CAPÍTULO 36 : El Fugitivo Parte-7
El zumbido de los fluorescentes en el techo alto de los pasillos de Enid Corp era un sonido blanco, constante, que normalmente ahogaba los pensamientos de Fénix. Pero hoy, no era suficiente. Hoy, otra voz cortaba el ruido, un susurro intrusivo y burlón que surgía desde las profundidades de su propia mente.
«Vaya, vaya, Fénix Rogers.» La voz de Adán era sedosa, una serpiente deslizándose entre las grietas de su conciencia. «Todo ese teatro de rechazo, toda esa bravata de "prefiero pudrirme"... solo para terminar firmando en la línea de puntos. Creí que tenías más columna vertebral. Pero supongo que al final, hasta los héroes más testarudos doblan la rodilla cuando la alternativa es la nada eterna.»
Fénix se detuvo en seco, sus nudillos apretándose hasta blanquear. No necesitaba cerrar los ojos para ver la sonrisa despectiva que acompañaría esas palabras.
«Sabía que tu silencio era demasiado bueno para ser verdad —pensó Fénix hacia la presencia invasora, su diálogo interno cargado de un resentimiento frío—. ¿Viniste solo para frotarlo en mi cara? ¿Para recordarme lo débil que fui?»
La risa de Adán resonó, un eco crujiente y seco que no provenía de ningún lugar y de todas partes a la vez.
«¡Frontal hasta el final! Me encanta. No, no vine a regañarte. Vine a entregarte un... recordatorio amistoso. La luna llena asoma su redonda y brillante cara. Tienes exactamente tres días, veintitrés horas y... —una pausa dramática— ...cuarenta y dos minutos. No es una eternidad, pero suficiente para un hombre de acción como tú, ¿no?»
Fénix sintió un escalofrío que le recorrió la espalda. Tres días. El plazo se concretaba, dejando de ser un concepto abstracto para convertirse en una cuenta regresiva tangible y asfixiante.
«Perfecto —pensó, con un sarcasmo que sabía amargo—. Justo lo que necesitaba. Tres días para prepararme para convertirme en tu monstruo personal. Tus juegos nunca decepcionan, Adán.»
«Lo sé, lo sé —respondió Adán, su tono era de pura diversión maliciosa—. Pero no subestimes el producto, Fénix. Después de todo este... desagradable proceso de transición, podrías ser algo mucho más de lo que nunca fuiste. Algo que quizá, solo quizá, hasta disfrutes. O quizá no. La incertidumbre es lo divertido de hacer negocios conmigo. Siempre es una... sorpresa.»
La voz se desvaneció tan repentinamente como había llegado, dejando un silencio mental que era más perturbador que el susurro. Solo el eco de la amenaza quedó, pulsando en sus sienes con cada latido de su corazón ya no del todo humano.
Fénix reanudó la marcha, sus pasos ahora más pesados.
—Estaré listo —murmuró para sí, las palabras sonando huecas en el pasillo desierto—. No me hagas arrepentirme de esta elección.
Las puertas de acero del ascensor se cerraron frente a él, encerrándolo en una cápsula metálica. Miró hacia el techo, buscando en las frías luces LED alguna respuesta, algún consuelo. Solo encontró el reflejo de sus propios ojos, y en ellos, la sombra de la promesa que había sellado.
La sala de entrenamiento Alpha era un cubo de cincuenta metros de lado, con paredes acolchadas de un material negro que absorbía hasta el más mínimo sonido. El aire olía a ozono y limpiador industrial. En el centro exacto de la estancia, una sola silla de cuero negro, de diseño minimalista y arrogante, descansaba bajo un foco de luz halógena que la iluminaba como a una pieza de museo.
Sentado en ella, como un rey en un trono vacío, estaba Lucio. Vestía un traje blanco impecable que contrastaba brutalmente con la oscuridad del entorno, y sus manos, enguantadas de cuero negro, descansaban sobre los reposabrazos. Su complexión era robusta, poderosa, y su barba espesa y cuidadosamente recortada enmarcaba un rostro de facciones duras y una mirada que evaluaba todo con desprecio calculado. No miraba a Enid, que estaba de pie frente a él; parecía observar algo más allá, algo que solo él podía ver.
Enid, con su traje de ejecutiva perfectamente planchado, mantenía su postura firme, pero había una tensión inusual en su mandíbula. Llevaba minutos tejiendo y destejiendo la misma argumentación.
—...y es por eso que necesitamos que esté preparado, Lucio. No es una opción. Es una necesidad estratégica.
Lucio no se inmutó. Alzó la vista lentamente, como si solo ahora se dignara a notar su presencia. Sus ojos, de un grís glaciar, se posaron en ella.
—Tu elocuencia es conmovedora, Enid —dijo, su voz un bajo profundo que vibraba en el silencioso ambiente—. Pero mi respuesta inicial permanece. No entreno alumnos. Los alumnos son... deficientes. Cansados. Cargados de dudas y necesidades emocionales que entorpecen el verdadero propósito del entrenamiento: la perfección.
Enid no se inmutó.
—Tu ego siempre fue tu peor enemigo, Lucio. Temes que alguien te opaque, que supere al maestro. Lo sé. Pero Fénix no busca gloria. No busca suplantarte. Busca... sobrevivir. Y no tiene otra opción. ¿Te suena familiar?
Una chispa de interés, rápida y bien disimulada, cruzó los ojos de Lucio. Giró ligeramente la cabeza.
—¿Familiar? —preguntó, con un deje de sarcasmo—. Quizás. Pero la familiaridad no paga las facturas, Enid. ¿Por qué yo? De todos los mercenarios, instructores y lunáticos que tienes en nómina, ¿por qué recurrir al que más te desprecia?
—Porque es el mejor —respondió Enid sin vacilar—. Y porque él está en un precipicio. Esta es su última oportunidad. Si no es usted, lo perdemos. Y he negociado ciertos... incentivos que sé que encontrarás difíciles de rechazar.
Lucio estudió su rostro, buscando el engaño. No lo encontró.
—Incentivos —repitió, la palabra saboreándola—. Me intrigas. Pero quiero oírlo. ¿Qué es lo que yo gano con esto, más allá de la satisfacción de moldear a otro peón roto?
Enid se inclinó ligeramente, bajando la voz aunque no había nadie más allí.