Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 21 : El entrenamiento de Fénix

CAPÍTULO 21 : El entrenamiento de Fénix

El amanecer filtraba su luz pálida entre los cedros, iluminando el claro donde una roca de basalto de una tonelada yacía como un desafío silencioso. Fénix la observó, los brazos cruzados, mientras la bruma matutina se enredaba en su pelo sudoroso.

Alucard estaba apoyado contra un árbol, con una sonrisa que habría hecho enfurecer a un santo.

—Ahí tienes a tu nueva mejor amiga —dijo, señalando la roca—. Tarea simple: llévala a la cima, déjala caer, y repite. Diez veces.

Fénix arqueó una ceja.

—¿Diez? ¿Sacaste esto de un manual de tortura medieval o solo estás siendo creativo?

—Eficacia, no creatividad —Alucard se ajustó los puños de la camisa—. Te prometo que cada músculo cantará mañana. Y no, no lo aprendí en un libro… lo viví.

Mientras Fénix se acercaba a la piedra, Alucard se transformó. Su figura se fluidificó, reorganizándose en la silueta de Enid. El pelo, la postura, incluso el olor a jazmín y pólvora—todo era perfecto.

—Oh, Fénix —dijo la falsa Enid con una voz seductora que erizó la piel del lycan—. Sabes cuánto admiro a los hombres fuertes… Imagina lo que podríamos hacer si completas esto.

Fénix se quedó inmóvil un segundo, luego resopló.

—¿En serio, Alucard? ¿Esto es tu idea de motivación? ¿Una versión de pesadilla de Enid?

Alucard recuperó su forma, riendo.

—Nunca subestimes el poder de un buen estímulo. Pero veo que tu orgullo basta.

Fénix se agachó y levantó la roca con un gruñido que venía desde las entrañas. Los músculos de su espalda se tensaron como cuerdas de arco. Comenzó a subir la colina, cada paso una batalla contra la gravedad y el dolor.

—¡Vamos, Fénix! —gritó Alucard desde abajo—. ¡Solo nueve más! Y recuerda: cuanto más rápido, menos me tendrás que aguantar.

Fénix jadeaba, el sudor le corría por la sien.

—Solo espero que tu próxima lección no sea hacer malabares con antorchas… aunque contigo, nada me sorprendería.

El sol ascendió, marcando el paso de las horas. Cuando Fénix dejó caer la roca por décima vez, se derrumbó de rodillas, tembloroso. Cada fibra de su cuerpo gritaba en protesta.

Alucard se acercó, mirando la roca rodar colina abajo.

—Buen trabajo. Ahora… cien más.

Fénix alzó la vista, con ojos que prometían asesinato.

—¿Cien? ¿Estás tratando de convertirme en un montón de músculos temblorosos o solo disfrutas ver sufrir?

—Ambas —Alucard sonrió—. Supera tus límites o nunca controlarás lo que eres.

Fénix se incorporó, las piernas temblando. Sabía que era inútil discutir. Tomó la roca otra vez, maldiciendo en voz baja.

Cada subida era una eternidad. Para la vuelta número cincuenta, Fénix ya no sentía sus brazos—solo un ardor fantasma. Para la setenta, veía manchas negras. Alucard observaba en silencio, evaluando.

Así es, pensó el vampiro. Solo cuando el cuerpo falla, la verdadera fuerza despierta.

—¡Ochenta! —gritó Alucard, como un entrenador sádico—. ¡No aflojes!

Fénix ya no respondía. Su mundo se había reducido a la roca, la colina, y el dolor.

Cuando finalmente completó las cien repeticiones, cayó de bruces al suelo, jadeando como un animal moribundo.

Alucard se agachó a su lado.

—Bien. Ahora viene la parte divertida.

Fénix ni siquiera pudo protestar.

Alucard arrastró a Fénix hasta un círculo de piedras planas en el centro del claro.

—Es hora de que domes a la bestia —dijo, su voz grave—. Transforma. Forma Uber Lycan.

Fénix intentó negar con la cabeza, pero solo logró un gemido.

—No… puedo…

—Claro que puedes —Alucard pateó su costado suavemente—. El agotamiento quita el control consciente. Solo queda el instinto. ¡Hazlo!

Fénix cerró los ojos. Sintió el familiar ardor en sus venas, el hueso reformándose. Pero esta vez fue diferente—más caótico, más doloroso. Su cuerpo se convirtió en un campo de batalla entre la voluntad y la bestia.

Cuando abrió los ojos, era el Uber Lycan—más grande, más mortífero, pero con una chispa de humanidad aún visible en sus pupilas doradas.

Alucard asintió, satisfecho.

—Bien. Ahora mantén esa forma mientras corres la colina veinte veces.

Fénix emitió un rugido que hizo temblar los árboles.

—¡Sí, sí, lo sé! —Alucard levantó las manos—. Eres un monstruo dramático. ¡Corre!




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