Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 42 - El precio

Capítulo 42 - El precio

Amanecía. La bruma matinal aún cubría el campamento cuando Marius abrió los ojos, estirándose como si hubiera dormido sobre un colchón de plumas.

—Dioses… —murmuró satisfecho—. Hacía años que no dormía tan bien.

A unos metros, Enid ya estaba recogiendo utensilios y apagando los restos de la fogata, concentrada y con el gesto ligeramente tenso.
Los pájaros empezaban a cantar. Todo parecía en calma… hasta que Marius se giró y vio a Fénix completamente tirado sobre su manta, boca abajo, con el pelo hecho un desastre.

Marius chasqueó la lengua.

—Eh, Fénix. Arriba.

El Guerrero ni se movió.
—Cinco minutos más… —murmuró con la voz dormida.

—No. —Marius suspiró y, sin más ceremonia, le dio un buen golpe en la espalda.

—¡¿QUÉ—?! —Fénix pegó un salto como si lo hubieran atacado—. ¡¿Por qué me pegas?! ¡Podrías haber hablado como una persona normal!

—Lo intenté. —Marius cruzó los brazos—. Eres tú el que duerme como una roca mojada.

—Pues yo dormí una mierda —refunfuñó Fénix, pasándose la mano por la cara—. ¿Dónde está Enid?

Enid, sin girarse, respondió con frialdad:
—Aquí. Y si hubieras ayudado un poco, ya habríamos terminado.

Marius ignoró el tono y le tendió la mano a Fénix.
—Vamos, levántate. Tenemos un reino que salvar.

Fénix lo miró con resignación, luego tomó su mano y se incorporó con un gruñido.

—Odio madrugar —dijo.
—Lo sé —respondió Marius.

Fénix se sacudió el sueño de encima con un último suspiro y se inclinó para tomar la God Killer, apoyada junto a su manta. La levantó con un movimiento fluido, se la colocó en la espalda y ajustó las correas hasta que encajó perfectamente contra su cuerpo. El metal oscuro reflejó la luz tenue del amanecer, dándole un aspecto casi ritual.

Enid, que ya tenía parte del equipo ordenado, alzó la vista.

—Si nos damos prisa, estaremos cerca de Jotunhaim antes de que anochezca. —Enrolló una cuerda sin mirar atrás—. Con suerte.

Marius asintió y empezó a desarmar su parte del campamento.
—Entonces no perdamos tiempo.

Fénix respiró hondo, tragándose el orgullo. Caminó hacia Enid, intentando que su tono sonara lo más neutral posible.

—Oye… sobre lo de anoche… —murmuró—. Perdón. No era mi intención—

Enid giró la cabeza lentamente, con una expresión que bastaba para congelar sangre.

—Cállate —le cortó, seca como un filo—. Si dices una sola palabra más del tema, te arranco la lengua yo misma.

Fénix se quedó rígido.
—Entendido.

—Bien —dijo ella mientras metía sus cosas en el petate—. Ahora ayuda, que no pienso cargar con todo yo sola.

El campamento quedó vacío en cuestión de minutos. Las brasas fueron apagadas, las mantas enrolladas y el aire frío de la mañana envolvió a los tres mientras montaban.

Enid subió a su caballo sin una palabra y espoleó a la yegua, alejándose varios metros por delante. Su silueta avanzaba firme, casi como si quisiera asegurarse de que nadie, ni siquiera sus propios compañeros, pudiese acercarse demasiado.

Fénix y Marius quedaron un poco atrás, avanzando a un ritmo constante.

Durante un rato solo se escuchó el sonido de los cascos contra la tierra y el viento entre los árboles. Hasta que Fénix rompió el silencio.

—Marius… —murmuró, sin apartar la vista del camino—. ¿Qué te llevó a empezar esta cruzada? Quiero decir… ¿por qué dedicar tu vida entera a esto?

Marius dejó escapar una risa baja, amarga.

—Eso, Fénix, es una historia muy larga. Pero ya que tenemos camino por delante… —Giró levemente la cabeza—. Desde que la humanidad empezó a escribir su historia, los lycan existíamos. Y desde entonces, siempre fuimos lo mismo: herramientas. Animales de guerra. Mano de obra barata. Esclavos.

Fénix frunció el ceño.

—¿Esclavos de quién?

—De los vampiros más poderosos. —La voz de Marius se volvió áspera—. Lucian, un anciano vampiro, me encerró durante más de dos siglos. Me utilizó para experimentar, para entrenar a sus tropas, para alimentar su ego. Y cuando creyó que ya había exprimido todo lo útil de mí… intentó ejecutarme. —Una sonrisa torcida cruzó su rostro—. Pero no lo consiguió.

Fénix sintió un nudo en el estómago.

—¿Y escapaste?

—Escapé, sí. Y maté a todos los que pude en el proceso. Pero no fue suficiente. —Los ojos de Marius brillaron con un resentimiento antiguo—. Comprendí que mi libertad no servía de nada si otros seguían viviendo lo que yo viví. Así que decidí cambiarlo. Si nadie iba a luchar por los nuestros, lo haría yo. Aunque tuviese que incendiar el mundo para ello.

El silencio volvió, pero esta vez cargado de peso. El aire se tensó entre ambos.

Marius habló de nuevo, más bajo, más reflexivo.

—Hay algo que debes entender, Fénix. Algo que aprenderás por las malas algún día. —Lo miró de reojo—. El sufrimiento es el cincel que talla al monstruo o al héroe. La diferencia está en qué eliges hacer con lo que te rompen.

Fénix sintió un escalofrío recorrerle la columna. La frase se le clavó en lo más hondo, como si algo dentro de él hubiese despertado sin permiso.

—Eso… —murmuró—. Eso es fuerte.

—Y real. —Marius volvió la vista al frente—. Llegará el día en que te rompan como me rompieron a mí. Cuando eso pase… decidirás qué eres de verdad. Y ese día, Fénix Rogers, será tu punto de inflexión.

Fénix tragó saliva, sin saber qué responder.

Delante, Enid no miraba atrás. No sabía lo que acababa de ocurrir, pero el destino de Fénix acababa de empezar a desviarse, apenas un milímetro… lo suficiente para que, en un futuro, aquel milímetro se transformara en un abismo.

Un futuro donde nacería el Guerrero Oscuro.

El sol ya comenzaba a caer cuando el trío alcanzó una pequeña posada de madera al borde del camino. No era más que una construcción sencilla, apenas iluminada por un farol colgado en la entrada, pero después de tantas horas cabalgando, parecía un oasis.




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