Capítulo 26 - La llegada
El carruaje avanzaba lentamente por las calles de Blender, sus ruedas chirriaban sobre los adoquines húmedos. Enid, sentada en el interior, apenas podía moverse; las manos atadas y la mirada fija en el exterior. La gente se amontonaba a ambos lados del camino, vitoreando y lanzando flores, como si la esperaran con ansias. El desconcierto en el rostro de Enid era evidente: no entendía nada, no comprendía por qué la adoraban de esa manera.
Al llegar a la catedral, un edificio inmenso cuya fachada de piedra se alzaba hacia el cielo gris, los guardias la bajaron del carruaje y la condujeron al interior. Las puertas de roble se abrieron y el eco de los pasos resonó entre las columnas y vitrales. Allí, en el altar mayor, Anastacia la esperaba, impecable, con una sonrisa fría que no llegaba a los ojos.
—¿Por qué…? —preguntó Enid, con la voz cargada de furia—. ¿Por qué estoy aquí?
Anastacia avanzó un paso, elegante y segura.
—Marius necesita una reina para su reino —respondió—. Y tú serás esa reina.
Enid frunció el ceño y retrocedió un poco, incrédula.
—¿Una reina? ¿De qué estás hablando? —exclamó, su rabia burbujeando por dentro—. ¡Esto es una locura!
Anastacia levantó una mano con un gesto autoritario.
—Ya he contado a la gente nuestra historia. Dije que tú y Marius estaban unidos por un amor imposible… y ellos lo han creído.
Enid soltó un grito de frustración y trató de abalanzarse hacia Anastacia, con la intención de golpearla.
—¡Tú mentirosa! —rugió—. ¡Me has traicionado!
Antes de que pudiera tocarla, Darem apareció a su lado y la sujetó con fuerza por los hombros.
—¡Enid, cálmate! —dijo, firme—. Ahora no es el momento para esto.
Enid forcejeó, pero los brazos de Darem y los guardias la mantuvieron contenida. Su respiración era rápida y pesada, y los ojos chispeaban de ira.
—¡Suéltenme! —gritó—. ¡Malditos todos! No tienen derecho a decidir por mí, a mentirme, a… —Se interrumpió al ver las miradas de la multitud, quienes seguían vitoreando y aplaudiendo, creyendo en la farsa de Anastacia—. ¡Todo esto es… es una farsa!
Darem la apretó un poco más, firme pero sin intención de lastimarla, mientras Anastacia cruzaba los brazos, observándola con frialdad.
—Tómenlo como un honor —dijo Anastacia—. No todos reciben tal destino.
Enid los miró con desprecio, la furia recorriéndole cada músculo. Su mente ya comenzaba a trazar un plan: no iba a aceptar este papel impuesto, y mucho menos en el imperio de Marius.
—Esto no va a quedar así… —murmuró para sí misma, mientras la escoltaban hacia el trono que le habían preparado—. ¡Lo juro!
Anastacia se reclinó en el respaldo del trono improvisado, observando a Enid con una mezcla de satisfacción y cálculo. La joven aún estaba furiosa, pero se mantenía controlada por los guardias y por Darem, quien se había colocado a su lado, como un centinela con una noticia que estaba a punto de cambiar la situación.
—Anastacia —dijo Darem, con un brillo intenso en los ojos—. Tengo noticias… importantes.
—¿Noticias? —replicó Anastacia, arqueando una ceja con curiosidad y una ligera sonrisa de superioridad—. Habla, Darem.
Darem respiró hondo, conteniendo un destello de emoción que no podía ocultar.
—El Conde Drácula… ha muerto. —La noticia cayó en el aire como un martillazo. Enid frunció el ceño, su mirada se tensó. Anastacia parpadeó, procesando la información.
—¿Muerto? —preguntó, con un hilo de incredulidad en su voz—. ¿Cómo es posible?
—Asesinado —continuó Darem, su voz cargada de orgullo y entusiasmo—. Por un guerrero vestido de negro… un hombre que todos conocen. El Guerrero Oscuro. Fénix.
Anastacia se inclinó hacia adelante, evaluando la situación mientras los ojos de Enid se llenaban de furia y desconcierto. Darem no pudo evitar dejar escapar un destello de emoción contenida, la tensión acumulada de años de espera saliendo a la superficie.
—¡Finalmente! —exclamó Darem, golpeando ligeramente su puño contra su muslo—. ¡Después de tanto tiempo, por fin puedo volver a enfrentarme a mi némesis! Por fin tendré el honor de medirme contra quien está destinado a ser mi igual, mi antítesis… Fénix.
Se detuvo un momento, respirando hondo mientras la emoción lo recorría de pies a cabeza. Sus ojos brillaban como llamas contenidas, la tensión y la anticipación dibujaban cada línea de su rostro.
—Él es mi némesis por naturaleza —continuó, en un tono que combinaba respeto y desafío—. Donde él va, el caos sigue. Donde él pisa, la oscuridad se cierne. Y yo… yo estoy hecho para enfrentarlo. No por honor, no por gloria… sino porque él y yo somos polos opuestos destinados a chocar, una y otra vez, hasta que uno de los dos caiga.
Anastacia lo observaba con atención, midiendo su fervor mientras Enid apretaba los puños, cada palabra de Darem clavándose como dagas en su paciencia. Sabía que esta noticia cambiaría todo: la muerte de Drácula no solo removía el tablero de poder, sino que liberaba fuerzas impredecibles y, más que nada, traía de vuelta a un enemigo legendario que ahora planeaba su siguiente movimiento.
—Bien —dijo Anastacia finalmente, con una voz fría pero firme—. Que empiece el juego. Y tú, Darem, prepárate. Porque si tu destino es enfrentarlo… que sea en mis términos.
Darem asintió, la emoción mezclada con respeto hacia Anastacia y con la anticipación de su enfrentamiento inminente contra Fénix, su némesis eterno. Enid, mientras tanto, observaba en silencio, su mente calculando cada posible movimiento, cada oportunidad para intervenir o sobrevivir en medio de aquel mar de intrigas y enemigos despiadados.
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Editado: 29.10.2025