CAPÍTULO 15 : Sospechas y planes
La sala de reuniones del piso 42 de Enid Corp. era un cubo de cristal blindado suspendido sobre Berlín. La luz fría de los LEDs se reflejaba en la mesa de acero pulido, donde Marcus, Vanessa y Lucian esperaban. Enid estaba de pie frente al ventanal, sus dedos tamborileando un ritmo inquieto sobre el brazo de su silla.
—Bien —comenzó Marcus, deslizando una tablet hacia el centro de la mesa—. Patrullajes en el sector oeste, supervisión de los lycans jóvenes en el laboratorio Delta.
Lucian se hundió en su asiento con un gemido exagerado.
—¿Otra vez los láseres de seguridad? La última vez casi me fríen la retina.
Vanessa sonrió, haciendo girar un bolígrafo entre sus dedos.
—Fue culpa tuya por ignorar las advertencias.
Enid no respondió. Su mirada estaba fija en el horizonte, donde las nubes se enredaban como madejas de lana gris. Fénix. La palabra era un eco persistente en su mente. Alucard era poderoso, sí, pero también un volátil maestro de ceremonias del caos.
—Enid? —la voz de Marcus la trajo de vuelta—. ¿Todo bien?
—Sí —mintió, ajustándose el traje con un gesto nervioso—. Nada cambia. Protocolos estrictos.
Vanessa inclinó la cabeza, estudiándola.
—Es Fénix, ¿verdad?
Enid suspiró. La fachada se resquebrajó.
—Alucard es… impredecible. Temo que lo lleve a algún agujero negro de perdición. —Una imagen mental surgió, vívida y absurda: Alucard arrastrando a Fénix a un club nocturno, luces estroboscópicas, música electrónica ensordecedora. Fénix, con expresión de pánico, siendo obligado a bailar mientras Alucard reía como un demonio ebrio—. Podría ponerlo en un night club, por Dios.
Marcus arqueó una ceja.
—¿Un club? ¿En serio?
—Con Alucard, todo es posible —murmuró Enid, frotándose las sienes—. Prepárense para lo inesperado.
Al salir, el eco de sus pasos sonó a sentencia. Lucian silbó.
—Apuesto a que Alucard ya lo tiene en un karaoke con yakuza.
—Cállate, Lucian —rezongó Marcus, pero una sonrisa se asomó en sus labios—.
El aeropuerto de Narita era un organismo palpitante de luz y sonido. Fénix descendió por la escalera del jet privado, el aire húmedo de Tokio pegándose a su piel como una segunda capa. Su estómago se contrajo.
—Bienvenido a Tokio, muchacho —Alucard extendió los brazos como un profeta del caos—. La ciudad donde las… ¡ugh!
Fénix se inclinó y vomitó en el asfalto, el contenido de su estómago manchando el gris impersonal.
—Encantador —comentó Alucard, arqueando una ceja—. No sabía que volar te convirtiera en una fuente decorativa.
—No es… gracioso —Fénix se limpió la boca con el dorso de la mano, pálido—. Odio volar.
El teléfono de Alucard vibró. Enid. Sonrió, un gesto de depredador.
—Enid, cariño —contestó—. ¿Me extrañabas?
—Alucard —la voz de Enid era hielo seco—. ¿Dónde están?
—Acabamos de aterrizar. Fénix ya dejó su… marca en el aeropuerto.
—Si lo llevas a algún lugar inapropiado, juro que…
—¿Inapropiado? —Alucard fingió indignación—. Solo cultura y entrenamiento. Nada de clubs nocturnos. —Una pausa dramática—. Bueno, quizá uno. Pero educativo.
—Alucard…
—¡Nos vemos en meses, querida! No te preocupes. —Cortó la llamada y se volvió hacia Fénix—. Ella siempre fue dramática.
Fénix se enderezó, todavía verde.
—¿Era Enid?
—Sí. Cree que voy a corromperte. —Alucard sonrió—. Como si necesitaras ayuda.
Roberto da Silva observaba desde la sombra de una columnata, su físico de luchador de MMA disimulado bajo un traje barato. Habló en portuñol.
—Senhor Viktor? Estou na posição. O lycan acabou de chegar.
La voz de Viktor resonó en su oído, fría como un escalpelo.
—Mantenha distância. Observe, mas não intervenha. Ele é impredecível.
—Sim, senhor. Não vai se arrepender.
Colgó. Sus ojos no se despegaban de Fénix. O garoto parecia más joven de lo que esperaba, pero llevaba la muerte en los hombros como un manto invisible.
El interior de la limusina era una cápsula de lujo silencioso, con cuero negro y madera de ébano pulida. Alucard se acomodó en los asientos como un felino ancestral, sus dedos acariciando el borde de un vaso de cristal con un líquido ámbar que nunca llegó a beber. Fuera, Tokio se desplegaba como un sueño eléctrico, un organismo vivo de neón y sombras.
Alucard observaba el perfil de Fénix contra el telón de luces de la ciudad.
—¿Sabías que Tokio fue el primer lugar donde casi me matan? —dijo de pronto, su voz perdiendo por un momento su tono burlón—. Hace tres siglos, cuando los clanes vampíricos aún controlaban los distritos subterráneos. Un cazador de sombras me atravesó con una espada forjada con luna llena. —Hizo una pausa, dejando que el zumbido de la limusina llenara el silencio—. La herida me dejó tendido en un callejón de Shinjuku, sangrando plata fundida.
Fénix desvió la mirada de la ventana, interesado a pesar de sí mismo.
—¿Y qué pasó con el cazador?
—Lo convertí en mi sombra —Alucard sonrió, mostrando un destello de colmillos—. Literalmente. Ahora es una mancha en la pared de un love hotel. —Tomó un sorbo ficticio de su copa—. El punto es, Fénix, que esta ciudad no perdona. Cada esquina guarda memoria. Aquí hasta los fantasmas tienen fantasmas.
—Encantador —murmuró Fénix—. ¿Es tu manera de darme la bienvenida o solo estás de humor para contar historias macabras?
—Es mi manera de decirte que sobrevivir aquí requiere más que garras y colmillos —la voz de Alucard se volvió grave—. Requiere elegancia. Paciencia. Saber cuándo inclinarse y cuándo destripar. —Sus ojos se encontraron con los de Fénix—. Por eso no toleraré groserías. No por mi ego, sino porque aquí cada palabra es un arma. Y ya tenemos suficientes enemigos.
Fénix sostuvo la mirada, evaluando. Finalmente, asintió con lentitud.