Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 27 : Ecos

CAPÍTULO 27 : Ecos

La habitación de Fénix en Enid Corp era un santuario de lujo austero: muebles de roble macizo, una chimenea de piedra que crepitaba con fuego real, y ventanales que mostraban Berlín como un mapa de luces distantes. Fénix se dejó caer en el sofá de cuero, agotado. El silencio era un bálsamo después de meses de caos.

Hasta que ella llegó.

No fue un sonido, sino una presencia—fría como el acero enterrado en tierra helada. Se coló en su mente como un vapor, formando palabras que resonaron en sus huesos.

—Tranquilidad… qué concepto tan frágil para alguien como tú.

Fénix se puso de pie de un salto, los sentidos alerta.

—¿Quién está ahí? —gruñó, girando sobre sí mismo—. ¡Muéstrate!

Una risa—suave, antigua, burlona—le recorrió el cráneo.

—Ah, finalmente notas mi presencia. Qué lento eres… y pensar que te llaman el gran Uber Lycan.

Fénix apretó los puños. Un peso opresivo se instaló en su pecho, como si alguien estuviera sentado sobre su esternón.

—¡Sal de mi cabeza! —exigió, presionándose las sienes.

—Soy Adán. El primero. El original. El verdadero origen de todo lo que eres… y lo que nunca serás.

—¿Adán? —Fénix soltó una risa incrédula—. ¿Como en… el jardín del Edén?

—La historia que te contaron está… edulcorada. Yo fui el primer licántropo. Eva, la primera vampira. Una pareja divina, hasta que los humanos nos convirtieron en leyendas.

Fénix se dejó caer en el sofá, la mente racing.

—El suero… —murmuró—. Está hecho de tus genes.

—Fragmentos de mi esencia, sí. Impuros, inestables… y ahora, parte de ti. Somos compañeros de celda, Fénix.

—¿Qué quieres? —escupió Fénix.

El dolor llegó entonces—un taladro en su sien derecha que lo hizo gemir.

—Todos esos síntomas que ignoraste… la sangre en el oído, los dolores de cabeza, el líquido cefalorraquídeo… fueron mi obra.

—¿Qué me hiciste? —jadeó Fénix, sudando frío.

—Un tumor. No uno cualquiera… está diseñado para crecer rápido y fuerte. Perfectamente ubicado. Doce días, Fénix. Eso es lo que te queda antes de que tu cerebro deje de funcionar.

Fénix se rió, una risa amarga y desesperada.

—Mientes. Enid lo habría detectado.

—¿Enid? —la voz de Adán goteaba desdén—. Es inteligente, pero no tanto como para reconocer mi mano en su juguete. Doce días. ¿Qué harás con ellos?

La risa de Adán resonó, triunfal. Fénix se tambaleó, el mundo girando.

—No puede ser…

—Oh, pero lo es.

De pronto, la risa cesó. La voz de Adán se volvió serena, almost paternal.

—Podrías no morir. He reflexionado… podríamos ser socios. Te ofrezco vida prolongada. Detendría el tumor, incluso te daría más poder. A cambio… solo una noche al mes.

Fénix se irguió, alerta.

—¿Qué noche?

—Cada luna llena. Control total del cuerpo. Tú descansas, yo… vivo. No me interesan tus conflictos. Solo quiero caminar entre los vivos otra vez.

Fénix escupió al suelo.

—¿Crees que soy idiota? No seré tu taxi corporal.

—Piensa, Fénix. Doce días de agonía… o eternidad. Todo por una simple noche.

—Prefiero morir —declaró Fénix, con una calma que sorprendió hasta a él mismo—. Ahora vete.

—Orgulloso hasta el final —susurró Adán—. Tienes doce días para cambiar de idea. Aunque… dudo que llegues a la mitad.

La presencia se desvaneció, dejando un silencio que pesaba más que el hierro.

Fénix se desplomó en la cama, mirando el techo.

—Doce días —murmuró—. Jodido Adán.

El dolor regresó entonces—un martillazo en el cráneo que lo sumió en la oscuridad. La última cosa que oyó fue la risa de Adán, eco de una maldición milenaria.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.