Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 37 - Nosferatu-2 FIN

Capítulo 37 - Nosferatu-2 FIN

Enid temblaba como si la sangre se le hubiese convertido en hielo.
Cuando Fénix dio un paso para correr hacia Marius, una mano se cerró con fuerza en su brazo.

—¿Eh? —Fénix miró hacia atrás.

Enid estaba aferrada a él con ambas manos, los dedos clavándose casi como garras.
Sus ojos estaban desorbitados, llenos de pánico puro.

No… no vayas… no me dejes sola… —balbuceó, con la voz quebrada.

Fénix intentó apartarse suavemente al principio.

—Enid, suéltame. Marius está en problemas, tengo que—

—¡No! —lo interrumpió, apretando aún más—. No entiendes… eso… eso no es normal… no es un lycan, no es un vampiro normal… es un monstruo…
La respiración le falló—. ¡Si sales ahí te va a arrancar la cabeza!

Fénix frunció el ceño, intentando mantener la calma pese al caos que los rodeaba.

—Escúchame… si no le ayudo, nos mata a todos.
Suéltame, Enid.

No… no puedo… —dijo ella, ya con lágrimas formándose—.
Esos ruidos… ese ojo… esos lycan fuera… Estamos atrapados, ¿lo entiendes?
Yo… yo no puedo volver a ver algo así… ¡no puedo!

Fénix tiró un poco más fuerte para liberarse, pero ella seguía aferrada con desesperación, como si su vida dependiera de ello.

—Enid… —Fénix ladeó la cabeza y la miró con una mezcla de paciencia y apremio—.
Me estás sujetando como si fuera a desaparecer.
Pero si no hago algo sí que vamos a desaparecer los dos.

Enid negó con la cabeza, casi histérica.

—¡No! ¡No me dejes!
Fénix… tú… tú viste lo que hay ahí… viste ese maldito bicho… ¡no quiero morir!

Un estruendo resonó desde la planta baja.
Orlok seguía golpeando algo, fuera de control.

Fénix suspiró, tensando la mandíbula.

—Enid… no te voy a dejar sola. Te lo prometo.
Pero ahora tienes que confiar en mí.

Ella lo miró, todavía sin soltarlo, como si luchara internamente entre el miedo y la razón.

La vieja escalera temblaba por los golpes del combate. Orlok, con el rostro desencajado y un ala atravesada por la espada de Marius, gruñía como un animal acorralado. De pronto, giró la cabeza hacia Fénix y le lanzó una maldición gutural.

—¡Tú! —bramó—. ¡Siempre interfiriendo!

En un movimiento brutal, agarró a Fénix del pie y lo lanzó contra la pequeña estructura de madera. El impacto fue seco, violento. La escalera se astilló y Fénix quedó hundido entre los tablones rotos, escupiendo un hilo grueso de sangre. Su espada, la God Killer, salió despedida, giró en el aire y quedó clavada en el suelo, vibrando como si respirara.

Orlok avanzó tambaleante, pero con una fuerza monstruosa. Se volvió hacia Marius, que no lograba incorporarse.

—Primero acabaré con el que empezó todo esto —gruñó mientras lo agarraba del torso con ambas manos. Comenzó a estirarlo, articulación por articulación, como si fuera a desgarrarlo en dos.

Entonces, algo rompió el silencio.

En lo alto de las escaleras, una silueta apareció en la penumbra. Alta. Inmóvil. Indefinible. Fénix entrecerró los ojos, intentando entender si era real o producto del impacto… pero la figura le habló con una voz que retumbó solo dentro de su mente.

—Rápido… —susurró aquella presencia—. Empuña tu espada. Apuñálalo. La God Killer purifica todo mal. Es un arma forjada para extirpar la oscuridad, para consumir lo impuro. No dudes.

La figura avanzó un paso, y la voz se volvió más firme:

—Esa espada existe para esto. Para borrar aquello que no debería existir. Úsala.

El cuerpo de Fénix temblaba, pero sus manos se movieron por pura voluntad. Se arrastró fuera de los tablones rotos, respiró hondo, forzó su brazo a extenderse… y tomó la empuñadura de la God Killer. El metal estaba caliente, casi vivo, como si reconociera el propósito.

Con un rugido desesperado, se lanzó hacia Orlok.

El monstruo apenas tuvo tiempo de girarse. La hoja entró directo en su pecho, atravesándole el corazón corrupto. Una luz azul, intensa y abrasadora, brotó del punto de impacto y comenzó a envolverlo. Orlok soltó a Marius al instante, retorciéndose en un grito inhumano.

—¿Qué… es esto…? —aulló mientras aquella llama lo consumía desde dentro.

Sus alas se desintegraron. Su piel se cuarteó. Su cuerpo entero ardió en un fuego azul que no quemaba madera ni piedra, solo la maldad enraizada en él. En cuestión de segundos, Orlok se volvió polvo, arrastrado por un viento que nadie sintió.

Fénix, jadeante, volvió la vista hacia lo alto de las escaleras.

La figura ya no estaba.

La oscuridad lo había devorado de nuevo, como si jamás hubiese existido.

El polvo azul aún flotaba en el aire cuando Fénix cayó de rodillas, agotado. Su respiración era entrecortada y cada fibra de su cuerpo ardía de dolor. Se apoyó en la God Killer, clavada en el suelo, usando la hoja como único sostén para no desplomarse.

A unos metros, Marius yacía tendido boca arriba, casi inconsciente. Sus ojos entreabiertos apenas lograban enfocar, pero alcanzó a ver la silueta de Fénix sosteniéndose con dificultad.

—No… sabía… que tu espada podía hacer eso —murmuró, con una voz ronca y débil.

Fénix tragó saliva, respiró hondo y dejó escapar un gruñido mientras incorporaba un poco más su postura.

—Yo tampoco… —admitió, con un hilo de voz—. Ni idea… de que podía… quemar a alguien así.

La God Killer vibró suavemente, como si respondiera a sus palabras. Fénix la miró de reojo, sin comprender del todo lo que había ocurrido.

Detrás de él, Enid seguía temblando, aferrada al brazo de Fénix. Todavía asustada, pero la amenaza desaparecida le permitió recuperar un poco de aire. Sus dedos, que antes lo sujetaban con desesperación, se aflojaron apenas, aunque no se atrevió a soltarlo del todo.

—Fénix… —susurró—. ¿Ya… se acabó?

Fénix, todavía apoyado en su espada, asintió despacio.




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