Capítulo 25 - El camino del guerrero
Fénix caminaba entre la ventisca cuando la nieve comenzó a caer con una calma antinatural. Apenas exhaló, un pequeño destello cruzó el aire con un zumbido.
—¡Finalmente! —bufó esa diminuta criatura al frenar frente a su rostro. Nym, con sus alas vibrando como un colibrí irritado—. ¡¿Tienes idea de lo difícil que fue seguirte desde Valaquia, animal?! ¡¡Cruzaste dos cordilleras sin mirar atrás!!
Fénix ni siquiera frenó el paso.
—Gritame cuando aterrice un dragón encima, no por tonterias—masculló sin mirarla.
Nym rechinó los dientes diminutos.
—Un día me agradecerás no haberte dejado tirado muerto de hipotermia en un barranco.
Fénix estaba por contestar algo igual de ácido, cuando percibió movimiento detrás.
Dos figuras emergieron de la cortina de nieve. Siluetas humanas. No hostiles. Reconocibles.
Elira. Cain.
Se detuvieron a unos metros.
Cain fue el primero en hablar… arrodillándose.
Sin arrogancia.
Sin teatralidad.
Sin orgullo.
—Fénix Rogers —dijo con la cabeza baja—. No venimos a interferir, ni a cuestionarte. Solo… a seguirte. En silencio, si así lo deseas. A poner nuestras vidas a tu servicio.
Elira se arrodilló también. Misma solemnidad.
—No como aliados temporales —agregó ella—. Sino como juramento.
El viento cortó. Nym, por primera vez, no dijo nada.
Fénix quedó completamente quieto.
Segundos.
Luego soltó un suspiro largo. Entre resignado y ligeramente incómodo.
—…Hagan lo que quieran —murmuró, pasando de largo por entre ambos—. Solo no me estorben.
Cain inclinó la cabeza aún más, como si aceptara un decreto sagrado.
Elira cerró los ojos. Alivio genuino.
Nym volvió a flotar al lado de Fénix, cruzándose de brazos diminutos.
Y siguieron avanzando.
El bosque respiraba humedad y silencio. Entre los troncos húmedos, el crujido de ramas quebrándose bajo los pies de Elira y su abuelo era el único sonido. Ambos llevaban haces de leña en los brazos, la tarde moría, y el cielo empezaba a teñirse de un gris azulado.
—Parece que el Guerrero oscuro ha traído paz a Valaquia. Donde pisa, los demonios retroceden.
Elira guardó silencio. Sabía perfectamente de quién hablaba… lo había visto con sus propios ojos.
El anciano apoyó la leña sobre una piedra, con cuidado. Su respiración era pesada.
—No me queda mucho tiempo —dijo, con una calma que dolía—. Y necesito que me escuches bien. Quiero que lo sigas.
Elira se giró bruscamente.
—¿Qué? ¡No! No puedo. Yo… yo soy inútil, abuelo. Apenas puedo defenderme. Le estorbaría.
El viejo sonrió, cansado, pero con una firmeza que aún no había muerto.
—Inútil no es quien es débil, sino quien se niega a crecer. —Se acercó y apoyó una mano en su cabeza—. Ese hombre… lo va a necesitar. Lo presiento. Y tú… tú no naciste para esconderte.
Elira apretó los labios, temblando.
—Yo… no estoy hecha para pelear. No soy como él.
—No necesitas ser como él —respondió el abuelo con voz cálida—. Solo tienes que caminar a su lado. El guerrero carga sombras demasiado pesadas. Y alguien deberá recordarle que aún existe la luz.
Elira bajó la mirada. El viento movió los árboles como si el bosque mismo esperara su respuesta.
Su abuelo apretó un poco su hombro.
—Prométeme… que cuando llegue el momento… no le des la espalda.
Elira respiró hondo. Un silencio largo.
Y asintió.
Bajo la luz tenue filtrada por los árboles, el grupo avanzaba por el sendero estrecho. El silencio del bosque solo era roto por el crujir de las hojas bajo sus pasos. Fénix lideraba, capa oscura y hombros tensos. Elira detrás, cuidando que no se notara lo mucho que lo observaba. Cain, con su espada envainada, cerraba el grupo junto a Nym, que iba volando a baja altura.
—¿A dónde demonios estamos yendo exactamente? —preguntó Cain por fin, cruzando los brazos con brusquedad—. No estoy dispuesto a seguir caminando sin saber cuál es el plan.
Fénix no se detuvo. Ni siquiera giró la cabeza.
—Al reino de Blender —respondió con voz fría—. En tres días ocurrirá el Advenimiento. Alucard me lo confirmó.
Cain enarcó una ceja.
—¿Advenimiento? ¿De quién?
Fénix apretó el puño.
—De Marius.
Elira se sobresaltó ligeramente. Nym también dejó escapar un leve chillido, sorprendido.
—Ese hijo de puta está a punto de renacer —continuó Fénix, con los ojos fijos al frente—. Y si lo logra… no habrá reino, ni dios, ni ejército que pueda detenerlo.
Un silencio pesado cayó sobre el grupo.
—Nuestra prioridad —concluyó Fénix— es impedir ese renacimiento. Cueste lo que cueste.
Cain no dijo nada por unos segundos… luego sonrió apenas, como si la sangre empezara a hervirle.
—Entonces más vale que lleguemos antes de tiempo —murmuró.
Elira lo miró por un instante. Ese “cueste lo que cueste” aún le pesaba en el corazón.
Pero siguió caminando. Sin dudar.
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Editado: 29.10.2025