Capítulo 44 - Ataque a Jotunhaim-2
El cielo se abrió con un estruendo que hizo vibrar la tierra.
Todos —vampiros, soldados del Imperio Milenario, criaturas menores y hasta los propios animales del campamento— quedaron congelados al ver descender al dragón negro.
El monstruo batió sus alas y levantó un huracán de polvo. Sus ojos, dos brasas azules, recorrieron el caos del terreno… y entonces abrió la mandíbula.
Un torrente de fuego azul salió disparado como una ola viva.
Los vampiros no tuvieron tiempo ni de gritar.
En cuestión de segundos, cientos quedaron reducidos a huesos ennegrecidos. Las carpas ardieron como papel, las estructuras improvisadas colapsaron y el olor a carne quemada impregnó el aire con una intensidad insoportable.
—¡Joder, joder, joder! —Fénix sintió cómo todo su cuerpo se tensaba de puro pánico.
El dragón giró la cabeza hacia él. Solo ese movimiento bastó para que el corazón se le paralizara un instante.
—¡NOPE! —gritó.
Soltó la God Killer sin pensarlo; el arma cayó con un golpe seco sobre la tierra.
Fénix empezó a correr lo más rápido que sus piernas le permitían. El suelo temblaba a cada paso que daba el dragón detrás de él.
Un rugido sacudió el aire.
La luz azul volvió a iluminar la noche.
—¡Mierda, mierda, mierda! —Fénix buscó desesperado dónde meterse.
Entonces lo vio.
Un hoyo en la tierra, pequeño, apenas una abertura natural entre rocas y raíces. No era grande… pero era su única oportunidad.
—¡Que sea lo que sea! —saltó de cabeza.
Cayó dentro del agujero, chocando contra tierra húmeda. Se encogió todo lo que pudo y cubrió su cabeza con los brazos.
El aliento del dragón pasó justo por encima.
Durante un segundo eterno, todo fue luz azul y calor insoportable. La tierra alrededor vibró como si estuviese a punto de derretirse. El rugido del fuego lo llenó todo.
Luego…
Oscuridad.
Silencio.
La torre entera se sacudió como si fuese un pilar de madera en mitad de una tormenta.
Las piedras vibraron, el polvo cayó desde el techo y el eco del rugido del dragón retumbó por todos los pasillos.
Enid y Marius ascendían por la escalera interminable, jadeando por el esfuerzo. Cuando un temblor especialmente fuerte sacudió la estructura, Enid perdió el equilibrio unos segundos y se apoyó en la pared.
—¿Qué… qué ha sido eso? —preguntó, con la voz quebrada.
Una ventana estrecha dejó pasar un destello azul.
Ambos se asomaron.
Y lo vieron.
El dragón negro, enorme como una pesadilla hecha carne, arrasaba con el campamento del Imperio Milenario. Fuego azul caía en cascada, reduciendo filas enteras de criaturas a cenizas. Todo el terreno alrededor de la torre era un infierno vivo.
Enid se quedó helada. Sus ojos se abrieron al máximo.
El miedo le heló la sangre.
—¡Dios mío…! —gritó, llevándose una mano al pecho.
El temblor siguiente casi la hace caer por las escaleras, pero se aferró al pasamanos de piedra. Quiso retroceder, quiso detenerse… pero su cuerpo avanzó solo, impulsado por una mezcla de adrenalina y deber.
Su respiración se volvió irregular.
Un nudo se formó en su garganta.
Sentía que las lágrimas querían salir, pero las contuvo clavando los dientes.
—Tenemos… tenemos que seguir —logró decir, aunque su voz temblaba.
Marius la observó en silencio por un instante. No dijo nada, solo asintió y continuó a su lado, protegiéndola mientras subían.
Pero Enid no podía dejar de pensar.
Fénix… ¿estará bien?
¿O…?
Sacudió la cabeza, negándose a terminar la frase incluso dentro de su mente. El simple pensamiento le dolía más que cualquier herida física.
—Tiene que estar vivo… —susurró, más para sí que para Marius.
Tras casi diez minutos subiendo aquella escalera interminable, Enid y Marius alcanzaron, por fin, la cima de la torre.
Ante ellos había una gran puerta de madera reforzada con hierro antiguo. Ambos intercambiaron una mirada, cargada de cansancio y tensión.
—Esta es… —murmuró Enid, respirando hondo.
Marius empujó la puerta con fuerza.
El chirrido retumbó en la sala circular.
Dentro, la luz de la luna entraba por un ventanal enorme.
Y allí, en medio del cuarto, de pie frente a la ventana, estaba la princesa Lilith.
Era una joven de unos dieciocho o diecinueve años, de piel muy pálida, casi luminosa. Su cabello blanco caía en ondas suaves hasta la cintura. Cuando giró la cabeza, sus ojos claros —entre azul y violeta— reflejaron una mezcla de sorpresa y nerviosismo.
Llevaba un vestido elegante, aunque desgastado por el encierro, y sostenía las manos juntas frente al pecho con una postura tímida, casi frágil.
Lilith dio un paso atrás al verlos.
—¿Q-quiénes… quiénes sois? —preguntó con voz baja.
Enid avanzó con seguridad, intentando parecer lo menos amenazante posible, aunque su expresión dura no ayudaba demasiado.
—Soy Enid Drakewood. Hemos venido a rescatarte. Tu padre, el rey de Vandrel, nos envió —respondió con firmeza.
Lilith la observó de arriba abajo… y retrocedió otro paso, apretando los labios.
—No… no sé si debería ir con usted —dijo en un susurro—. Tenéis… una cara muy severa. Parecéis enfadada.
Enid parpadeó, incrédula.
—¿Qué? No estoy enfadada —respondió, aunque su mirada dura la traicionaba por completo.
Lilith ladeó un poco la cabeza, temblando ligeramente.
—Lo siento… pero… no inspiráis mucha… confianza. Parecéis que queréis… pegarme.
Marius se llevó la mano a la cara, exasperado.
—No quiere pegarte —dijo él, intentando ayudar—. Es que Enid tiene esa cara todo el tiempo.
Enid clavó los ojos en él.
—¿Cómo que esa cara? —preguntó con tono peligroso.
—¿Veis? ¡Eso! —chilló Lilith, ocultándose parcialmente detrás de una silla—. ¡Eso mismo me da miedo!
#1172 en Fantasía
#653 en Personajes sobrenaturales
fantasia oscura magia vampiros, fantasía épica romántica, fantasía osura
Editado: 16.12.2025