Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 33 : El Fugitivo Parte-4

CAPÍTULO 33 : El Fugitivo Parte-4

El agua fría y sanguinolenta chorreaba de la figura tambaleante de Fénix. Se irguió con una lentitud agonizante, cada movimiento una batalla contra la gravedad y el dolor desgarrador que le recorría el cuerpo. Sus ojos, dos brasas de furia en un rostro pálido y manchado de escarlata, escudriñaron el caos que él mismo había precipitado.

En la barra, lejos del epicentro del desastre, Enid y Marcus observaban, paralizados por un instante. La profesionalidad de Enid se quebró ante la visión del hombre que creía seguro en la furgoneta, ahora en el centro de una masacre.

—¿Qué demonios...? —murmuró Marcus, su voz un hilillo de incredulidad—. Él estaba... ¿Cómo...?

—Fénix... —El nombre escapó de los labios de Enid como un susurro cargado de una frustración helada.

Fénix alzó la mirada, encontrando los ojos de sus compañeros a través de la multitud en pánico. Un gesto mínimo, un intento de levantar la mano para calmarlos, murió en su brazo. Una sensación familiar y punzante le recorrió el tabique nasal. Una gota tibia y espesa se deslizó por su labio superior. Luego otra. La sangre goteaba de su nariz, cada gota impactando en el suelo mojado con un sonido que solo él parecía oír, un metrónomo de su propia cuenta regresiva.

—No ahora... —susurró para sí, la voz ronca—. Maldita sea, no ahora...

Fue el segundo de distracción que Darem necesitaba.

—¡No hay tiempo para descansar, Fénix! —rugió Darem, su voz cortando el aire como un cuchillo—. ¡Esto apenas comienza!

El hombre no blandía una, sino tres bayonetas cortas y pesadas, diseñadas para perforar y desgarrar. Con la precisión de un lanzador de cuchillos, su brazo se tensó y las lanzó. No hubo un sonido de silbido, solo el impacto sordo y húmedo de metal que penetraba carne y se alojaba en el torso de Fénix. El impacto lo empujó hacia atrás, haciéndole tropezar con los escombros de la fuente.

Fénix miró hacia abajo. Tres mangos de metal sobresalían de su pecho y abdomen, formando un trío macabro. La sangre ya comenzaba a empapar la tela oscura de su traje.

—¡FÉNIX! —El grito de Marcus retumbó en el salón, ahora casi vacío.

—¡Maldita sea, no era su misión! —Enid apretó la mesa de la barra, sus nudillos blanqueando.

Darem avanzó, sus pasos resonando en el silencio expectante que había seguido a los gritos. Esperaba ver colapsar a su rival. Esperaba la rendición.

Fénix no cayó.

Darem arqueó una ceja, una chispa de genuina curiosidad mezclada con su diversión sádica.

—¿Qué...? ¿Nada? ¿Ni siquiera un grito?

Fénix alzó la mirada. La sangre le manchaba los dientes, pero su sonrisa era un gesto frío y despiadado.

—¿Eso es todo lo que tienes? —escupió, cada palabra salpicada de rojo—. ¿Creías que unas bayonetas de juguete me iban a detener? He tenido desayunos más dolorosos que esto.

Con un movimiento que hizo retorcerse a Enid de impotencia, Fénix agarró el mango de una de las bayonetas y la arrancó de su carne con un sonido húmedo y repelente. La arrojó al charco a sus pies con desdén.

Darem sonrió, amplio y genuino.

—Sabía que no me decepcionarías, Fénix. Vamos a hacerlo interesante.

Entre la multitud que huía, Viktor se ajustó las solapas impecables de su traje.

—Esto se está poniendo interesante... —murmuró, aunque su tono denotaba más aburrimiento que emoción—. Pero tengo asuntos más importantes que atender.

Giró hacia Irene, quien observaba la escena con la sonrisa enigmática de una gata que ha encontrado un juguete nuevo.

—Irene, querida, es hora de marcharnos. Que Darem termine su... obra maestra.

Irene se encogió de hombros, su vestido de seda negra moviéndose como agua.

—Como digas, hermano. Aunque será un desperdicio no presenciar el final.

Se desvanecieron entre la confusión, dos sombras elegantes abandonando el teatro de la carnicería.

Marcus miró a Enid, su rostro era una máscara de determinación.

—Quédate alerta y no interfieras todavía, Enid. Esto está por volverse más feo de lo que ya es.

Antes de que ella pudiera objetar, Marcus se abrió paso entre los últimos rezagados que corrían gritando. Se plantó al lado de Fénix, que jadeaba, intentando mantenerse consciente. Con un movimiento rápido, desenfundó su pistola de respaldo—una HK USP compacta—y apunto a Darem.

—¿Necesitas un poco de ayuda, viejo?

Una sonrisa sarcástica, teñida de rojo, se dibujó en su rostro.

—Pensé que tu plan era quedarte en la barra coqueteando con vampiros, no salvarme el trasero.

Marcus esbozó una sonrisa tensa mientras adoptaba una posición de combate, mirando a Darem.

—Ya sabes cómo soy. Cambio de planes. Ahora, enfoquémonos en darle una paliza a este bastardo.

Darem, que los había observado con los brazos cruzados, aplaudió lentamente, un sonido seco que resonó en el salón vacío.

—Oh, ¿así que ahora somos dos contra uno? Me siento halagado, pero sigo siendo yo quien lleva ventaja. ¿Quién será el primero?

La respuesta de Marcus fue instantánea. Disparó tres veces, rápidamente, al centro de masa de Darem. Los impactos hicieron que el hombre grande se estremeciera, pero no cayó. Las balas se habían hundido en un chaleco antibalas oculto bajo su ropa. Darem se limitó a sacudirse como si le hubieran arrojado migajas.

—¿Eso es todo? —preguntó, fingiendo un bostezo—. Creí que el segundo acto sería más emocionante.

—No te preocupes —gruñó Fénix, levantando el arma de Marcus—. El tercero te va a encantar.

Con un grito que era pura rabia, Fénix cargó. Marcus lo cubrió, disparando para distraer a Darem. La pelea se convirtió en una danza brutal de fuerza y agilidad. Darem esquivaba, bloqueaba y contraatacaba con una fuerza que parecía increíble para un humano, sus movimientos eran económicos y letales. Fénix, impulsado por la furia y el suero, y Marcus, con su precisión táctica, lograban apenas mantenerlo a raya, pero era una batalla de desgaste que estaban perdiendo.




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