Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 34 - El torneo de Vandrel

Capítulo 34 - El torneo de Vandrel

El camino hasta la mesa de inscripciones estaba abarrotado. Una fila enorme rodeaba la plaza central del pueblo, llena de guerreros, campesinos robustos y aventureros cubiertos de cicatrices. Todos hablaban, discutían o presumían de armas mientras avanzaban paso a paso.

Tom y Fénix se colocaron al final de la fila.

—Menuda cantidad de gente… —murmuró Tom—. Ya sabía que este torneo atraía público, pero no esperaba tanto.

Fénix observó a los competidores sin mostrar emoción. Solo se acomodó la “God Killer” en la espalda y esperó.

La fila avanzó lentamente hasta que, después de varios minutos, llegó su turno. El escriba del torneo, un hombre delgado y serio, les pidió los nombres.

—Tom Harcliff como asistente técnico. Y él es… —Tom dudó un segundo.

—Fénix —respondió el guerrero con calma.

El escriba anotó ambos nombres y revisó una lista al lado. Frunció el ceño.

—Fénix… te habrá tocado… ajá… aquí. Primer combate contra un representante del Ejército Eclipse.

Tom abrió los ojos como platos.

—¿¡Qué!? No, no, espera. ¿Eclipse? ¿Estás seguro?

—Completamente —respondió el escriba sin levantar la vista.

Tom agarró a Fénix del brazo y lo apartó a un lado, hablando en voz baja y alterada.

—Tenemos que cancelar. Ahora. Fénix, no sabes en qué te estás metiendo.

—¿Por qué? —preguntó él, sin inmutarse.

Tom tragó saliva.

—La Banda del Eclipse no es un grupo cualquiera. Son mercenarios de élite, nivel absurdo, casi legendarios. Se rumorea que son indestructibles. Y su comandante… —bajó aún más la voz— Enid Drakewood. La peor de todas. La gente dice que te mira y ya te está midiendo cómo matarte.

Fénix no mostró la más mínima reacción.

—¿Y?

Tom parpadeó, desesperado.

—¿Cómo que “y”? ¡No vas a poder ganar contra alguien así! No tienes experiencia en torneos, y ellos viven para esto.

Fénix se encogió de hombros y se acercó de nuevo al escriba.

—Confirmo mi inscripción.

Tom se quedó helado un segundo.

—¿Estás completamente loco?

Fénix lo miró con una ligera sonrisa tranquila.

—Son treinta y dos monedas de oro, ¿no? Me vendrían bien.

Tom se llevó las manos a la cabeza.

—¡No puedo creerlo! ¡Vas a pelear con un soldado del Eclipse como si fuera un domingo normal!

—Mientras respire, puedo pelear —respondió Fénix.

El escriba cerró el registro con un sello.

—Listo. Primer combate en veinte minutos.

Tom suspiró como si acabara de firmar su propia sentencia.

—Bueno… si vamos a morir, al menos será con estilo.

Fénix acomodó su bufanda negra y dio media vuelta hacia la arena.

—Vamos.

En una esquina de la zona de preparación, lejos del bullicio del público, Fénix ajustaba el arnés de la God Killer. La espada, casi tan alta como él, descansaba apoyada contra la pared mientras Tom caminaba de un lado a otro, nervioso.

—Escucha, Fénix, presta atención —dijo Tom intentando sonar serio—. Estos tipos del Eclipse son rápidos, muy rápidos. Mantén siempre la guardia alta, no los subestimes y… y si ves que hace algo raro, retrocede. A veces usan técnicas que ni yo entiendo.

—Sí —respondió Fénix, balanceando la espada con una mano como si fuese mucho más ligera de lo que realmente era.

Tom lo observó con incredulidad.

—También intenta no dejar que te golpee en la cabeza. Ni en el pecho. Ni en las piernas. Ni en…

—En general, que no me golpee —interrumpió Fénix, calmado.

—Exacto —dijo Tom, aliviado de que al menos hubiese entendido eso—. Y… bueno… mucha suerte. De verdad. Te hará falta.

Fénix se colocó la bufanda negra y se giró hacia él.

—Una pregunta.

—Dime.

—¿No es un pecado que un fraile ande metido en torneos de peleas?

Tom parpadeó y se puso rojo.

—Yo… eh… bueno… verás… técnicamente no… o sea… depende de la interpretación de las escrituras. Y además, esto no es violencia gratuita. Es una actividad social del pueblo. Una tradición. Y… y sirve para recaudar fondos para el monasterio, ¿sabes?

Fénix lo miró con expresión neutra.

—¿Y eso lo convierte en algo santo?

—¡Pues claro que sí! —respondió Tom rápidamente, sin mucha convicción—. Además, Dios sabe que intento guiarte por el camino correcto. Así que… si lo piensas bien, estoy cumpliendo mi deber. Creo.

Fénix asintió despacio.

—Entiendo.

Tom respiró hondo y le dio unas palmadas torpes en el brazo.

—Venga… ve ahí y… no mueras.

—Lo intentaré.

Un gong resonó desde la arena, anunciando el inicio del combate.

—Santo cielo… ya empieza —susurró Tom, temblando.

Fénix levantó la mirada, tomó la God Killer y caminó hacia la luz de la entrada.

Las gradas de madera crujían bajo el peso del público, que gritaba y apostaba con entusiasmo. Entre las filas más altas, donde la sombra cubría parcialmente la vista, un pequeño grupo destacaba por su postura tranquila y su ropa negra marcada con el emblema del Eclipse.

Allí estaba Enid.

Sentada con las piernas cruzadas, la capucha hacia atrás y los ojos fríos como acero, observaba la arena sin perder detalle. A su alrededor, varios miembros del Eclipse permanecían de pie, vigilantes, como si no formaran parte del espectáculo, sino del propio destino de los que luchaban abajo.

—Atención, señoras y señores —tronó la voz del presentador desde el centro de la arena—. ¡Da comienzo el primer combate del torneo! ¡A mi izquierda, representando a la temida banda Eclipse, el guerrero Silath!

El suelo vibró cuando Silath bajó al círculo de combate. Un gigante de dos metros, torso desnudo, cicatrices gruesas como cuerdas, y un arnés metálico cubriendo el antebrazo derecho. Sus pasos hacían temblar la arena. El público rugió.

—Y en la otra esquina… por primera vez en este torneo… ¡el recién llegado… Fénix!

El silencio fue inmediato. No porque Fénix intimidara, sino porque todos esperaban ver un desastre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.