Capítulo 46 - Comandante
El patio de entrenamiento de Vlander estaba tranquilo aquella mañana. El cielo gris dejaba caer una brisa fría sobre las piedras, y el sonido metálico de la God Killer al golpear el aire retumbaba contra los muros del castillo. Fénix giraba la espada con ambas manos, acostumbrándose poco a poco a su peso, sintiendo cómo el metal parecía vibrar con cada movimiento. Todavía le dolían algunos músculos, pero no dejaba que eso lo frenase.
—¡Oye, Fénix! —llamó una voz clara desde el otro lado del patio.
Fénix detuvo el movimiento y giró. Una manzana voló hacia él. La atrapó sin esfuerzo.
Enid caminó hacia él con su expresión habitual: mezcla de concentración, carácter y un toque de sarcasmo que solo ella dominaba.
—Tienes buenos reflejos incluso cuando empuñas ese ladrillo de espada —dijo, cruzándose de brazos.
—Gracias —respondió él, dando un mordisco a la manzana—. ¿Necesitabas algo?
Enid respiró hondo, como si estuviera preparando las palabras.
—Tenemos que hablar. Los dos vamos a formar parte de los Tigres Blancos. El rey ya me confirmó mi puesto… y quiero que seas el capitán.
Fénix arqueó una ceja, sorprendido.
—¿Yo? Pensé que tú ibas a quedarte con ese puesto. Eres la favorita del rey y la mejor estratega del grupo.
—Justamente por eso —replicó Enid, señalándole con un dedo—. Yo puedo liderar, sí, pero no puedo inspirar a los soldados como tú. Cuando luchaste en Jotunhaim… cuando volviste vivo de esa locura… todos hablan de ti en el castillo. Dicen que eres un monstruo, pero uno de los buenos.
Fénix soltó un suspiro.
—No soy ningún líder. Solo hago lo que tengo que hacer.
—Y eso es lo que te convierte en un buen capitán —Enid se acercó un poco más, mirándole serio—. No estoy pidiéndotelo por compromiso. Te lo pido porque confío en ti. Y porque sé que no vas a dejar a nadie atrás.
Fénix bajó la mirada un segundo. No estaba acostumbrado a que confiaran en él de esa manera.
—Enid… yo…
Pero ella lo cortó antes de que siguiera.
—Y no, antes de que lo intentes, no me he olvidado de lo del río —añadió con un tono firme.
Fénix se quedó quieto, sosteniendo la manzana. Sabía exactamente a qué se refería. Lo ocurrido en aquel río, cuando ella creyó que él intentaba algo que no era. Un malentendido que él había tratado de explicar mil veces, sin éxito.
—Ni se te ocurra justificártelo —continuó Enid, levantando una ceja—. No te voy a creer aunque te pases diez años explicándolo.
Fénix resopló, resignado.
—Ni lo iba a intentar.
—Bien —dijo Enid, ligeramente satisfecha—. Así nos evitamos discusiones innecesarias.
Hubo un breve silencio entre ambos, solo roto por el viento frío.
Enid dio un paso más y apoyó una mano en el brazo de Fénix.
—Piensa en lo que te dije. Los Tigres Blancos van a necesitarte. Yo también.
Fénix la miró con una mezcla de sorpresa y seriedad.
—Oye, Fénix… —susurró—. ¿Tienes la sensación de que alguien nos está observando?
Fénix se detuvo.
—¿Observando…?
Ambos giraron la cabeza hacia un árbol cercano.
Y allí estaba.
Una mitad de una cabeza blanca, un ojo azul enorme asomando… y el resto del cuerpo claramente visible, aunque Lilith creía que estaba oculta. Cuando notó que la miraban, se pegó al tronco bruscamente, quedándose inmóvil como si eso la volviera invisible.
Enid soltó un suspiro que era mitad exasperación, mitad risa contenida.
—Esto es ridículo… —murmuró.
Fénix, intentando no reírse, habló en voz alta:
—Lilith… te estamos viendo.
Hubo tres segundos de silencio absoluto.
Entonces la princesa salió del escondite de la forma más torpe y dramática posible, tropezando un poco con la raíz del árbol antes de recomponerse, completamente sonrojada.
—Y-yo… esto… buen día… —balbuceó, juntando sus manos con nervios—. No estaba… espiando. Solo… pasaba por aquí. Muy casualmente.
Enid la miró con los brazos cruzados.
—Casualmente detrás de un árbol, respirando como si estuvieras corriendo un maratón.
Lilith se puso aún más roja.
—E-enid, por favor…
Luego giró hacia Fénix, incapaz de mirarlo directamente.
—Solo quería… darte las gracias otra vez… por salvarme. Eres… un héroe. Bueno, para mí lo eres.
Fénix se rascó la nuca, torpe.
—No fue nada. Literalmente intentaron matarte, era lo correcto.
—¡Exacto! ¡Lo correcto! —asintió Lilith rápido, demasiado rápido—. Y por eso… eh… traje esto.
Extendió sus manos… y había una cesta cubierta por un paño.
Enid levantó una ceja.
—¿Le has traído comida?
Lilith infló las mejillas, molesta.
—Es un gesto de agradecimiento.
Fénix levantó el paño.
Dentro había…
Una montaña de bollos dulces, cada uno con forma distinta, algunos deformes, otros perfectamente redondos, y uno que claramente tenía forma de… ¿God Killer en versión miniatura?
Enid se llevó la mano a la cara.
—Por favor… ¿le has hecho bollos con forma de espada gigante?
Lilith, roja como un tomate:
—¡Quería que fuese… especial!
Fénix sacó uno de los bollos deformes, lo probó y asintió.
—Está bueno.
Lilith casi explotó de alegría.
—¡¿De verdad?! ¡Temía que supiera a carbón otra vez!
—¿Otra vez? —preguntó Enid.
—N-nada, nada. ¡Disfrútalos! —dijo Lilith, retrocediendo un paso, tropezando otra vez, recuperándose como si nada hubiera pasado—. Bueno… me voy. No estaba espiando.
Se marchó corriendo… en dirección equivocada contra la pared.
—¡Ay!
—La salida está al otro lado, princesa —dijo Enid sin emociones.
Lilith cambió de dirección y huyó.
Enid y Fénix se quedaron en silencio unos segundos.
Luego Enid suspiró.
—Está claro que eres un imán para los problemas.
Fénix se encogió de hombros, mordiendo otro bollo.
En algún punto remoto de la Antártida, donde el Imperio Milenario había levantado una fortaleza imposible entre glaciares, el viento rugía como un animal salvaje. La gran sala del bastión, iluminada por antorchas y braseros gigantes, vibraba con tensión. Varios oficiales aguardaban con el rostro pálido mientras enormes puertas de hierro se abrían lentamente.
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Editado: 16.12.2025