CAPÍTULO 46 : El Fugitivo Parte-17
La luna, redonda, pálida y llena, se alzó sobre el horizonte, bañando el paisaje industrial abandonado en una luz plateada y fría. Para Fénix, fue como si un interruptor se accionara en cada célula de su cuerpo.
Un grito ahogado se le escapó, no de dolor, sino de una presión interna insoportable. Su cuerpo se convulsionó, los huesos crujieron y se reorganizaron con un sonido húmedo y repelente. No fue la transformación bestial y descontrolada de un lycan común. Fue algo más... diseñado.
Cuando el espasmo cesó, Fénix ya no era Fénix. Se irguió hasta alcanzar los dos metros treinta de altura. Su musculatura, siempre poderosa, ahora era grotescamente hipertrofiada, con venas palpitanes recorriendo una piel que se había vuelto grisácea y dura como roca. Pero lo más monstruoso eran los dos brazos adicionales que brotaban de sus costillas, terminados en garras negras y afiladas. Su rostro era una máscara alargada de bestia, con ojos amarillos y sin pupilas, y una hilera de colmillos que sobresalían de su mandíbula inferior. Era una pesadilla hecha carne, una fusión de lycan y algo mucho más antiguo y perverso.
Marcus retrocedió, tropezando con los escombros, su rifle cayendo al suelo olvidado. Su rostro era una máscara de puro horror e incredulidad.
—¿F-Fénix? —logró balbucear, la voz quebrada por el shock.
Pero la criatura que una vez fue Fénix no le respondió. En su lugar, articuló sus cuatro manos, abriendo y cerrando las garras con un movimiento estudiado y aterradoramente grácil, como si probara un nuevo juguete. Una sonrisa cruel y desconocida se dibujó en su rostro bestial.
Desde el borde del edificio derrumbado, Irene observaba, y en sus ojos no había horror, sino adoración extática. Se arrodilló, inclinando la cabeza.
—Mi Alfa —gritó, su voz temblorosa de emoción—. Adán. Has regresado a nosotros. Por favor, acepta mi lealtad. Permíteme ser tu sierva, tu instrumento en este mundo.
La criatura—Adán—volvió lentamente su cabeza hacia ella. Los ojos amarillos la escudriñaron con una curiosidad despectiva.
—¿Sirvienta? —su voz era un crujido grave, como piedras moliéndose, que salía de la garganta de Fénix pero no le pertenecía—. Todos ustedes son herramientas desechables. Pero... muy bien. Arrodíllate más bajo. Quizás encuentre un uso para ti.
Para demostrar su punto, Adán alzó una de sus garras secundarias hacia uno de los encapuchados más cercanos, un hombre que miraba con fanatismo. Un destello de energía negra y retorcida intentó surgir de la garra... pero se desvaneció de inmediato, como si se ahogara. Adán frunció el ceño bestial, un gesto de frustración.
—¿Qué...? —murmuró, mirando su garra. Luego, una risa baja y comprensiva escapó de sus fauces—. Ah... ya veo. El mocoso no me lo permite por completo. No es un simple recipiente vacío. Qué fastidio interesante.
Su mirada se desplazó hacia Marcus, que aún estaba paralizado por el shock. Luego, miró al cielo. Un banco de nubes gruesas comenzaba a arrastrarse lentamente hacia la luna, amenazando con taparla en minutos.
—Pero todo tiene solución —dijo Adán, con un tono que heló la sangre—. Es hora de cambiar de vaso. Este ya cumplió su propósito.
Con una velocidad que desafió la visión, los cuatro brazos de Adán se movieron., y se lanzaron hacia Marcus.
Marcus intentó reaccionar, pero era demasiado lento. Adán lo agarró con facilidad, levantándolo del suelo. Entonces comenzó la paliza. No fue un intento de matar, sino de ablandar, de debilitar la resistencia. Golpes precisos y brutales llovieron sobre Marcus, que gritó de dolor e impotencia, incapaz de defenderse contra la fuerza monstruosa. Huesos crujieron. La sangre manó de su nariz y boca. Justo cuando estaba al borde de la inconsciencia, sus ojos vidriosos y su cuerpo convertido en un saco de dolor, Adán lo arrojó al suelo.
—Ahora —susurró Adán.
El simbionte la escencia de Adán, la masa negra que vivía dentro de Fénix, respondió. Una sustancia oscura y alquitranada comenzó a brotar de la boca, los ojos y las heridas del cuerpo bestial de Fénix, como un enjambre de serpientes negras. Fluyó a través del aire, evitando tocar el suelo, y se introdujo violentamente en la boca abierta y jadeante de Marcus.
El cuerpo de Marcus se convulsionó violentamente en el suelo, arqueándose de manera antinatural. Luego, quedó quieto.
Durante un segundo, nada cambió. Seguía siendo Marcus, golpeado y sangrante.
Pero entonces, abrió los ojos.
Ya no eran sus ojos azules. Eran pupilas rojas como la sangre, incandescentes, en un fondo de oscuridad absoluta, como pozos al vacío. Y por todo su cuerpo, visible a través de los jirones de su ropa, unas runas oscuras y complejas comenzaron a brillar con un resplandor siniestro, como si se hubieran grabado a fuego en su carne.
Adán—ahora en el cuerpo de Marcus—se incorporó con una fluidad espeluznante. Se estiró, como probando los límites de su nuevo hogar, y una risa profunda, satisfecha y familiar salió de los labios sangrantes de Marcus. Era la risa de Adán, pero con la voz de su amigo.
—¡Mucho mejor! —exclamó Adán, flexionando los dedos de Marcus—. ¡Un vaso más dócil! ¡Y con menos... resistencia moral!
Volvió su mirada de ojos rojos hacia el cuerpo original de Fénix. La bestia de cuatro brazos se desmoronó, reduciéndose rápidamente, volviendo a ser solo Fénix, semi inconsciente y tirado en el pasto, liberado del parásito pero irremediablemente marcado.
Con un gesto despreocupado, Adán—en el cuerpo de Marcus—le dio una patada en el costado a Fénix, enviándolo a rodar varios metros por el suelo hasta quedar inmóvil.
—Gracias por el viaje, Rogers —se burló Adán, con la voz de Marcus—. Fue divertido. Pero tu tiempo como anfitrión ha terminado. Disfruta de tu... libertad.
Un gemido escapó de los labios de Fénix. El dolor por todo su cuerpo era una sinfonía de agonía, pero fue la imagen de Marcus—no Marcus, esa cosa con ojos rojos y runas—lo que le injectó una dosis final de adrenalina pura. Con un esfuerzo sobrehumano, se puso de pie, tambaleándose, y sangrante en la fría noche.