Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 40 - El plan

Capítulo 40 - El plan

Enid respiró hondo, dejando de discutir con Marius para centrarse de nuevo en el mapa. Su expresión recuperó la firmeza militar que solía mostrar cuando tomaba el mando.

—Bien —dijo, señalando tres puntos imaginarios en el recorrido—. Si vamos a la Torre de Jotunhaim, necesitamos un plan claro. Yo me encargaré de la estrategia y de las órdenes durante el avance. Marius, tú cubrirás la retaguardia con tus flechas y cuchillos. Conoces mejor que nadie los movimientos típicos del Imperio.

Marius asintió con un gesto seco, todavía molesto por la discusión anterior, pero dispuesto a colaborar.

—¿Y qué hay de él? —preguntó, mirando de reojo a Fénix.

Antes de que Enid respondiera, Fénix levantó la voz:

—Quiero ir al frente.

Ambos lo miraron como si no esperaran esa afirmación tan directa.

—¿Tú? —murmuró Enid, arqueando una ceja—. ¿Estás seguro?

Fénix dio un paso hacia el centro, apoyando una mano sobre la mesa y la otra en el mango de la God Killer.

—Mi espada es perfecta para acabar con esas criaturas —dijo con una calma casi inquietante—. Lo vimos en la mansion. Ninguna de esas cosas pudo tocarme… y Orlok… —Su voz se apagó un momento—. Esa espada purifica todo lo que es maldad. Lo sentí. Lo vi.

La sombra de la mansión volvió a su mente.

Aquella figura alta, oculta entre la oscuridad.
Su voz resonando entre ruinas: “Purifica el mal… actúa rápido… empuña la espada…”
El fuego azul devorando a Orlok.
El polvo cayendo.

Fénix tragó saliva y volvió al presente.

—Si alguien debe abrir el paso, soy yo —insistió—. Además, si hay criaturas, vampiros, o lo que sea… mi espada las hará cenizas antes de que puedan tocarnos.

Marius lo observó un momento y luego bufó.

—El chaval tiene razón. Nadie corta monstruos como él. Es raro, pero lo hace bien.

Enid meditó un instante, cruzándose de brazos. Finalmente, asintió.

—Muy bien. Fénix irá adelante. Yo iré justo en el medio, coordinando movimientos. Marius, tú cubrirás desde atrás. Iremos formando una línea móvil: si somos atacados, avanzamos sin detenernos. No quiero que nos rodeen en campo abierto.

Fénix inclinó la cabeza.
—Perfecto.

Enid marcó la ruta hasta la Torre de Jotunhaim y concluyó:

—Nos jugamos la vida… y la princesa del reino. Más vale que los tres estemos sincronizados.

Fénix miró de reojo la God Killer, reparando en los nuevos grabados que Tom había pulido.
La hoja parecía vibrar levemente, como si respondiera a un pulso interno.

Purifica el mal…

Una parte de él se preguntó quién demonios era aquella figura…
Y por qué, en el fondo de su corazón, la presencia no le resultaba extraña.

Minutos despues...

En el patio interior del castillo, el equipo descendía hacia los establos. El olor a heno, cuero y tierra húmeda les recibió como un recordatorio de que, una vez cruzaran las murallas, no habría vuelta atrás hasta cumplir la misión.

Tom los esperaba apoyado en una columna de madera, con los brazos cruzados y una sonrisa nerviosa.
—Ya era hora. Pensé que nunca saldríais.

Detrás de él, había preparado tres monturas magníficas.

Para Enid, un imponente caballo blanco, musculoso y elegante, con el arnés recién pulido.
Para Marius, un robusto caballo marrón, resistente y de mirada alerta.
Para Fénix, un caballo negro de crines largas, de esos que parecían devorar la distancia con solo respirar.

Tom se acercó primero a Enid y le tendió las riendas.
—Este es Bruma. Es rápido y disciplinado… espero que no te salga más rebelde que tú.

Enid soltó un resoplido y giró los ojos.
—Muy gracioso, Tom.

Luego fue hacia Marius.
—A ti te toca Leon, cuídalo. Es fuerte, pero no te va a aguantar si te pones a gruñirle como a todo el mundo.

Marius lo miró con una ceja levantada, pero terminó aceptando las riendas.
—Mientras corra, no me importa cómo se llame.

Por último, Tom se plantó ante Fénix, con un aire más solemne.
—Y este… este es Sombra. Te va perfecto, chaval.

Fénix pasó la mano por el cuello del caballo negro. El animal resopló y bajó la cabeza, como si lo reconociera.
—Gracias, Tom.

El herrero tragó saliva, conteniendo la emoción. Caminó unos pasos hacia atrás para verlos a los tres juntos.
Su sonrisa se volvió más seria, más cargada de peso.

—Escuchadme bien —dijo—. Quiero que volváis con la princesa… pero lo más importante es que volváis vosotros tres. No quiero que os pierda ese maldito imperio de vampiros. Es un viaje largo, y quién sabe qué cosas os esperan por el camino.

Enid inclinó la cabeza, solemne.
—Volveremos. Lo juro.

Marius chasqueó la lengua.
—Si Lucian está allí… no pienso morir antes de verle la cara.

Fénix montó en Sombra de un salto preciso.
—Gracias por todo, Tom. Si salimos de esta… te debo una jarra de cerveza.

Tom rió, intentando ocultar la preocupación.
—No me debes nada. Solo vuelve, ¿sí?

Los establos quedaron en silencio mientras los tres montaban y se alineaban. Tom levantó una mano, como bendiciendo el viaje.

Y con un golpe en los estribos, los tres salieron al amanecer, cabalgando hacia la Torre de Jotunhaim
y el infierno que les aguardaba.

A las afueras de Jotunhaim se extendía un campo inmenso, tan vasto que parecía no tener fin. La torre negra se alzaba en el centro como un coloso muerto, y en un radio de más de mil kilómetros la tierra estaba ocupada por campamentos improvisados de vampiros. Eran cientos, miles, tal vez decenas de miles. Fogatas, tiendas de piel, torres de vigilancia, trincheras, estacas, y un caos organizado propio del Imperio Milenario.

Los vampiros bebían, apostaban, discutían, se golpeaban entre ellos por diversión, algunos mordían animales y los desangraban sin prisa. La nube de oscuridad que siempre acompañaba a las tropas del imperio mantenía la luz del día en un perpetuo atardecer rojizo.




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