Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 47 - A ti dentro de 3 años

Capítulo 47 - A ti dentro de 3 años

El campo de batalla parecía, por un instante, un lugar demasiado hermoso para la guerra. El cielo azul, la brisa suave y la pradera ondulante pintaban un cuadro de calma… hasta que el sonido de cascos rompió toda serenidad.

La tropa del Colmillo Roto avanzaba en formación, montados en sus caballos, confiados en que no encontrarían resistencia. Hasta que escucharon algo más: gritos, órdenes, el choque de metal.

Los jinetes vampíricos levantaron la vista.

Desde lo alto de la colina descendía un ejército perfectamente alineado, avanzando como una avalancha controlada. Los estandartes blancos brillaban al sol.

Los Tigres Blancos.

Los vampiros no dudaron ni un segundo. Desenfundaron armas, formaron filas improvisadas y cargaron a toda velocidad, confiando en su brutalidad.

Pero la organización de los Tigres Blancos era impecable.

La primera línea bajó los escudos con fuerza, la segunda preparó las lanzas, y la tercera—montada a caballo—desplegó una pinza perfecta. Entre ellos, destacando más que ninguno, un jinete desenfundó una espada gigantesca, tan larga que casi rozaba el suelo. Medía más de metro y medio.

Fénix.

Con un rugido que retumbó en toda la pradera, embistió contra ellos.

Su espada describió arcos amplios, precisos, devastadores. Cada movimiento cortaba el aire y, acto seguido, un vampiro. Rebanaba brazos, cabezas, torsos enteros. Era un torbellino imparable, una tormenta envuelta en acero.

A su alrededor, los Tigres Blancos avanzaban en formación perfecta, luchando como una sola unidad, sin perder ritmo ni quebrar la disciplina.

Los vampiros, desorganizados y superados, empezaron a caer uno tras otro hasta que solo quedaron unos pocos rezagados, que fueron abatidos sin dificultad por las últimas filas.

Cuando el silencio regresó, los Tigres Blancos levantaron las armas y estallaron en celebraciones. Habían cumplido su misión con éxito absoluto.

Fénix se quitó el casco, dejando ver el sudor recorriéndole el rostro y el cabello revuelto por el combate. Respiraba con fuerza, pero sus ojos seguían afilados, llenos de adrenalina.

Entonces, desde el lado derecho de la formación, apareció un caballo negro. Su jinete desmontó con elegancia, se quitó el casco y dejó al descubierto su rostro serio pero orgulloso.

Marius.

Se acercó a Fénix y le dio un pequeño golpe amistoso en el hombro.

—Bueno, hermano… —sonrió con arrogancia contenida— todavía no me ganas en el récord.

Fénix soltó una carcajada agotada.

—¿Cuántos llevas esta vez?

—Treinta y siete —respondió Marius con gesto triunfal.

—Pues yo treinta y cinco —dijo Fénix, encogiéndose de hombros—. Por dos no te alcanzo, maldita sea.

Marius sonrió.

—Te dije que todavía te falta para quitarme el primer puesto.

Ambos chocaron los puños, entre risas y resoplidos, rodeados por el jolgorio de los Tigres Blancos.

El día era hermoso, sí.

Pero más hermoso aún era el hecho de que Vlander seguía invicto.

Fénix se pasó la mano por el cabello, aún tratando de recuperar el aliento, mientras Marius seguía con esa sonrisa arrogante de ganador que lo sacaba de quicio… y, al mismo tiempo, lo motivaba.

—Vamos, Fénix —dijo Marius mientras limpiaba la sangre de su espada con un trapo—. Reconócelo. Si no fuera por mí, ya te habrían pasado por encima esos tres vampiros del ala izquierda.

Fénix lo miró con una ceja levantada.

—¿Tres? Si eran dos.

—Pues a mí me parecieron tres.

—Porque no sabes contar —respondió Fénix con un bufido.

Marius soltó una carcajada que resonó en la pradera ya despejada.

—Te veo picado. Eso te queda bien, te mantiene vivo —se burló, cruzándose de brazos—. Además, no es mi culpa que mi caballo sea más rápido que el tuyo.

Fénix giró la cabeza hacia su montura, que estaba comiendo hierba como si nada hubiese pasado.

—Mi caballo está cansado, ¿vale? Corre mucho más cuando quiere.

—Ah, claro —asintió Marius, exagerando—. Tu caballo solo corre rápido cuando hay comida, ¿no?

—Pues sí —respondió Fénix con toda seriedad—. ¿Y qué? Es un caballo práctico.

Marius negó con la cabeza, riéndose.

—Un día de estos, Fénix, voy a ponerte una carreta de comida detrás solo para ver si por fin me ganas en velocidad.

Fénix le lanzó un guante a la cara, sin violencia, solo para molestarlo, y Marius lo atrapó al vuelo.

—Sabes —añadió Fénix, bajando un poco la voz—. Algún día voy a superarte.

—Oh, lo sé —respondió Marius, poniéndose otra vez el casco—. Y quiero que pase. Sería aburrido si no me dieras pelea.

—Pues prepara tus numeritos, récord-boy —dijo Fénix mientras se subía al caballo—. Porque la próxima vez te voy a dejar atrás.

Marius sonrió, poniéndose también sobre su montura.

—Lo dijiste muy serio… casi te creo.

Fénix rodó los ojos, pero terminó riendo.

Los dos jinetes cabalgaron hacia el resto de la tropa, continuando su discusión entre bromas, empujones amistosos y esa competitividad que—sin decirlo—eran la prueba de que ya no eran solo compañeros de armas.

Eran hermanos en la guerra.

La taberna de Vandrel estaba abarrotada. El sonido de jarras chocando, risas y brindis llenaba el ambiente. Los estandartes con el emblema del tigre blanco colgaban en las paredes, como recordatorio de quiénes dominaban la noche después de otra victoria.

En una mesa cercana al ventanal, Marcus, Marius y Fénix compartían asiento. Marius ya llevaba varias rondas, Marcus iba por la tercera, mientras que frente a Fénix había solo una jarra de agua.

Marcus lo observó con cierto asombro.

—¿De verdad no bebes nada? —preguntó, señalando la jarra con una sonrisa burlona.

Fénix negó despacio, apoyando un codo sobre la mesa.




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