Capítulo 45 - Ataque a Jotunhaim-3 FIN
El caballo frenó entre cenizas y humo azul. Fénix, aún temblando por la adrenalina y el dolor, deslizó una pierna hacia abajo y se dejó caer al suelo. Sus botas crujieron sobre restos carbonizados.
Se giró hacia Alucard.
—De verdad… gracias —dijo con sinceridad, inclinando ligeramente la cabeza. La voz le salió rasposa, pero firme.
Alucard lo observó desde la montura, su silueta recortada por las llamas azules que consumían el cadáver del dragón. Sus ojos brillaron un segundo con algo difícil de interpretar.
—Más te vale largarte ya —respondió con frialdad—. El Imperio Milenario no tardará en mandar más tropas. Y no creo que te apetezca enfrentarte a lo que viene después.
Fénix asintió, respirando hondo.
—Gracias… de verdad.
Se dio la vuelta un instante, limpiándose la sangre del labio y murmurando casi para sí:
—Si no fuera por ti, estaría muerto…
Cuando giró para buscar otra vez a Alucard, la montura negra ya no estaba. No había huellas, ni polvo levantado, ni un sonido que indicara hacia dónde se había ido. Como si nunca hubiera estado allí.
Fénix frunció el ceño, sorprendido, pero no perdió más tiempo. Se ajustó la empuñadura de la God Killer, aún manchada con el fuego azul del dragón, y empezó a caminar cojeando pero decidido hacia la torre.
A cada paso, la estructura colosal se alzaba sobre él, interminable, retumbando por los ecos de la batalla. Sabía que Enid y Marius estaban dentro. Sabía que tenía que llegar.
Y no iba a detenerse ahora.
Los pasos apresurados resonaban en el interior de la torre mientras Marius, Enid y la princesa Lilith descendían los interminables tramos de escaleras. Lilith, nerviosa y aún sujetando los pliegues de su vestido, intentaba no tropezar; Enid iba delante, firme, intentando ocultar el temblor en sus manos; Marius mantenía su postura serena, pero su respiración delataba la urgencia.
Al llegar al último escalón, la gran puerta de Jotunhaim apareció ante ellos… y allí, sentado en el umbral, estaba Fénix.
Apoyado contra la pared, la God Killer a un lado, el cuerpo lleno de polvo, sangre seca y quemaduras. Parecía agotado, pero vivo. Vivo de una forma casi imposible.
Enid abrió los ojos como platos.
—¿Fénix? —susurró, incrédula.
Marius dio unos pasos rápidos hacia él.
—¿Qué ha pasado? ¿Y el dragón? ¿Y los vampiros?
Fénix levantó la vista, frotándose el cuello como si fuera lo más normal del mundo.
—Los vampiros murieron por culpa del dragón… y al dragón lo maté yo.
Enid lo miró con absoluta incredulidad.
—¿Tú? ¿Tú solo? Sí, claro —espetó con sarcasmo—. ¿Qué sigue? ¿Que también apagaste las llamas con tus pulmones?
Fénix alzó la mano.
—Te juro que es verdad, Enid. Pasó tal cual lo estoy diciendo. Pero no importa ahora.
Se puso de pie con esfuerzo, apretando los dientes por el dolor.
—No tenemos tiempo para discutirlo. Más tropas del Imperio Milenario vendrán hacia aquí en cualquier momento. Si nos encuentran, estaremos acabados. Tenemos que irnos ya.
Marius asintió de inmediato. Enid tragó saliva, aún desconfiando, pero consciente de que no era momento para debates.
La princesa Lilith dio un paso atrás, alarmada por la gravedad en el rostro de todos.
—¿Q-qué hacemos? —preguntó con voz temblorosa.
Fénix dio un paso adelante, tomó aire y dijo:
—Correr.
El grupo salió de Jotunhaim sin mirar atrás. El aire frío pegaba con fuerza, y el silencio que los rodeaba resultaba casi incómodo. Cuando llegaron al exterior, los tres se quedaron paralizados por un instante.
El campo de batalla era un paisaje devastado: tierra levantada, grietas enormes, armaduras rotas, restos de armas dobladas y manchas oscuras todavía humeantes. No quedaba un solo cadáver entero; todo era un caos silencioso, como si la violencia hubiese sido tan intensa que el mundo aún no entendía que había terminado.
—Por los dioses… —murmuró Marius, su voz casi quebrada.
—Esto lo hizo el dragón… —susurró Enid.
Fénix no dijo nada. Solo caminó hacia los establos. Los otros dos lo siguieron en silencio. Para su sorpresa, había exactamente tres caballos.
—Parece que tenemos suerte —dijo Marius, acercándose al pardo.
—No es suerte —respondió Fénix mientras soltaba el candado del establo—. Es lo único que quedaba.
Comenzaron a preparar las monturas con rapidez. En cuanto terminaron, el grupo se dividió de manera natural: Marius tomó el caballo pardo, Enid el blanco, y la princesa Lilith se acercó directamente a Fénix.
Ella le agarró suavemente del brazo, casi escondiéndose detrás de él.
—Solo… contigo me siento más segura —dijo en voz baja, evitando mirar a Marius y a Enid.
Enid frunció el ceño.
—No sabía que tenías un nuevo talento, Fénix… atraer princesas en medio de una masacre —comentó con un tono que no podía ocultar un leve toque de celos.
Fénix la ignoró por completo, centrado en ajustar las riendas del caballo negro.
—Subid. No tenemos tiempo.
Lilith fue la primera. En lugar de montar por sí misma, se colocó directamente en el regazo de Fénix, sentándose de lado, con las manos aferradas a su pecho para no caerse.
—¿Puedo…? —preguntó ella, buscando su mirada.
—Haz lo que necesites para no caerte —respondió él, dándole un leve impulso para que se acomodara mejor.
Lilith respiró hondo.
—Entonces… ¿cómo te llamas?
Fénix tomó las riendas y espoleó ligeramente al caballo.
—Fénix —respondió sin más.
—Es un nombre poderoso —dijo Lilith, casi susurrando—. Me gusta.
Los tres caballos avanzaban a toda velocidad por el camino estrecho que bajaba de las montañas. El viento frío cortaba las mejillas y levantaba la capa de polvo que aún quedaba del combate previo. Durante un minuto, todo fue silencio… hasta que Lilith señaló hacia las colinas.
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Editado: 16.12.2025