Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 38 : El Fugitivo Parte-9

CAPÍTULO 38 : El Fugitivo Parte-9

Un temblor residual, sutil pero insistente, recorría los músculos de las manos de Fénix. Se las frotó contra los costados de sus jeans, intentando disimular el último estertor del veneno de Lucio y la adrenalina que aún no se disipaba por completo. Consultó el reloj con un movimiento brusco de muñeca. Las agujas le confirmaron lo que ya sabía: llegaba tarde.

—Genial —masculló para sí, la palabra saliendo como un suspiro exasperado—. Justo lo que necesitaba. Hacerla esperar. Perfecto.

Se enfundó la chaqueta de cuero—la misma, gastada y con el olor a pólvora y sangre apenas enmascarado—y se dirigió con paso aún un poco rígido hacia el estacionamiento subterráneo de Enid Corp. El eco de sus botas sobre el hormigón era el único sonido en la vastedad silenciosa y mal iluminada.

Y allí estaba ella.

No era la Enid que conocía. No había trajes de poder ni tacones que resonaran como sentencias. Vestía unos jeans oscuros que se ajustaban a sus piernas, botas negras de cuero suave, una camiseta blanca sencilla y una chaqueta de cuero idéntica a la suya, pero que en ella parecía una declaración de estilo, no de utilidad. Se apoyaba contra una columna, con los brazos cruzados, y una sonrisa leve jugueteaba en sus labios al verlo aproximarse.

Fénix se detuvo frente a ella, arqueando una ceja con una mezcla de incredulidad y sarcasmo autodefensivo.

—Vaya, vaya —dijo, dejando que su mirada recorriera su figura de arriba abajo—. Enid Corp tiene una línea casual. Pensé que tu armario solo albergaba trajes que cuestan más que todas las recompensas por mi cabeza juntas.

Enid rodó los ojos, pero la sonrisa no se desvaneció.

—Alguien tiene que compensar el desastre andante que eres, Fénix. Y ya que te tomaste el gusto de llegar veinte minutos tarde, lo mínimo que podrías hacer es morderte esa lengua tan afilada.

Sin darle tiempo a replicar, giró sobre sus talones y lo guió entre la hilera de vehículos utilitarios y blindados hasta detenerse frente a una motocicleta. No era una moto cualquiera. Era una Ducati Panigale V4 SP2. Un animal de competición vestido de calle, con un negro mate que parecía absorber la luz y detalles en rojo sangre que gritaban velocidad. Un rugido latente parecía emanar de ella incluso apagada.

Fénix silbó suavemente, una admiración genuina superando por un segundo su fachada de fastidio.

—Bonito juguete. Déjame adivinar... ¿un capricho olvidado en la sección de 'juguetes para olvidar los problemas' de algún ejecutivo aburrido?

Enid lanzó una mirada divertida mientras deslizaba la llave en el contacto.

—Algo así. Hace tiempo que no la saco, pero la memoria muscular es una cosa curiosa. Quizás lo recuerde. —Arrancó el motor, y el estruendo que llenó el estacionamiento fue visceral, un gruñido mecánico que prometía peligro—. O tal vez termines recogiéndome del asfalto. ¿Te sientes con suerte esta noche?

Fénix sonrió, una expresión torcida, y subió las manos en un gesto de rendición falsa.

—Con tú a los mandos, Enid, mi suerte es lo último en lo que confiaría. Pero hey, si morimos, al menos será rápido. Literalmente.

La risa de Enid se perdió en el rugido del motor cuando aceleró bruscamente, saliendo del estacionamiento como un proyectil. Fénix se aferró a su cintura, el mundo reduciéndose a una blur de luces y el viento azotándole el rostro.

A los pocos minutos, con la ciudad desvaneciéndose en un borrón a su alrededor, Fénix se inclinó hacia adelante, su boca cerca del oído de ella para superar el estruendo.

—¡Oye, Enid! —gritó—. ¡Una pregunta importante! ¿Cuántas veces has estrellado esta cosa?

Ella giró ligeramente la cabeza, sin reducir la velocidad ni un ápice.

—¿Estrellar? Oh, no tantas... —respondió, su voz llegándole distorsionada por el viento y el casco—. Unas... quince, tal vez.

Fénix sintió que el estómago se le contraía.

—¡¿QUINCE?! —vociferó, aferrándose con más fuerza.

—¡Y solo en dos de esas murió el copiloto! —añadió ella con una naturalidad aterradora—. ¡Pero vamos, eran detalles menores! ¡Todos firmaron un descargo de responsabilidad!

—¡¿DETALLES MENORES?! —el grito de Fénix fue arrancado por el viento—. ¡¿ESO ES LO QUE LLAMAS MENORES?!

La única respuesta de Enid fue una carcajada que se mezcló con el aullido del motor cuando aceleró aún más, llevando el velocímetro a una cifra que hizo que Fénix cerrara los ojos y rezara a deidades en las que no creía.

La frenada fue tan brutal como la arrancada. La Ducati se detuvo con un chirrido sordo en el Puente Oberbaum. Fénix se bajó tambaleándose, las piernas como gelatina, y se inclinó sobre la baranda, respirando hondo como si el aire de Berlín fuera el primero que probaba en años.

—Tierra firme —susurró, con un fervor casi religioso—. Bendita, bendita tierra firme.

Enid, en contraste, apagó el motor con una calma insultante y se bajó con la elegancia de un gato. Se acercó a la baranda de hierro forjado del puente y se apoyó en ella, mirando hacia el cielo. La luna, casi llena, colgaba como una moneda de plata pulida en un terciopelo negro.

—Mañana —dijo, su voz ahora suave, pensativa—. Luna llena. La llaman la Luna del Cazador. Los antiguos decían que iluminaba el camino para que cazador y presa se encontraran en la danza final.

Fénix, recuperándose, se enderezó y se acercó a su lado, apoyándose en la baranda con más cautela.

—¿Estás segura de que no se lo inventó algún cazador holgazán para excusar sus salidas nocturnas? —preguntó, con una sonrisa débil.

Ella giró la cabeza hacia él, una sonrisa juguetona en sus labios.

—Quizás. Pero es poético, ¿no lo crees? La luna, un faro neutral. Ilumina por igual al que acecha y al que huye. Como si toda la naturaleza contuviera la respiración para ver cómo termina el baile.

Fénix la observó, estudiando su perfil a la luz plateada. Había una rareza en ella esta noche, una vulnerabilidad velada que no encajaba.




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