Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 19 : Viejas reglas

CAPÍTULO 19 : Viejas reglas

El claro del bosque estaba bañado en la luz ámbar del atardecer. Los cedros antiguos se alzaban como guardianes silenciosos, sus sombras alargadas tejiendo patrones sobre la tierra húmeda. Fénix jadeaba, arrodillado en el centro del claro, su cuerpo cubierto de una mezcla de sudor y lodo. Cada músculo le ardía como si llevara carbones encendidos bajo la piel.

Alucard observaba desde un tronco caído, impecable en su traje negro, como si el agotamiento fuera un concepto ajeno a su existencia.

—Bien hecho, Fénix —dijo, su voz un contraste suave contra el sonido de la respiración entrecortada del lycan—. Aunque me pregunto si algún día encontrarás tu límite. O si siempre lo empujarás más allá.

Fénix alzó la vista, escupiendo tierra.

—¡Genial! —su sarcasmo sonó débil, gastado—. Justo lo que quería: un entrenamiento que parece sacado de un infierno budista. ¿Qué sigue? ¿Cruzar un lecho de carbones ardientes?

Alucard sonrió, los colmillos asomando levemente.

—Eso sería demasiado cliché. Prefiero la creatividad.

El sol se hundía tras las montañas, pintando el cielo de púrpura y naranja. Fénix se incorporó tembloroso, apoyándose en las rodillas.

—No puedo más, Alucard —confesó, la voz ronca—. ¿Cuándo termina esto?

—Termina cuando dejas de respirar —respondió Alucard, levantándose—. Pero hablemos de tu otra naturaleza. La transformación básica. No la monstruosidad que Enid inyectó en tus venas, sino la que llevas desde que te convirtieron.

Fénix frunció el ceño.

—¿Mi forma de lycan normal? ¿A qué viene esto?

—Porque la subestimas —Alucard caminó hacia él, sus pasos no hacían ruido sobre la hojarasca—. Esa versión es más… pura. Menos controlada, pero más honesta. ¿Cómo la sientes?

Fénix miró sus propias manos, como si esperara ver garras.

—Es como un río desbordado. Fuerza cruda, impulsos que nublan la mente. Hambre de… acción. De destrucción, a veces.

—Natural —asintió Alucard—. La bestia básica es emocional. Reactiva. La forma Uber es un arma diseñada; la otra es quien eres realmente. ¿Cómo domas ese torrente?

—Intento canalizarlo —Fénix cerró los ojos—. Enfocarlo en el combate, en el movimiento. Pero es difícil. A veces solo quiero… romper cosas.

Alucard se detuvo frente a él.

—Esa es la clave. No debes domarlo; debes dirigirlo. Usar esa rabia como un arquitecto usa el acero: con propósito. La forma Uber es un martillo hidráulico; la básica es una espada forjada a mano. Más elegante, más tuya.

Fénix lo miró, intrigado a pesar del agotamiento.

—¿Y cómo se hace eso?

—Practicando —Alucard señaló el bosque—. Aquí, donde nadie te juzga. Donde puedes fallar sin que te disparen. Mañana, transformarás. No en el monstruo, sino en el lobo. Y aprenderás a bailar con tu propia sombra.

Fénix se dejó caer al suelo, la espalda contra la tierra fresca. El cielo estaba ahora tachonado de estrellas tempranas.

—Supongo que tiene sentido —admitió—. Pero por ahora, necesito respirar.

—Descansa —concedió Alucard, sentándose en una roca cercana—. Pero no te acostumbres. El entrenamiento no termina; solo se pausa.

Fénix miró las estrellas, su cuerpo dolorido pero su mente más clara que nunca.

—¿Sabes? A veces odio todo esto. Otras… casi lo disfruto.

—Esa es la línea entre la locura y la genialidad —Alucard sacó una botella de agua—. Bebe. La deshidratación es tan vulgar como la muerte.

Fénix tomó la botella, bebiendo con avidez.

—¿Y tú? ¿Nunca te cansas?

—Me cansé hace siglos —respondió Alucard, su mirada perdida en el horizonte—. Ahora solo… observo. Y ocasionalmente, entreno lobos obstinados.

Fénix sonrió, un gesto genuino por primera vez en días.

—Gracias. Supongo.

—No me des las gracias aún —Alucard se levantó—. Mañana te haré desear haber muerto hace siglos.

Se alejó hacia la cabaña, dejando a Fénix solo bajo un cielo ahora completamente estrellado. El aire olía a pino y a posibilidades.




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