un suspiro de alivio.

—Nos caímos, genio. Casi mueres… otra vez.

Elira bajó las manos, agotada pero sonriente.

—Funcionó… —susurró, aliviada.

Fénix se incorporó lentamente, apoyándose en la espada. Su mirada, aunque cansada, seguía firme.

—Bien… —dijo entre dientes—. Si seguimos con vida… significa que aún no hemos terminado.

Nym lo miró con una mezcla de enfado y admiración.

—No tienes remedio.

Frente a ellos se alzaba una puerta colosal, labrada en piedra negra y cubierta de símbolos antiguos tallados con una precisión casi divina. Su superficie estaba salpicada por lo que parecían restos de sangre seca y runas selladas con cera azul. El aire frente a ella vibraba con una energía antigua, densa, casi palpable.

Elira dio un paso al frente, con los ojos muy abiertos.

—Es aquí… —susurró, con la voz temblorosa pero emocionada—. Las leyendas decían que Cain descansaba tras una puerta enorme, sellada por la sangre de los primeros sacerdotes. Este debe ser el lugar.

Nym miró la puerta con cautela, sin acercarse demasiado.

—¿Y estás segura de que quieres abrir algo que los mismos sacerdotes sellaron? —preguntó con ironía.

Elira no respondió. Su respiración se aceleró, los dedos le temblaban mientras se aproximaba lentamente al sello.

Fénix, aún tambaleante, se incorporó apoyándose en su espada. El peso del arma resonó contra el suelo de piedra al usarla como bastón. Su rostro seguía pálido, pero sus ojos no mostraban debilidad.

—Maldita sea… —gruñó, limpiando un hilo de sangre de su mentón—. Si esto es lo que buscabas, más vale que valga la pena.

La puerta se abrió con un gemido profundo y resonante, como si el aire mismo gritara al ser liberado tras siglos de encierro. Un viento helado sopló desde el interior, apagando momentáneamente la luz de Nym antes de que esta volviera a encenderse.

La sala al otro lado era inmensa, de una belleza lúgubre. Decenas de velas azules flotaban suspendidas en el aire, ardiendo sin consumirse, iluminando columnas cubiertas de huesos petrificados y antiguos estandartes desgarrados. En el centro, elevado sobre una plataforma de mármol oscuro, reposaba un ataúd magnífico, tallado con filigranas de oro y plata, decorado con símbolos de la realeza vampírica.

Elira se adelantó, casi olvidando la prudencia, sus ojos reflejaban la fascinación de quien contempla algo sagrado.

—No lo puedo creer… —murmuró—. El ataúd de Cain… está intacto.

Fénix la observó en silencio, mientras su respiración aún era pesada.

—¿Qué demonios haces? —preguntó finalmente, al ver que ella comenzaba a tocar el marco del sarcófago, palpando los grabados.

—Intento comprender el mecanismo —respondió sin mirarlo—. Según los textos antiguos, el sello no se rompe con fuerza, sino con conocimiento. Hay runas que se activan con energía vital…

—¿Energía vital? —repitió Nym, frunciendo el ceño—. Suena a “vamos a morir todos” dicho con palabras elegantes.

Elira no se detuvo. Se arrodilló frente al ataúd, trazando con la yema de los dedos los símbolos antiguos que cubrían la tapa.

Fénix se acercó un poco más, apoyándose de nuevo en su espada, y su voz sonó grave y desconfiada:

—Te lo advierto, niña… si ese ataúd se abre y algo sale de ahí, más te vale que sepas lo que haces.

Elira sonrió levemente, sin apartar la vista de los grabados.

—Por supuesto. Después de todo… es el Salvador de la Oscuridad.

Las velas azules titilaron, y un sonido metálico profundo resonó en la cámara. Algo, bajo el ataúd, acababa de activarse.

El ataúd comenzó a vibrar, emitiendo un sonido grave que retumbó en toda la sala. Las velas azules parpadearon con fuerza, proyectando sombras que danzaban violentamente en las paredes. Elira retrocedió de inmediato, con el rostro entre el asombro y el terror.

Un chasquido seco quebró el silencio. La tapa del ataúd se movió lentamente, exhalando una corriente de aire antiguo y helado, como el suspiro de una tumba que llevaba siglos sellada.




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