CAPÍTULO 31 : El Fugitivo Parte-2
El interior de la furgoneta olía a sudor, metal y la electricidad estática del miedo. Fénix, acurrucado en el rincón más alejado, era un espectro de lo que solía ser. El traje que llevaba—arrugado y manchado—parecía una burla a su estado. Entre sus dedos temblorosos, dos ampollas de suero Uber Lycan giraban con un ritmo hipnótico, el líquido dorado dentro de ellas brillando con una luz siniestra bajo la tenue iluminación del vehículo.
—Siempre un desastre —masculló para sí mismo, otra tos violenta sacudiendo su cuerpo—. No importa cuánto lo intente... el caos siempre me encuentra.
La tos fue tan severa que se dobló por la cintura, una mano apretándose el pecho como si intentara evitar que su corazón saltara fuera de su cuerpo. Cuando al fin recuperó el aliento, manchas escarlatas decoraban la manga de su camisa blanca.
«Bravo, Fénix.» La voz surgió en su mente, fría como el acero y tan clara como si alguien estuviera sentado a su lado. «Realmente estás superando todas mis expectativas patéticas. Si sigues así, te aseguro que solo te quedan... ¿seis días? Tal vez menos. Pero oye, ¿quién está contando?»
—Cállate —Fénix gruñó entre dientes, apretando los puños hasta que los nudillos blanquearon—. No necesito tus malditos comentarios ahora.
¿Ah, no? La voz de Adán goteaba sarcasmo. Pues parece que sí. Porque, seamos sinceros, yo soy lo único que te mantiene con un hilo de vida. Cada tos, cada gota de sangre, es solo mi forma de recordarte que tu tiempo se agota. Seis días. Máximo.
—¿Crees que voy a seguir tu juego, maldito parásito? —escupió Fénix, limpiándose la sangre del labio con el dorso de la mano—. Prefiero quemarme vivo antes que rendirme a ti.
¿Quemarte vivo? Adán rió, un sonido profundo y resonante que parecía vibrar en los huesos de Fénix. Curiosa elección de palabras, considerando que ya lo estás haciendo. Cada vez que te inyectas ese cóctel de orgullo y desesperación, solo le echas gasolina al fuego. ¿Quieres que te lo explique como a un niño? Te estás suicidando, pero hey, ¿quién soy yo para detenerte?
Fénix miró las ampollas en su mano. La ira, un sentimiento viejo y familiar, reemplazó brevemente el agotamiento.
—Si solo me quedan seis días —murmuró, con un destello de desafío en los ojos—, entonces los voy a usar hasta el último segundo. Y si eso significa arrastrarte al infierno conmigo, mejor.
Con movimientos que eran más por pura fuerza de voluntad que por destreza, sacó una jeringa esterilizada de un estuche metálico. La aguja brilló bajo la luz tenue. Sin ceremonias, pinchó el tapón de goma de una de las ampollas y llenó la jeringa con el líquido áureo y espeso.
Ah, esto va a ser divertido. La voz de Adán era ahora un susurro expectante. Adelante, Fénix. Inyéctate esa miseria. Siente cómo arde.
Fénix no vaciló. Clavó la aguja en la vena de su antebrazo y presionó el émbolo. El dolor fue instantáneo y abrasador, como si metal fundido recorriera sus venas. Jadeó, los músculos tensándose en una agonía familiar.
—Si voy a morir —resolló, con el rostro contraído por el dolor—, no será arrastrándome como un cobarde. Seré peleando... y mandándote al abismo conmigo.
Eso es lo que me gusta de ti, susurró Adán, su tono ahora más oscuro, más íntimo. Tan predecible. Tan... desesperado. Pero aquí tienes la cruda verdad: cuanto más luchas, más me fortaleces. Gracias por el banquete, amigo.
El dolor cedió, reemplazado por una oleada de energía feroz y distorsionada. La debilidad se evaporó, sus músculos se inflaron ligeramente bajo la tela de su traje y sus ojos brillaron con un destello dorado fugaz.
Ahora estás listo para la pelea, dijo Adán, y Fénix pudo casi saborear su sonrisa burlona. Pero recuerda: cada inyección te ata más a mí. ¿Estás seguro de que puedes aguantar seis días, Fénix?
Fénix no respondió. Se puso de pie, ignorando el zumbido en sus oídos, y se dirigió hacia la puerta trasera de la furgoneta. Tenía una misión que completar.
Mientras tanto, en las entrañas del Berghain, Vanessa y Lucian se abrían paso por un laberinto de pasillos laterales. El aire aquí era pesado, cargado con el olor dulzón de hierbas quemadas, sudor y el distintivo aroma metálico de la sangre. La música principal era un lejano retumbar, reemplazado por susurros, jadeos y el ocasional crujido de huesos.
Vanessa frunció el ceño al empujar una pesada cortina de terciopelo negro, solo para retroceder inmediatamente al ser recibida por una escena de pura decadencia visceral.
—Dios —murmuró, apartando la vista con disgusto—. Esto es peor de lo que recordaba. A veces desearía no tener un oído tan agudo...
Lucian, a su lado, escaneaba el corredor con una calma glacial, su mano nunca lejos del arma oculta bajo su chaqueta.
—No estamos aquí para juzgar sus... hobbies, Vanessa. Estamos aquí por información. Concentración.
Avanzaron más, pasando puertas marcadas con símbolos que no reconocieron. De repente, un susurro grave y resonante los detuvo en seco. Provenía de una habitación al final del pasillo. La puerta, de roble macizo, estaba entreabierta, y una luz tenue y parpadeante se filtraba por la rendija. Una voz, profunda y recitando con una intensidad que helaba la sangre, llegó hasta ellos.
—"... porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernantes de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes."
Vanessa y Lucian se miraron. No necesitaron palabras. Ambos reconocieron la voz. Con una seña silenciosa, Lucian empujó lentamente la puerta.
Darem estaba de pie, de espaldas a ellos, apoyado contra una mesa de altar improvisada llena de velas negras y artefactos ritualísticos. No se volvió, pero su reflejo en un espejo oscuro y antiguo los mostró claramente. Una sonrisa lenta y peligrosa se extendió por su rostro.