Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 31 - Advenimiento-2

Capítulo 31 - Advenimiento-2

En el altar central, el aire estaba cargado de expectación. Cientos de miles de personas llenaban el valle, provenientes de todas las regiones, razas y credos. Cada uno había soñado con ese día. Con el regreso del salvador. Con el nacimiento de un nuevo orden.
Al frente, una gigantesca cruz de piedra se elevaba como un símbolo divino. Las piedras rotas que rodeaban el altar se mantenían unidas gracias a poderosos sellos. Había incienso, antorchas y cánticos que se mezclaban con el murmullo constante de la multitud.

Anastacia, vestida con un manto blanco, se encontraba junto al viejo brujo encargado del ritual. Era un hombre encorvado, con la piel arrugada como un pergamino, y ojos demasiado vivos para su edad. Observaba las piedras, moviendo los dedos como si tocara melodías que solo él podía oír.

—Todo está preparado —dijo el brujo con calma—. El ritual no debería ser difícil de realizar. Lo único que debemos cuidar es que las piedras no se rompan. Si eso ocurre, será imposible llevar a cabo el advenimiento del salvador.
Se giró ligeramente y añadió con una sonrisa quebrada:
—Pero no te preocupes. Eso no va a pasar.

Anastacia asintió, aunque su rostro denotaba tensión. No podía permitirse errores. Había esperado demasiado por ese momento.

Desde lo alto del altar, se veía todo Blender repleto. Una masa humana arrodillada, rezando, llorando, murmurando plegarias. Entre ellos, mezclados con la multitud, se encontraba el ejército que Anastacia había preparado en secreto. Soldados armados hasta los dientes, esperando la señal, escondidos bajo capas y armaduras ligeras.
En la primera línea, también arrodillados, estaban Bruno y Musashi. Sus rostros eran serios, concentrados. No sabían qué sentir. ¿Devoción? ¿Duda? ¿Obediencia?

En un extremo del altar, donde las sombras se mezclaban con el incienso, unos soldados tenían prisioneros a dos jóvenes: Cain y Elira.
Cain estaba encadenado con gruesas cadenas de plata, que ardían contra su piel pálida. Apenas podía moverse. Sus ojos estaban hundidos, oscuros, y respiraba con dificultad.
Llevaba horas intentando no desfallecer.

—Perdóname… —susurró Cain, evitando mirarla—. Perdóname por dejarme capturar… No tengo fuerzas para pelear —tragó saliva—. Desde que desperté… no he probado ni una gota de sangre…

Elira, que también estaba maniatada, le sostuvo la mirada con calma. Su voz fue suave, casi fraternal.

—No pasa nada —le respondió—. No tienes que disculparte. Estás vivo. Eso es suficiente.

Cain cerró los ojos, como si esas palabras fueran un bálsamo.
Elira respiró hondo y alzó la vista hacia el altar.

—Confío en que Fénix aparecerá —dijo—. Tiene que hacerlo. Aún queda tiempo.

Los soldados no les prestaban atención. Estaban tan seguros de su victoria, tan convencidos de que el advenimiento sería inevitable, que no vigilaban más allá de lo básico.

El brujo alzó ambos brazos, cerró los ojos y comenzó a recitar las palabras prohibidas, aquellas que solo podían pronunciarse una vez cada mil años.

Oh luz sin nombre… oh rey más allá del resplandor… abre tus ojos, renace…
Su voz vibraba con energía oscura.
Las piedras rotas empezaron a reunirse, encajando como un rompecabezas imposible.
Las runas comenzaron a arder.
Y del centro, una luz dorada emergió, envolviendo el altar.
Un portal.
Una puerta entre mundos.

La multitud rugió. Algunos lloraban. Otros reían. Otros simplemente rezaban.

¡El salvador está llegando! —gritó alguien.

El brujo continuó:

Que el nuevo rey despierte… que el antiguo reino renazc—

Una flecha silbó en el aire.
Luego otra.
Y otra.

Se clavaron en su pecho, su cuello, su mandíbula.
El brujo se quedó sin aliento, abrió los ojos con sorpresa… y cayó muerto, atravesando el altar, su sangre goteando entre las piedras.

Un murmullo de horror recorrió la multitud.

Anastacia giró lentamente, con expresión de puro fastidio.
Ni siquiera se sobresaltó.
Solo suspiró.
Exasperada.

—Claro… —murmuró—. Tenía que ser él.

Desde lo alto de uno de los muros caídos, bajo la lluvia ligera y con la capa oscura ondeando, estaba Fénix.
Su ballesta resonó mientras la recargaba.
Sus ojos, fríos, no tenían rastro de furia… solo decisión.

Anastacia lo miró con desprecio.

—Fénix Rogers. El eterno error de cálculo.
debiste morir en el Crisol del Caos junto a los demás.
Pero no… sobreviviste. Como una maldita infección.

Fénix saltó al suelo, sin apartar la mirada.

—Lamento decepcionarte —respondió—. Resulta que soy más difícil de matar que tu querida fe.

Anastacia sonrió.
Una sonrisa vacía.
—¿Y qué crees que lograrás? El ritual ya empezó. La gente lo desea más que el aire que respira. Tu espada, tu rabia, tu miseria… todo eso ya no importa.

Fénix avanzó un paso.
Su voz no tembló.

—Ya no peleo por rabia. Ni por venganza.
Solo porque alguien tiene que hacerlo.

Anastacia levantó una mano, señalándolo.

—¡El guerrero oscuro! —gritó a los soldados—. ¡Matadlo!

Fénix respiró hondo.
La lluvia caía sobre su cara.
No retrocedió.

La lluvia caía con más fuerza cuando parte del ejército avanzó.
Entre los miles arrodillados, un grupo de soldados con armaduras negras cargó contra Fénix, lanzando gritos de guerra y blandiendo lanzas y espadas.

Fénix no retrocedió.
Se limitó a abrir una pequeña bolsa de cuero adherida a su cinturón.
Sacó varios cilindros metálicos, pequeños, de mecha corta.

—Vais a desear no haber despertado hoy —murmuró.

Los lanzó uno tras otro.
Los explosivos rodaron entre los soldados, soltando un leve chasquido…

Y el mundo explotó.

Pedazos de carne, tripas y metal salieron despedidos en todas direcciones.
Las explosiones abrieron cráteres en el suelo, tiñendo la lluvia de rojo.
Los gritos se apagaron rápido.
Solo quedó humo, sangre y silencio.




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