CAPÍTULO 2 : La marca del vampiro
El suave golpeteo de unos nudillos en la puerta arrancó a Fénix de su sueño profundo. Parpadeó, desorientado, mientras los últimos vestigios del descanso se esfumaban. La habitación que lo rodeaba era amplia y lujosa, decorada con un minimalismo elegante: paredes gris pálido, muebles de roble oscuro y un ventanal cuyas cortinas opacas filtraban la luz del amanecer. En el centro, la enorme cama de satén parecía un oasis abandonado.
Fénix se incorporó y miró el reloj de pared: 7:00 AM.
Al abrir la puerta, se encontró con un hombre de servicio impecablemente vestido—traje negro, chaleco gris y corbata perfectamente anudada—que sostenía un traje colgado en un perchero y una carta en la mano. Su actitud era fría, pero cortés.
—Buenos días, señor Rogers —dijo el hombre con voz suave—. La señorita Enid me ha pedido que le entregue esto.
Fénix tomó el traje—un conjunto de tres piezas en negro carbón—y la carta, cuyo sobre blanco lucía un sello de cera.
—Gracias, amigo —murmuró, cerrando la puerta tras el sirviente.
Sobre la mesa de cristal, abrió la carta con curiosidad. La letra fluida de Enid se desplegó ante sus ojos:
Querido Fénix,
Espero que hayas descansado bien. El traje es un detalle por unirte a Enid Corp. Vístelo para nuestra reunión en el piso 42 a las 7:30 AM. Hay mucho que discutir sobre tu nuevo rol.
P.D.: Confío en que te adaptarás. Tienes habilidades únicas… y tengo planes para ti.
Enid Drakewood.
Fénix arqueó una ceja mientras doblaba la carta.
—Vaya, esto promete —masculló, ajustándose la corbata negra frente al espejo—. Espero que la señorita Sinclair sepa en qué se está metiendo.
Se guardó la carta en el bolsillo interno y salió de la habitación.
A pesar de la hora, el edificio bullía de actividad: ejecutivos con tablets, científicos con carpetas y guardias con auriculares se cruzaban en un ballet de eficiencia. Fénix esquivó el ajetreo con calma, encaminándose al ascensor.
—Vaya, todos parecen hormigas en misión —comentó en voz alta—. Menos mal que a mí solo me inyectaron veneno y no esta obsesión por la productividad.
Las puertas del ascensor se cerraron. Pulsó el botón del piso 42 y observó su reflejo en el metal pulido.
—Reunión con la jefa… ¿Qué podría salir mal?
El lugar era vasto: una mesa de madera pulida, sillas de cuero y luz tenue filtrándose por los ventanales. Vacío, excepto por Enid Sinclair, sentada al extremo con una sonrisa enigmática.
—Fénix —dijo, señalando la silla frente a ella—. Toma asiento.
Él obedeció, notando cómo su mirada lo evaluaba. Enid llevaba un vestido negro que acentuaba su porte aristocrático.
—A partir de hoy, trabajarás con un equipo especial: Lucian y Vanessa, dos lycans que llegarán en días —explicó, deslizando una caja de madera hacia él—. Y esto es para ti.
Fénix abrió la caja. Dentro, una pistola Matilda M93R con balas de plata relucía bajo la luz.
—No está mal —admitió, palpando el arma—. Elegante para un trabajo sucio.
Enid se inclinó hacia adelante, dejando caer un mechón de pelo sobre su hombro.
—Sabía que te gustaría —susurró, con un tono que rozaba lo coqueto—. Tú y yo haremos grandes cosas, Fénix.
Él contuvo un resoplido, pero no pudo evitar que el calor le subiera por el cuello.
—Solo espero que no me estés vendiendo más problemas de los que ya tengo.
—Eso —respondió ella, sonriendo— depende de ti.
Antes de que pudiera replicar, Enid deslizó una carpeta sobre la mesa.
—Tu primer objetivo: un vampiro en Oranienburger Strasse. Tres desapariciones en tres meses. Neutralízalo.
Fénix leyó el informe rápidamente.
—Ah, claro. Nada como un paseo bajo la lluvia para cazar chupasangres —ironizó, cerrando la carpeta—. ¿Algo más?
—Marcus te acompañará —añadió Enid—. Y Fénix… —su voz bajó a un susurro—, te estaré observando.
Él se levantó, guardando el arma en su chaqueta.
—No lo dudo, jefa.
Afuera, la lluvia azotaba las calles. Fénix golpeó la puerta de Marcus con el puño.
—¡Levántate, perezoso! ¡Tenemos trabajo!
Marcus abrió, el pelo revuelto y los ojos inyectados de sueño.
—¿En serio a las siete de la mañana? —gruñó.
—La jefa no negocia —replicó Fénix, arrojándole el informe—. Vampiros, sangre y posible muerte. Tu combo favorito.
Marcus maldijo, pero se vistió en segundos.
—¿Oranienburger Strasse? —preguntó, ajustándose el abrigo—. Podría ser peor. Podrían habernos mandado a un basurero.
Fénix sonrió, abriendo el paraguas.
—Aún es temprano.
La tienda de antigüedades estaba acordonada. Policías, flashes de cámaras y el cuerpo del vendedor en el suelo, una herida limpia en el abdomen.
—Ataque preciso —murmuró Fénix, agachándose—. No hubo lucha.
Marcus olió el aire.
—No hay rastro de mordidas. Este vampiro no quería alimentarse… buscaba algo.
Fénix asintió, examinando una gota de cera derramada cerca del mostrador.
—O a alguien.
Una sombra cruzó su mente: ¿Por qué aquí? ¿Por qué ahora?
—Vamos —dijo, levantándose—. Esta vampira no va a cazarse sola.
Marcus ajustó su arma bajo el abrigo.
—Después de ti, jefe.
La lluvia seguía cayendo. En algún lugar de Berlín, una figura pálida los observaba desde las sombras.