Capítulo 32 - Advenimiento-3
Fénix avanzó sin detenerse.
La lluvia caía con fuerza, mezclándose con la sangre que corría por la tierra.
El portal seguía formándose, ganando consistencia, brillando con un fulgor imposible, como una herida abierta en el mundo.
Las piedras sagradas flotaban, encajando su lugar, girando en espiral.
A su alrededor, el caos se había vuelto silencio.
Ni los soldados de Anastacia se atrevían a dar un paso.
Algunos retrocedían. Otros rezaban.
Nadie quería acercarse al Guerrero Oscuro.
A solo unos metros del portal, Fénix alzó la espada.
Estaba a punto de destruirlo.
A punto de terminar con todo.
Pero sintió un tirón brutal.
Y luego un dolor blanco, explosivo.
Se oyó el corte húmedo.
Una katana atravesó su tendón de Aquiles izquierdo, partiéndolo sin misericordia.
Fénix cayó de rodillas, el barro salpicando bajo su peso.
Apretó los dientes.
No gritó.
Giró la cabeza, irritado.
Y vio al responsable.
Un hombre con kimono negro.
Joven, pero con una mirada que había visto demasiada muerte.
Alto, firme, con la katana sostenida con un control absoluto.
Musashi Miyamoto.
—Tú… —dijo Fénix, respirando hondo, la voz ronca—. Debes ser el espadachín del Este.
—Y tú eres el Guerrero Oscuro —respondió Musashi, con serenidad absoluta—. El que decían que no podía morir.
Fénix apretó el puño en la tierra húmeda.
—No tienes idea de lo que estás protegiendo.
Musashi giró la katana, sin ninguna prisa.
—No protejo al rey. Ni al imperio. Ni a esa mujer. Protejo el combate. El filo. Mi evolución.
—Eres un idiota —dijo Fénix, levantando poco a poco su espada con la otra mano—. Ni siquiera sabes lo que va a cruzar ese portal.
Musashi no sonrió.
Pero sus ojos brillaron.
—Lo sabré cuando llegue. Y si es más fuerte que yo… mejor.
Fénix se incorporó como pudo, apenas sosteniéndose.
La pierna sangraba a borbotones.
—No puedes ganar. No contra mí. No ahora.
—Eso lo decidirán nuestras espadas.
La lluvia seguía cayendo.
El portal seguía brillando.
Y entre ambos, dos leyendas que nunca se habían visto.
Ahora frente a frente.
Musashi adoptó su guardia.
—Lucha. Y muéstrame por qué el mundo aún teme al Guerrero Oscuro.
Fénix se tambaleó, apoyándose en la espada como si esta fuera su último sostén. Cada movimiento era un tormento, la pierna izquierda apenas respondía. Musashi avanzó con calma, con la seguridad de quien sabe que la victoria le pertenece desde antes de desenvainar.
—Eres más resistente de lo que cuentan —comentó Musashi, sin rastro de admiración, solo constatando un hecho—. Pero la resistencia sin propósito no es más que una agonía prolongada.
Fénix levantó la espada justo a tiempo para desviar el siguiente golpe, aunque le temblaba el brazo. Musashi seguía atacando, no para matarlo, sino para despojarlo de toda dignidad. Cortes precisos, dolorosos, ninguno mortal. Solo castigo. Solo humillación.
El acero chocó una vez más, y esta vez la espada cayó de las manos de Fénix, clavándose en el suelo a pocos metros.
—Ya está —dijo Musashi, agarrándolo por la cabeza—. Has perdido.
Lo tiró al suelo como si fuese un saco roto. Fénix respiraba con dificultad, la sangre le nublaba la vista, pero aun así se arrastró. Clavó los dedos en la tierra, acercándose al portal centímetro a centímetro.
La gente gritaba. Los soldados de Anastacia se habían detenido. Nadie avanzaba. El miedo se había convertido en una barrera invisible.
—No te permitiré profanar este momento —dijo Musashi, tirándolo hacia atrás una vez más—. En mi tradición, un guerrero vencido muere sin cabeza. Es un honor que no mereces, pero cumpliré el ritual igualmente.
Musashi alzó la katana. El filo brilló con calma mortal.
Entonces Fénix sonrió. Apenas un gesto torcido, cansado... pero lleno de desafío.
—¿Honor? —susurró—. No me queda de eso. Pero sí me queda esto.
Con la mano temblorosa, tiró del hilo de su pechera.
Click.
—Boom.
La explosión estalló entre ambos. Musashi salió despedido, envuelto en fuego, su cuerpo marcado por metralla plateada que se incrustaba como brasas vivas en la carne. Cayó rodando, aún con la katana en mano, pero con el cuerpo quemado y la respiración irregular.
Fénix no se detuvo. No podía permitirse detenerse.
Se arrastró.
Más.
Y más.
El portal ya no estaba lejos. Su luz temblaba, amenazando con expandirse. Elira y Caín seguían atrapados en las cadenas etéreas, impotentes, gritando a un Fénix que no podía escucharlos.
Cada segundo contaba.
Cada respiración dolía.
Pero avanzó.
Aunque fuera arrastrándose.
Aunque sangrara.
Aunque tuviera que llegar al final sin nada más que su voluntad.
Fénix siguió avanzando, arrastrando el cuerpo como si pesara toneladas. Sus dedos tocaron el suelo ennegrecido, el aire vibraba, y el portal comenzó a cambiar.
El color, antes tenue y brumoso, empezó a intensificarse. Del gris apagado pasó a un violeta profundo, luego a un rojo vivo que latía como un corazón gigantesco. La superficie parecía líquida, en constante movimiento, como si algo al otro lado se estuviera despertando.
Una luz brotó del centro, primero un destello suave… luego un resplandor enceguecedor.
—No… —susurró Elira, tratando de romper las cadenas que la mantenían inmóvil.
Caín apretó los dientes, sus músculos tensos hasta el límite.
El portal retumbó. Un silencio pesado cayó durante un segundo.
Y entonces todo estalló.
Una onda expansiva se liberó en todas direcciones, brutal, imparable. El suelo se fracturó como un espejo roto, las rocas volaron, los árboles se desgarraron de raíz, las armas, los cuerpos, todo salió despedido como si el mundo hubiera decidido expulsarlo.
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Editado: 23.11.2025