Code Fénix Ashes of the otherworld

Capítulo 48 - Reencuentro

Capítulo 48 - Reencuentro

El sol apenas había terminado de salir cuando Fénix ya estaba en el patio del campus militar, moviendo la God Killer una y otra vez con la disciplina casi obsesiva de cada mañana. El acero cortaba el aire con un silbido grave, mientras el joven respiraba con ritmo constante, como si cada movimiento fuese parte de una coreografía aprendida desde niño.

Tom observaba con los brazos cruzados, tomando nota mental de los gestos del muchacho.

—Tus reflejos han mejorado —comentó finalmente, acercándose—. Antes tardabas un segundo más en reaccionar a un ataque lateral. Ahora apenas te tomo por sorpresa.

Tom lanzó un rápido golpe con el bastón de entrenamiento y Fénix lo bloqueó al instante con el filo.

—Eso es —dijo Tom—, aunque sigues bajando demasiado el hombro izquierdo.

Fénix suspiró.
—Trabajo en ello.

Tom dio un rodeo, observando la armadura que Fénix llevaba puesta.

—La protección está bien, pero yo cambiaría algunas cosas.

—¿Otra vez? —gruñó Fénix.

—Le pondría un pequeño explosivo en la pechera, por si te acorralan —empezó a decir Tom con total naturalidad—, unos cuchillos ocultos en las muñecas y quizás una capa resistente al fuego. Nunca viene mal cuando luchas contra criaturas que escupen llamas.

Fénix lo miró como si Tom acabara de sugerirle subirse a una torre y saltar por diversión.

—Tom, no pienso llevar explosivos encima. Bastante peso tengo con la espada.

Tom chasqueó la lengua.
—Nunca aceptas mis mejores ideas.

—Porque ninguna de tus ideas son normales.

Hubo un breve silencio, hasta que Tom cambió de tema con un tono algo más curioso.

—Y dime… ¿cómo van las cosas con la comandante Enid? Me refiero… después de lo del río.

Fénix se quedó quieto, bajó la espada y carraspeó.

—Pues… bien… creo.

Tom levantó una ceja.
—Eso no suena a “bien”.

—No sé —murmuró Fénix, incómodo—. Cada vez que menciona lo del río me mira como si estuviera recordándomelo a propósito. Y yo ya ni intento explicarme.

Tom sonrió con cierta malicia amistosa.
—Eso significa que todavía no te perdona.

—Exacto, gracias por recordármelo —dijo Fénix mientras volvía a tomar postura, intentando enfocarse en el entrenamiento.

Tom alzó el bastón otra vez.
—Bueno, entonces entrena más. Nada mejora una conversación incómoda como ganar batallas.

En la corte del castillo, los estandartes ondeaban suavemente por la brisa que entraba desde los ventanales. El ambiente era solemne. Enid Drakewood avanzó hasta el centro de la sala, mientras los nobles y consejeros la observaban con atención.

El rey permanecía sentado en el trono, flanqueado por sus asesores militares.

—Comandante Enid —comenzó uno de los consejeros—, hemos recibido informes preocupantes desde las tierras de Nor.

Enid mantuvo la espalda recta.
—Hablad.

—Desde hace semanas se registran manifestaciones de seres de ultratumba en aquellas regiones. Antiguos espíritus, carroñeros nocturnos y… algo más que todavía no sabemos identificar.

Otro consejero añadió:
—Además, nuestros exploradores han visto movimientos del Imperio Milenario en zonas cercanas. No sabemos si están investigando algo, construyendo un puesto avanzado o buscando artefactos prohibidos.

Enid frunció ligeramente el ceño.
—¿Creen que ambos sucesos están relacionados?

—Es posible —respondió el rey, con tono grave—. Y necesitamos enviar una fuerza capaz de enfrentarse a amenazas desconocidas.

El salón quedó en silencio un par de segundos, hasta que el rey preguntó:

—Comandante Drakewood, ¿está dispuesta a asumir esta misión?

Enid respiró con calma.
—Por supuesto, Majestad. Estoy segura de que los Tigres Blancos son capaces de enfrentarse a lo que sea necesario.

Un leve murmullo aprobatorio surgió entre los consejeros.

—Entonces —dijo el rey—, partan cuanto antes. Y volved con respuestas.

Enid inclinó la cabeza, firme y confiada.
—Así será.

Enid salió de la sala del trono con paso firme, dejando atrás el murmullo de los consejeros y el eco apagado de las puertas al cerrarse. El aire del pasillo era fresco y estaba impregnado del aroma de flores recién abiertas. A través de los ventanales entraba una luz cálida, anunciando que aquel sería un día hermoso en el reino: el cielo despejado, el viento suave y una calma poco habitual para la capital.

Mientras avanzaba por la galería, con los estandartes del linaje real desplegados sobre los muros, Enid escuchó un leve roce detrás de uno de los pilares de mármol. No necesitó mirar para saber quién era.

—Ya te vi —dijo con tono seco—. No hace falta que te escondas.

Hubo un pequeño silencio, seguido de un tímido paso hacia delante. De detrás del pilar surgió la princesa Lilith, con las manos entrelazadas y el rostro ligeramente sonrojado. Su postura lo decía todo: era evidente que la presencia de Enid, tan ruda y directa, la intimidaba un poco.

—Buenos días, comandante… —murmuró Lilith, con voz suave.

Enid la observó con una ceja alzada.
—¿Vas a decirme por qué me estabas vigilando desde la esquina?

Lilith bajó la mirada, incómoda.
—No os estaba vigilando… solo… estaba esperando el momento adecuado.

—Para qué —preguntó Enid, cruzándose de brazos—. Sueles tener un motivo cuando me sigues por los pasillos.

La princesa respiró hondo, reuniendo valor.
—Quería preguntar por el capitán Fénix. Hace tiempo que no lo veo. Sé que los Tigres Blancos no se mezclan con la nobleza, pero… —titubeó— me preocupa que esté bien.

Enid suspiró por dentro. Se lo esperaba. Siempre era lo mismo cada vez que Lilith reunía valor para acercarse.

—El capitán está entrenando, como siempre —respondió Enid con un tono tajante, casi cortante—. Está sano, está ocupado y no necesita que lo estés buscando en cada pasillo del castillo.




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