Capítulo 30 - El regreso del guerrero
Fuera de la catedral, la lluvia empezaba a caer con lentitud, empapando las calles adoquinadas de Blender y haciendo que las llamas de las antorchas se apagaran una a una. Fénix caminó sin rumbo, con la mirada vacía, el corazón golpeándole el pecho como si intentara recordarle que seguía vivo. Sus pasos lo llevaron hasta un viejo árbol, donde finalmente se dejó caer, agotado.
De uno de sus bolsillos sacó una botella de whisky medio llena, la destapó con los dientes y bebió sin pensarlo dos veces. El alcohol le quemó la garganta, pero no tanto como las palabras de Enid.
Nym salió despacio del bolsillo de su abrigo y se posó en su hombro, encogiendo sus alas al sentir el frío.
—Fénix... ¿qué haces? —preguntó con voz baja—. Tenemos que movernos, o nos van a encontrar.
Fénix no respondió al principio. Solo se quedó mirando al vacío, observando cómo las gotas caían desde las ramas y golpeaban el barro. Dio otro trago y dejó escapar un suspiro pesado.
—Se acabó todo, Nym... —murmuró finalmente—. Todo.
—¿A qué te refieres con eso? —insistió el pequeño espíritu, inclinando la cabeza con preocupación.
Fénix apretó la botella entre sus dedos, mirando su propio reflejo distorsionado en el vidrio.
—Ya no quiero seguir siendo el Guerrero Oscuro. Ya no quiero pelear, ni salvar a nadie, ni cargar con títulos o maldiciones. Todo este tiempo... pensé que tenía un propósito. Pero si Enid... —hizo una pausa, la voz se le quebró— si Enid eligió quedarse aquí, si incluso ella cree que debo seguir solo... entonces no hay nada más por lo que luchar.
Nym bajó la mirada, triste, pero sin moverse de su hombro.
—Tú sigues teniendo un corazón, Fénix. Aunque lo niegues... todavía hay algo en ti que no está muerto.
Fénix sonrió con amargura y dejó caer la botella al barro.
—Quizá. Pero lo poco que quedaba de mí... se quedó con ella allá dentro.
Fénix se dejó caer sobre la tierra húmeda como si el mundo entero hubiera decidido doblarle la espalda. El barro se pegó a su ropa, la lluvia le empapó la cara y cerró los ojos sin buscar calor. Cerca, Nym permaneció en el aire un instante, luego se posó en su hombro, inquieto y pequeño contra el cuerpo enorme del guerrero.
—No quiero seguir blandiendo la espada —dijo Fénix con voz rasposa, mirando al cielo gris—. Estoy cansado, Nym. No quiero más sangre en las manos.
Nym lo observó con esa mezcla de insolencia y ternura que le era propia. Alzó una ceja y, con un tono menos bromista del habitual, respondió:
—¿Y qué vas a hacer si dejas la espada? ¿Volverás a esconderte bajo una capa y beberás hasta olvidar cada nombre que juraste proteger? Escúchame: si el advenimiento ocurre, no será solo una ciudad la que arda. El mundo se pudrirá. No es metáfora; es hambre, muerte, bestias que no dejan nada vivo. Si permites eso por renunciar hoy… mañana no quedará nadie por quien llorar.
Fénix apretó los dientes. La lluvia le marcaba surcos en la piel. No dijo nada al principio; su silencio era una roca que Nym trataba de mover con insistencia.
—No soy santo —murmuró él por fin—. No vine a salvar reinos. Vine por una sola persona. Si la pierdo, todo lo demás me sobra.
Nym se inclinó, puso las manos pequeñas sobre la muñeca del guerrero y sujetó su mirada con una seriedad poco habitual.
—Lo sé —contestó—. Y por eso mismo no puedes rendirte. No lo hagas solo porque tu corazón está herido. Si dejas que el mundo muera, perderás a todos los que podrías impedir que sufran. Enid no sería la única pérdida; sería una condena universal. Tú no mereces cargar con la esperanza de nadie, Fénix, pero ahora la llevas. Y si no la sostienes tú, ¿quién lo hará?
Fénix dejó escapar un aire largo y húmedo. La réplica de Nym le golpeó con más fuerza que una espada: la verdad desnuda, sin concesiones.
—Me cansé de ser símbolo —susurró—. Me cansé de las banderas y de las recompensas. Me cansé de que la gente espere que sea siempre el que sufra por todos.
Ya no quiero seguir.
Las palabras retumbaron dentro de su mente, una, dos, tres veces, como un eco que se niega a morir.
Ya no quiero seguir este camino de venganza…
De matar por matar…
De buscar excusas para lo que hice.
Apretó el puño contra el barro, sintiendo cómo la tierra se mezclaba con su piel.
He culpado a todos: a Marius, a Enid, a los dioses, al destino. Pero la verdad es que la culpa siempre fue mía.
Abrió los ojos y observó la oscuridad del bosque. Cada sombra parecía tener un rostro conocido, un eco de alguien que había caído por su espada.
Yo los destruí. Uno por uno. En nombre de un odio que ni siquiera me pertenece ya.
La lluvia caía más fuerte, cubriendo su respiración. Nym, en silencio, se mantuvo a su lado sin atreverse a romper el momento.
¿De qué sirve seguir si todo lo que toco termina en ruinas? Si cada victoria solo deja más vacío detrás…
Fénix levantó la mirada al cielo, empapado, temblando, sin rabia, sin fuego, solo con un cansancio infinito.
Quizá ya fue suficiente. Quizá este sea el punto donde el guerrero oscuro desaparece y solo queda… Fénix. Un hombre cansado, culpable y roto.
Cerró los ojos. Por primera vez en mucho tiempo, no sintió furia. Solo silencio. Un silencio que dolía más que cualquier herida, pero que, en el fondo, también parecía un comienzo.
El silencio tras la tormenta era profundo. Las gotas caían con menos fuerza, como si el mismo cielo se hubiera cansado de llorar. Fénix permanecía tumbado en la tierra húmeda, mirando el gris del amanecer filtrarse entre las ramas. Nym, encogido sobre su hombro, no dijo nada; sabía que algo estaba ocurriendo dentro de él.
Fénix respiró hondo, y por primera vez en mucho tiempo, no sintió rabia ni culpa, solo claridad.
No tengo por qué seguir así.
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Editado: 23.11.2025