Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 17 : El baile de los guerreros

CAPÍTULO 17 : El baile de los guerreros

El aire en la suite destrozada olía a pólvora, sangre y lujo profanado. Fénix se apoyó contra la pared, sintiendo el latido sordo en su brazo donde la bala lo había rozado. La herida era superficial—un surco sangrante que ya comenzaba a cerrarse—pero el dolor punzante le recordaba que incluso los inmortales podían sentir.

Alucard observó el caos con una sonrisa de apreciación perversa.

—Bueno, esto fue divertido —dijo, limpiándose una salpicadura de sangre en la mejilla con el pulgar—. Pero nuestro tiempo aquí ha expirado.

Fénix miró los cuerpos esparcidos por el suelo.

—¿Divertido? ¿Tu definición de diversión incluye masacrar equipos tácticos?

—Solo los martes —Alucard se ajustó el cuello de la camisa—. Ahora movámonos. Los refuerzos llegarán pronto, y prefiero no manchar otro traje de Tom Ford.

Caminaron hacia el ascensor, sus pasos crujiendo sobre vidrio y restos de madera. Cuando las puertas se abrieron, seis soldados con rifles de asalto los esperaban. Alucard suspiró, como si le hubieran ofrecido un canapé aburrido en una fiesta.

Mendokusē —murmuró, y antes de que los hombres pudieran apretar los gatillos, sus cabezas rodaron por el suelo en un arco perfecto de sangre arterial.

Fénix ni siquiera pestañeó. La sangre le salpicó la cara, caliente y espesa.

—Podrías avisar antes de hacer eso.

—¿Y arruinar la sorpresa? —Alucard entró al ascensor—. Eres un lycan, Fénix. La sangre debería ser tu perfume natural.

El descenso fue silencioso, salvo por el goteo de sangre en el suelo de acero.

En Enid Corp., la oficina del piso 42 estaba en silencio, roto solo por el zumbido de los servidores. Enid observaba la pantalla de su laptop, donde un noticiero japonés mostraba imágenes borrosas del hotel Imperial rodeado de vehículos policiales.

…masacre sin precedentes… decenas de oficiales muertos… se busca a dos extranjeros…

Enid apretó los puños hasta que los nudillos blanquearon. Con un golpe seco, mandó la laptop volando contra la pared, donde estalló en una lluvia de silicio y furia.

Marcó el número de Alucard con dedos temblorosos.

—¡Alucard! —rugió cuando él contestó—. ¿¡Qué demonios hiciste!? ¡Te dije discreción!

Al otro lado, en el ascensor, Alucard sonrió. El sonido de sirenas se filtraba desde afuera.

—Querida Enid, siempre tan dramática. Fue un… intercambio cultural. Ellos dispararon primero.

—¡Esto es una catástrofe diplomática! ¡Vuelvan ahora mismo!

—Lo siento, ma chère, pero tenemos compromisos —Alucard aplastó el teléfono en su mano—. Adiós, juguete costoso.

Fénix lo miró con incredulidad.

—¿Acabas de destruir un iPhone por drama?

—Era un Samsung. Peor aún. —Alucard sacó un pañuelo de seda y se limpió los dedos—. Ahora, concentrate. Tenemos invitados.

Las puertas del ascensor se abrieron al lobby. Roberto da Silva estaba allí, apoyado contra una columna de mármol como si esperara un autobús. Vestía un traje negro impecable que gritaba mercenario caro.

Boa tarde, senhores —dijo con una sonrisa que no llegaba a los ojos—. Roberto, de Antigen. Venho conversar.

Alucard estudió al hombre como un gourmet examinaría un plato dudoso.

—Conversar. Qué encantador. ¿Eso incluye no decapitarnos?

Claro que sim —Roberto extendió las manos vacías—. Apenas um diálogo civilizado.

Fénix notó el acento—portugués mezclado con español, con ese dejo brasileño que sonaba a playa y peligro.

—¿Y si preferimos la versión incivilizada? —preguntó Fénix, listo para atacar.

Roberto se rió—un sonido áspero como vidrios rotos.

Não seria inteligente. —Señaló hacia afuera, donde sombras se movían detrás de los vidrios—. Tengo um exército lá fora. Mas… —su sonrisa se amplió— …podemos fazer isso divertido.

Alucard miró a Fénix.

—¿Tú qué dices, cachorro? ¿Un baile de salón o una carnicería?

—Odio bailar —gruñó Fénix.

—Excelente. —Alucard se giró hacia Roberto—. Lo siento, amigo. El niño no está de humor.

Roberto asintió, casi con respeto.

Então seja assim.

Y entonces se movió.

Fue un blur de traje negro y puños de acero. Golpeó a Fénix en el estómago con una fuerza que lo lanzó contra la pared opuesta. El yeso se agrietó.

—¡Vamos, lycanzinho! —gritó Roberto—. ¡Mostra-me esa forma famosa!

Fénix se incorporó, escupiendo sangre. Su costilla rota ya se soldaba.

—¿Por qué? —sonrió con sarcasmo—. ¿No te gusto como estoy?

Roberto atacó de nuevo, pero esta vez Fénix esquivó—solo para que un trozo de mármol se desprendiera del techo y lo golpeara en el hombro. La clavícula crujió.

—¡Telequinésia! —Alucard observó con interés—. Qué cliché.

Roberto lanzó otro trozo de mármol. Fénix lo esquivó por poco, pero el siguiente lo golpeó en la pierna, derribándolo.

—¿Por que não transformas? —preguntó Roberto, pateándolo en las costillas—. ¿Medo?

Fénix rodó, evitando otra patada.

—¡Quizá estoy en huelga! —escupió sangre—. ¡Los sindicatos de lycans son muy estrictos!

Roberto rió—una risa genuina esta vez—y levantó la mano para el golpe final.




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