Capítulo 27 - Pasado compartido
La noche se había cerrado sobre el bosque como un manto denso y helado. La fogata chispeaba débilmente en el centro del pequeño claro, arrojando sombras vacilantes sobre los rostros cansados de Fénix, Elira, Nym y Cain. Nadie hablaba. Solo el crepitar del fuego rompía el silencio, junto con el susurro del viento que arrastraba copos de nieve recién caída.
Nym, sentado con las piernas cruzadas y una ramita entre los dientes, miró a los demás con una sonrisa ligera.
—Bueno… —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Ya que parece que vamos a viajar juntos un buen rato, ¿no creen que deberíamos conocernos un poco más?
Cain levantó una ceja sin interés. Elira, con las manos frente al fuego, no respondió. Fénix, sentado un poco más apartado, miraba las llamas con una expresión ausente.
—Y ya que nadie habla —continuó Nym, sin rendirse—, podríamos ponerle un nombre a nuestro grupo. Algo que nos identifique, ¿no?
Silencio absoluto.
—¿No? Vale… lo haré yo. —Se llevó una mano al mentón, pensativo—. Mmm… ¿qué tal… Los Desterrados del Norte? Suena épico, ¿verdad?
Cain soltó un bufido leve, más parecido a una risa contenida. Fénix ni siquiera levantó la vista. Elira apenas sonrió con timidez, aunque no estaba segura de si lo decía en serio.
Nym se encogió de hombros.
—Pues ya está decidido. Somos Los Desterrados del Norte. Me gusta cómo suena.
El viento se volvió más fuerte, trayendo consigo una brisa helada que hizo temblar a Elira. La joven intentó disimularlo, pero el leve castañeo de sus dientes la delató. Fénix, sin decir nada, se quitó su capa de cuero oscuro y se la colocó sobre los hombros.
Elira lo miró sorprendida.
—No hace falta… estoy bien.
Fénix la miró un segundo, su voz seca y firme.
—Si no te abrigas, te congelarás y morirás poco a poco.
Elira bajó la mirada, un poco avergonzada.
—Solo intentaba ser educada…
Fénix volvió a sentarse frente al fuego, cruzando los brazos.
—Y para ser sincero —añadió con tono gélido—, me sirves más viva que muerta.
Nym giró la cabeza lentamente hacia él, con una media sonrisa.
—Qué manera tan cariñosa de preocuparte por alguien, jefe.
Fénix no respondió. Solo el fuego crepitó, proyectando sombras sobre su rostro endurecido. Elira se arropó con la capa, sin decir palabra, mientras Cain observaba el cielo cubierto de nubes y murmuraba algo sobre la tormenta que se avecinaba.
El fuego escupía chispas que subían y morían en la noche. Fénix dejó que el silencio se rompiera por su voz, seca y medida, como siempre.
—Mañana llegamos a Blender —dijo, clavando la mirada en las llamas—. Tenemos un día y medio y no pienso malgastarlos.
Elira lo miró con ojos abiertos; Cain apoyó la empuñadura en el suelo y escuchó en silencio. Nym se acomodó en una rama baja, atento.
—Quiero que tú y Cain estéis cerca del altar —continuó Fénix, sin alzar la voz—. No meteros en la procesión ni en el gentío; quedad en las sombras, tras las columnas, donde podáis moverse sin llamar la atención. Si algo va mal, cubridme la espalda. Si la Santa Inquisición se acerca, no os dejéis ver: ellos son perros de palacio y mienten con la boca llena de cruz.
Elira tragó saliva. —¿Y… si nos descubren? —preguntó, la voz quebrada por los nervios.
—Entonces fingid que sois uno más del coro —respondió Fénix—. No provocad. Vigilad. Si podéis abrir un hueco para mí cuando lo necesite, hará la diferencia. No quiero héroes; quiero ojos y manos lúcidas.
Nym ladeó la cabeza y lanzó una risita corta. —¿Y yo qué hago, jefe? ¿Me escondo en el bolsillo de Cain y hago como que no existo?
Fénix lo miró con una dureza que no admitía broma. —Tú te quedas conmigo. —Hizo una pausa—. Conozco a alguien dentro de la Santa Inquisición. Tiene miedo y un nombre que sus superiores no han protegido. Voy a interrogarla, sacarle lo que sabe y, si miente, arrancarle la lengua.
Cain exhaló, sin moverse. —¿Qué clase de persona dentro de la Inquisición confiaría en hablar con un forastero?
—Alguien que no cree en las verdades que le obligaron a vestir —contestó Fénix—.
Elira alzó la barbilla con un temblor que fue volviéndose más firme. —Lo haré. —Su voz se afirmó—. No voy a quedarme quieta esta vez.
3 años antes...
ChatGPT Plus
El campo de batalla estaba en silencio. Solo el crepitar de las antorchas y el ulular del viento entre las colinas recordaban que hacía unas horas allí reinaba el caos. El suelo estaba teñido de barro y sangre seca. Entre las sombras anaranjadas del atardecer, Fénix descansaba apoyado sobre su espada, el filo aún humeante por el calor de la lucha.
Su respiración era tranquila, y por primera vez en días, sonreía.
Detrás de él, unos pasos ligeros crujieron sobre el pasto. Fénix giró la cabeza apenas lo suficiente para reconocer la figura que se acercaba.
—Vaya —dijo, con una media sonrisa cansada—. No creí que una comandante como tú se dignara a visitar a sus soldados rasos.
Enid sonrió, cruzándose de brazos mientras la brisa agitaba su capa. Llevaba el cabello recogido, aunque algunos mechones rebeldes se escapaban, iluminados por el sol poniente.
—No vine a visitar a un soldado —respondió, acercándose—. Vine a ver al insubordinado que decidió lanzarse solo contra una línea entera de infantería.
Fénix se encogió de hombros, dejando escapar una risa leve. —Funcionó, ¿no?
—Funcionó porque tuve que cubrirte con medio batallón —replicó Enid, aunque en su tono había más cariño que enfado.
Él la miró de reojo, la luz del atardecer reflejándose en su iris dorado. —Sabía que lo harías. Siempre lo haces.
Enid suspiró, sentándose a su lado en una roca cubierta de musgo. —A veces me pregunto si confías demasiado en mí… o muy poco en ti mismo.
—No es eso —dijo Fénix, mirando el horizonte—. Es que cuando las cosas se ponen feas, pensar en que tú estás ahí… hace que no me importe morir tanto.
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Editado: 23.11.2025