CAPÍTULO 11 : Descenso a la Oscuridad
—¿Qué tal si después de esto nos tomamos una cerveza? —murmuró Lucian, con una sonrisa tensa que no alcanzaba sus ojos—. Dudo que este lugar tenga algo más moderno que un candil, pero un bar en Berlín debería servir.
Fénix no apartó la vista de las sombras que se retorcían al borde de la luz.
—Si salimos de aquí sin que nada nos muerda el culo, yo invito —respondió, la voz seca como el polvo que levantaban sus botas.
El crujido de las tablas bajo sus pies era el único sonido y entonces...
Entonces, un susurro.
Húmedo. Cercano.
Justo detrás de Fénix.
—Están en mi dominio… nadie escapa.
Fénix giró sobre sus talones, pero ya era demasiado tarde. Una mano esquelética, fría como el mármol de una lápida, atravesó su pecho con un sonido viscoso. Sus ojos se dilataron al sentir los dedos cerrarse alrededor de su corazón.
—¡FÉNIX! —el grito de Vanessa desgarró el aire.
El cuerpo de Fénix fue lanzado como un trapo ensangrentado contra la pared, donde la oscuridad lo engulló sin piedad.
De las sombras emergió él.
Alto. Delgado. Piel cetrina pegada a huesos afilados como cuchillas. Sus ojos brillaban como ascuas en la noche, y su sonrisa mostraba una hilera de dientes amarillentos, dispuestos en un desorden macabro.
—Bienvenidos a mi hogar —dijo, la voz meliflua como miel envenenada—. Me llamo Adrian. No, no es un placer conoceros… pero debo agradeceros por traerme algo de entretenimiento.
Lucian empuñó su arma, los nudillos blancos de tanto apretar.
—¿Qué… qué eres? —la voz le tembló, pero no bajó la mirada—. ¿Qué le hiciste a Fénix?
Adrian rió, un sonido que comenzó como un susurro y terminó en un chirrido de grillos moribundos.
—Fénix… —repitió, saboreando el nombre—. Es un juguete interesante. Lo envié a pasear por los rincones de su propia locura. Volverá… si es que queda algo de él.
Vanessa retrocedió, pero su pie tropezó con algo blando. Al mirar hacia abajo, el corazón se le heló.
Huesos. Pequeños. Delgados.
¿De niños?
—Este lugar fue un orfanato —murmuró, la voz quebrada—. ¿Eres… uno de ellos? ¿Uno de los olvidados?
La sonrisa de Adrian se desvaneció. Por un instante, algo humano asomó en sus ojos.
—Yo soy lo que quedó —susurró— cuando todos los demás se fueron.
El rugido que siguió partió el aire como un trueno.
Desde las sombras, algo se movió con la velocidad de un felino enfurecido. Fénix, cubierto de sangre, los ojos ahora dorados y bestiales, se abalanzó sobre Adrian.
—¡Lucian! —su voz era un gruñido distorsionado, mitad humano, mitad monstruo—. ¡Escaleras a la derecha, SALGAN DE AQUÍ!
Lucian no lo pensó dos veces. Agarró a Vanessa del brazo y corrió. Tras ellos, el sótano retumbó con los sonidos de la pelea: huesos rompiéndose, gruñidos inhumanos, y la risa histérica de Adrian, que resonaba como un eco de pesadilla.
Al salir, la lluvia los golpeó con fuerza, fría y brutal como una bofetada.
—¡No podemos dejarlo ahí! —gritó Vanessa, los ojos brillantes de lágrimas.
Lucian apretó la granada de humo en su mano, la mandíbula tensa.
—Confía en él —murmuró—. Él sabe lo que hace.
Pero entonces, el edificio tembló.
Un rugido sobrenatural, como el de un depredador ancestral, sacudió los cimientos.
Y Fénix emergió.
Solo que ya no era Fénix.
Sin perder mas tiempo Fénix en su forma de Uber Lycan acabo de la manera mas grotesca con Adrian, primero lo arranco los ojos para despues arrancarle el corazon.
—Enid… —Lucian habló por el comunicador, la voz rota por la adrenalina—. Fénix cayó. Se transformó. Mató a todos. Ahora se dirige a las alcantarillas… si llega al metro…
Al otro lado de la línea, un silencio helado.
—Conténganlo —respondió Enid al fin, las palabras tan afiladas como cuchillas—. A cualquier costo.
Lucian miró a Vanessa. No hacía falta decirlo.
Fénix, su líder, su hermano de armas, era ahora la mayor amenaza para Berlín.
Y debían detenerlo cueste lo que cueste.