CAPÍTULO 26 : En los laboratorios
El laboratorio de producción de Enid Corp era una catedral de acero y vidrio, donde brazos robóticos danzaban con precisión milimétrica. Las máquinas llenaban ampollas con un líquido azul eléctrico—el Suero Uber Lycan—que brillaba con una luz propia bajo las luces frías del lugar. El aire olía a ozono y desinfectante, una mezcla clínica que encubría el poder brutal que se envasaba en cada vial.
Enid observaba desde una pasarela elevada, vistiendo un traje blanco impecable que la hacía parecer una sacerdotisa de la nueva era. Sus brazos estaban cruzados, los dedos tamborileando contra el codo mientras contemplaba su obra maestra.
—Veo que todo marcha como siempre —una voz familiar resonó desde las sombras—. Perfección automatizada. Fría. Eficiente.
Enid se volvió sobresaltada. Fénix estaba apoyado contra una columna de acero, las manos en los bolsillos de su chaqueta negra. La luz industrial esculpía su rostro, resaltando las nuevas aristas de determinación en su mirada.
—¡Cielos, Fénix! —exhaló, llevándose una mano al pecho—. Casi me detienes el corazón.
—Si quisiera asustarte, lo harías saber —dijo él, avanzando hacia ella—. No está en mi agenda para hoy.
Enid cerró la distancia y lo abrazó con una fuerza que sorprendió a ambos.
—Me alegra verte —murmuró contra su hombro—. Estaba preocupada.
Fénix correspondió el abrazo con torpeza, como un animal salvaje aprendiendo domesticidad.
—Estoy aquí —respondió, sencillo—. Y traigo noticias. Controlo la forma Uber Lycan.
Enid se separó, sus ojos escaneándolo con orgullo y curiosidad clínica.
—¿Cómo te sientes?
—Extraño —admitió Fénix—. Como si una pieza que faltaba hubiera encajado. Pero llevó tiempo.
—Claro —Enid sonrió—. Porque cuando dije que tomaría meses, insististe en que lo resolverías en una semana.
—Subestimé los sermones de Alucard —Fénix esbozó una sonrisa—. Y su obsesión por los dramas.
Rieron, un sonido raro en ese lugar de metal y silencios electrónicos.
Caminaron por la pasarela, observando las máquinas. De pronto, Enid detuvo a Fénix por el brazo.
—Espera —su voz tenía un filo de alarma—. ¿Qué es eso?
Señaló su oreja izquierda. Un hilo de líquido claro—casi invisible—goteaba lentamente. Fénix se tocó el lóbulo, irritado.
—Otra vez —murmuró, secándolo con la manga—. Esto se está volviendo molesto.
Enid tomó su mentón, girando su cabeza hacia la luz. Su dedo capturó una gota del líquido. Lo olió instintivamente—inodoro, pero con una viscosidad extraña—y su expresión se nubló.
—¿Cuánto lleva pasando? —preguntó, demasiado calmada.
—Semanas. ¿Importa? Pensé que era otro efecto secundario ridículo.
Enid tragó saliva.—Líquido cefalorraquídeo. Pérdida gradual. Síntoma de presión intracraneal elevada. ¿Falla del suero? ¿Rechazo?
—No es nada —dijo, forzando una sonrisa—. Estrés, probablemente. Nada de qué preocuparse.
Fénix la miró fijamente.
—No suenas convincente. Si hay algo que no me estás diciendo, ahora es el momento.
—¿Cuándo no he tenido todo bajo control? —Enid le tocó el hombro—. Confía en mí.
—Claro —Fénix resopló—. Porque confiar en tu control siempre me ha salido tan bien.
Enid lo guió de vuelta hacia las máquinas, pero su sonrisa se desvaneció tan pronto como él miró hacia otro lado. El líquido en su dedo parecía arder con una verdad que no estaba lista para admitir.