Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 35 - El hombre de la espada

Capítulo 35 - El hombre de la espada

Fénix abrió los ojos de golpe.

El dolor le atravesaba la cabeza como un hacha recién afilada, y cada músculo de su cuerpo protestaba al mínimo movimiento. Tardó unos segundos en entender dónde estaba.

Un campamento improvisado.
Toldos viejos.
Fogatas apagadas.
Armas clavadas en el suelo.

Y él… completamente desarmado, sin su armadura, con el torso desnudo y lleno de moretones.
Encadenado a un poste de madera.

Intentó moverse y las cadenas chirriaron, clavándosele en la piel.

—Vaya, por fin despiertas —dijo una voz a su izquierda.

Fénix giró la cabeza, aún aturdido.

A su lado, también encadenado a otro poste, había un joven de ojos claros y cabello desordenado. Su expresión era extrañamente tranquila para alguien prisionero.

—Te han dado un buen golpe —añadió con total confianza, como si se conocieran de toda la vida.

Fénix frunció el ceño.

—¿Quién… eres?

El muchacho sonrió, como si llevara horas esperando esa pregunta.

—Me llamo Marius.

El nombre no significaba nada para Fénix. Aún no.

Fénix trató de incorporarse. Las cadenas lo tensaron al instante.

—Tsk… —murmuró, intentando soltarse de nuevo sin éxito—. ¿Por qué… no puedo romperlas?

—Porque están hechas para eso —respondió Marius, inclinando un poco el cuello—. Y créeme, estas… —alzando las manos lo justo para mostrar que llevaba grilletes distintos— son peores.

Fénix se fijó entonces.

Las cadenas de Marius estaban ennegrecidas… como si hubieran sido expuestas a fuego.
De sus muñecas salía un olor a piel chamuscada.
No era normal.

—¿Qué demonios…? —preguntó Fénix.

Marius se encogió de hombros, con una calma perturbadora.

—Son de plata. Me queman todo el tiempo. —Pronunció la frase con total naturalidad—. Es lo que pasa cuando eres un lycan y te capturan.

Fénix abrió un poco los ojos.

—¿Eres… un lycan?

—Sí —confirmó él, como si dijera “soy panadero”—. Pero uno bastante civilizado, si te interesa.
Aunque estos idiotas no lo creen.

Fénix volvió a intentar soltarse, gruñendo.

—Nos han capturado por culpa de esa mujer —masculló—. La comandante…

—Enid Drakewood —completó Marius, bufando—. La conozco. No es precisamente la más amable del mundo.

Luego se inclinó un poco hacia él, bajando la voz.

—Escucha, Fénix. Tengo una propuesta.

Fénix dejó de forcejear y lo observó con cautela.

—¿Qué clase de propuesta?

—Si me ayudas a liberarme… yo te ayudo a ti. —Marius sonrió—. Dos prisioneros tienen más posibilidades que uno solo. Y créeme… no pienso quedarme aquí.

Fénix dudó. Pero no demasiado.

La alternativa era esperar a que la Banda Eclipse decidiera qué hacer con él.

—Está bien —aceptó—. ¿Cuál es tu plan?

Marius sonrió como quien lleva horas preparando algo.

—Muy sencillo. Ya observé todo mientras tú dormías la siesta forzosa.
El guardia que nos vigila suele quedarse dormido a esta hora. El campamento está mal armado, hay muchas brechas entre los carros, y tú, por suerte, no estás encadenado con plata. Si te mueves lo suficiente, puedes alcanzar el contrapeso del poste y aflojar tu cadena. Yo… —señaló los grilletes quemados— no puedo moverme mucho, o seguiré carbonizándome.

Fénix asintió con expresión seria.

—Si salgo primero… te saco de las cadenas después.

—Exacto —dijo Marius, completamente confiado—. Y luego… corremos como si nos persiguiera el infierno.
Spoiler: probablemente lo hará.

Fénix tragó saliva, sintiendo cómo su corazón empezaba a acelerar.

Era arriesgado.
Era una locura.
Pero era su única oportunidad.

Y así, en aquel campamento olvidado, el futuro Guerrero Oscuro y el futuro Salvador cruzaron por primera vez sus destinos. Sin saber que aquel trato improvisado cambiaría el mundo para siempre.

La cadena cedió con un chasquido sordo.

Fénix se quedó quieto un segundo, respirando hondo. Tal como Marius había dicho, si tensaba el cuerpo y hacía fuerza hacia atrás, el contrapeso del poste hacía el resto. Ahora estaba libre.

Se deslizó fuera de la tienda, aún adolorido, pero decidido. Tal como Marius había calculado, el guardia estaba sentado en una silla, con la cabeza caída hacia adelante y roncando como un toro exhausto.

Fénix se acercó en puntas de pie.
Se agachó.
Metió la mano en el cinto del guardia.

Tintineo leve.

Las llaves.

De inmediato volvió con Marius.

—Hora de irse —susurró Fénix.

Marius alzó las manos lo más que pudo. Las cadenas de plata estaban soldadas a los grilletes, incrustadas en la piel quemada. Fénix tardó unos segundos en encontrar la llave correcta.

Click.

Los grilletes cayeron.

Marius respiró hondo, como si algo helado dejara por fin de morderle las muñecas.

—Ah… qué gusto da no estar ardiendo vivo —bromeó, moviendo las manos doloridas—. Vámonos antes de que esos inútiles despierten.

Los dos se escabulleron entre carros, lonas mal puestas y fogatas apagadas hasta llegar a una carpa más grande, custodiada solo por una cuerda floja atada a una estaca.

Fénix levantó la lona.

Y se quedó inmóvil.

Dentro, sobre un par de mesas y soportes improvisados, había un arsenal entero:

Una armadura negra, reforzada.
Una espada delgada pero letal.
Una ballesta repetidora de engranajes complejos.
Cuchillos de plata y acero oscuro.
Botellines con líquidos extraños.
Un par de guantes protectores.
Unas botas pesadas.

Era un arsenal para una guerra individual.

—¿Todo esto… es tuyo? —preguntó Fénix, incrédulo.

—Sí —respondió Marius con total naturalidad, mientras empezaba a ajustarse la armadura—. No soy un lycan cualquiera. Estoy en una cruzada para acabar con todos los vampiros. Cada uno de estos artefactos sirve para algo. Y créeme, los he necesitado.




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