Capítulo 43 - Ataque a Jotunhaim
Las risas del campamento nocturno eran graves, ásperas, cargadas de ese tono burlón que solo los vampiros adquieren cuando creen que nada puede tocarles. Un grupo jugaba a las cartas en torno a un barril. Otros apostaban huesos, monedas, pieles. Algunos discutían, otros se reían como hienas.
La noche parecía rutinaria… hasta que uno de ellos frunció la nariz.
—¿Lo oléis…? —murmuró.
Otro levantó la cabeza, aspiró, y su expresión se contrajo.
—Carne quemada.
—¿Quién está cocinando a estas horas?
Una tercera figura señaló con el dedo, temblando.
—No es carne… es nosotros.
Las llamas surgieron desde una línea del campamento, avanzando devorando telas, postes y carpas, multiplicándose con una rapidez brutal. En segundos, una muralla de fuego serpenteó entre las tiendas, iluminando rostros deformados por el pánico.
—¡FUEGO!
—¡CORRED!
—¡EL FUEGO MATA! ¡EL FUEGO MATA!
Los vampiros comenzaron a chocar entre sí, cayendo, tropezando, empujando a los más débiles hacia las llamas. Algunos intentaban apagar el fuego a golpes, pero apenas el calor les tocaba, la piel se les agrietaba, ennegrecía y se desplomaban muertos, rígidos.
Y entre el caos…
Tres figuras avanzaron desde la oscuridad con calma calculada.
Enid al frente izquierdo.
Marius cubriendo la retaguardia.
Fénix… directo al centro, paso firme, mirada fija en la torre.
No corrían.
No necesitaban hacerlo.
Uno de los vampiros, desesperado, agarró un cuerno e inhaló con fuerza.
—¡IIIIIIIIIIIUUUUUUUUUUUU!
El sonido atravesó todo el campamento.
—¡INTRUSOS! ¡INTRUSOS!
El eco rebotó en las carpas… y cien miradas ensangrentadas se giraron hacia el grupo.
Fénix suspiró.
—Ya era hora…
Desenfundó la God Killer.
El acero brilló con un resplandor blanco, casi divino, como si respondiera al caos y a la oscuridad.
—Vamos allá —murmuró.
Y entonces se lanzó.
El primer vampiro que tocó la hoja se partió en dos en un destello de luz. No sangró. No gritó. Simplemente se desintegró, purificado por un resplandor que quemó incluso el suelo bajo sus pies.
El segundo intentó abalanzarse, pero Fénix giró sobre sí mismo y lo atravesó de lado a lado. El cuerpo se fracturó en ceniza, arrastrado por el viento de las llamas.
Detrás de él, Marius abrió los brazos.
—¡Vamos, basura inmortal! —rugió, disparando flechas impregnadas de fuego. Cada proyectil que clavaba producía una explosión de luz anaranjada que hacía arder la cabeza del vampiro al instante.
Enid, por su parte, avanzó con precisión quirúrgica. Su nueva espada de plata cortaba tendones y gargantas mientras su armadura resplandecía bajo las llamas. Cada corte era limpio, decidido, sin piedad.
—No dejéis que se reagrupe la línea central —ordenó mientras seguía matando.
Fénix, cubierto por el brillo blanco de la God Killer, siguió avanzando entre las carpas que ardían. Los vampiros se lanzaban sobre él desesperados, pero cada uno que lo tocaba quedaba reducido a polvo.
Una tormenta de luz y fuego avanzaba hacia la torre…
Y nada en esa noche iba a detenerlos.
Las llamas seguían creciendo, devorando tiendas, cuerpos y estacas improvisadas. El caos se extendía por todo el campamento; vampiros corriendo, otros cayendo al suelo convertidos en ceniza por las quemaduras. Fénix avanzaba como un vendaval oscuro, partiendo en dos a cada enemigo que se interponía. Enid y Marius cubrían su retaguardia, quemando todo rastro hostil.
De pronto, un silbido cortó el aire.
Un destello plateado voló directo hacia el cuello de Enid.
—¡ENID! —gritó Marius.
Él se lanzó hacia adelante con un reflejo casi suicida y atrapó la bayoneta en pleno vuelo.
El dolor fue inmediato.
Un chasquido.
Un siseo.
La plata le quemó la palma como si le hubieran apoyado una marca candente.
—¡Aaagh… joder! —espetó, soltando la hoja, que cayó al suelo humeante.
Enid se giró, alarmada. Fénix también.
El fuego se abrió por un instante, revelando una figura que avanzaba con pasos lentos y seguros entre las llamas.
Un hombre alto.
Ojeroso.
Cubierto de sangre seca en la ropa y con una mirada que no pertenecía a ningún ser cuerdo.
Una bayoneta gemela descansaba en su mano derecha.
Darem.
Su voz resonó con una calma escalofriante:
—“Y vi un jinete… y su nombre era muerte… y el infierno le seguía.”
Incluso los vampiros más cercanos dejaron de gritar por un segundo.
Fénix entrecerró los ojos.
—¿Y tú quién demonios eres?
Darem clavó la mirada en los tres, como si ya conociera sus pecados uno por uno.
—Soy el enviado. El que limpia la tierra antes del amanecer. Vosotros… intrusos… os habéis atrevido a cruzar donde no debíais.
Marius dio un paso adelante, aún con la mano quemada.
—¿Enviado de quién, loco de mierda?
Darem no parpadeó.
—De la voluntad que no necesitáis comprender.
Fénix soltó la God Killer, la dejó caer a su costado y sostuvo la mirada del desconocido.
—Mira, profeta de pacotilla, sea quien seas, no estamos aquí para jugar a los acertijos. No te interpongas.
Darem inclinó apenas la cabeza, como un verdugo antes del golpe.
—Vosotros buscáis a la princesa. Yo busco purificar la sangre impura. Y hoy… vuestra historia termina.
La tensión estalló.
Fénix habló sin apartar los ojos del enemigo:
—Enid, Marius. Seguid adelante. Id a por la princesa.
Enid abrió la boca para protestar.
Marius levantó una mano.
—Fénix, espera. Ni siquiera sabes con quién estás—
Fénix lo cortó con un gesto brusco.
—No pasará nada. Le ganaré tiempo. Ahora, ¡moved el culo!
Enid fue la primera en reaccionar, con la mandíbula tensa.
—Vamos —ordenó a Marius.
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Editado: 16.12.2025