Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 48 : El Fugitivo Parte-19

CAPÍTULO 48 : El Fugitivo Parte-19

La habitación no era un laboratorio. Era una cámara de consagración, tallada en la oscuridad y el másculo poder de Antigen. La luz no provenía de candelabros, sino de runas pulsantes grabadas en las paredes de piedra negra, que emitían un resplandor carmesí siniestro que hacía latir las sombras. El aire era espeso, pesado con el olor a cobre, incienso amargo y ozono, como después de una tormenta eléctrica.

En el centro de la estancia, una pileta circular de obsidiana pulida, no una bañera, se elevaba desde el suelo. En su interior, un líquido escarlata y espeso, demasiado viscoso para ser solo sangre, burbujeaba perezosamente, como si estuviera vivo. Adán—en el cuerpo de Marcus—estaba sumergido en él hasta el cuello. Sus ojos estaban cerrados, pero una sonrisa de puro éxtesis depravado curvaba los labios de su anfitrión.

Irene permanecía de pie en el borde de la pileta, inmóvil como una estatua. Su traje negro impecable era la única nota de orden en el caos ritualístico. El símbolo de su culto—un ojo triángular con una pupila de serpiente—pendía de su cuello, brillando con la misma luz roja de las runas.

Adán abrió los ojos. No los ojos rojos de Marcus, sino pozos de oscuridad absoluta de los que emanaba el mismo resplandor carmesí de la habitación. Jugueteó con el líquio espeso, levantando un puñado y dejando que se escurriera entre sus dedos.

—¿Sabes, Irene? —su voz era un susurro ronco que resonaba en la piedra, una vibración más que un sonido—. Mi... Amiga... siempre insistía en el poder revitalizante de estos baños. Decía que el alma se alimenta de la esencia vital tanto como el cuerpo. La consideraba una sentimentalista obtusa. —Hizo una pausa, disfrutando de la sensación—. Pero debo admitir... hay una cierta... verdad primal en esto. Una satisfacción profunda.

Irene inclinó levemente la cabeza, su devoción era una cosa fría y calculada.

—Eva se aferraba a las tradiciones antiguas. Pero su legado... palidece ante tu gloria, mi señor. Si este ritual te fortalece, entonces su propósito se cumple.

Adán se incorporó lentamente. El líquido escarlata, en lugar de escurrirse, pareció ser absorbido por su piel, dejando un brillo húmedo y metálico sobre los músculos ahora hipertrofiados y perfectamente definidos de Marcus. Cada fibra parecía tallada en acero viviente. Con un gesto despreciativo, apartó a un grupo de acólitos encapuchados que se acercaban con toallas negras.

—Este recipiente... —dijo Adán, examinando los brazos de Marcus con aprobación clínica—. Por fin está completo. La esencia pura que me proporcionaste sometió por completo el alma residual de este muchacho. —Una risa baja escapó de sus labios—. Pobre Marcus. Su resistencia fue... conmovedora. Inútil, pero conmovedora.

Irene esbozó una sonrisa estrecha, un destello de orgullo en sus ojos fríos.

Adán descendió de la pileta, sus pies descalzos no dejaban huellas en la piedra fría. Un sirviente le alcanzó una túnica negra de seda pesada, que se puso con la elegancia despreocupada de un emperador.

—El siguiente movimiento es obvio —declaró, su tono era ahora el de un estratega divino—. La Casa Blanca. No solo por el simbolismo, aunque... la ironía de corromper el corazón del poder humano me resulta profundamente divertida. Es estratégico. Desde ese pedestal, podré desatar el caos necesario para reescribir este mundo. Cuando los líderes de esta era vean el abismo absoluto que enfrentan, se arrodillarán. No por orden mía, sino por puro instinto de supervivencia.

—¿Y si algunos se resisten, mi señor? —preguntó Irene, su voz era un eco neutro—. La estupidez humana a veces supera al instinto.

Adán se detuvo frente a un espejo de obsidiana pulida, admirando no su reflejo, sino la obra de arte viviente que ahora habitaba.

—Entonces sufrirán —respondió, con la simpleza de quien anuncia que lloverá—. Lo fascinante de su especie es que su terquedad siempre está ligada a un hilo de esperanza. Corta ese hilo... y se desintegran. —Giró para mirarla, y la oscuridad en sus ojos era infinita—. Haré un ejemplo, si es necesario. Un espectáculo tan devastador que apagará cualquier chispa de rebelión en las generaciones venideras. Y este cuerpo... —apretó el puño, y el aire crepitó alrededor de él—. Este cuerpo tiene poder suficiente para pulverizar cualquier ejército que se atreva a desafiarme. Todo gracias a tu don, Irene. Incompleto, como estaba, fue... adecuado.

Irene asintió, satisfecha.

—Los preparativos están muy avanzados, mi señor. Nuestros devotos están posicionados en los niveles críticos de su gobiernos. Cuando des la señal, su estructura colapsará desde dentro.

—Perfecto —murmuró Adán, dirigiéndose hacia una gran ventana arqueada—. Entonces es hora de darle un nuevo amanecer a esta raza de gusanos. Han jugado a ser dueños de su destino durante demasiado tiempo. Es hora de recordarles cuál es su lugar.

Irene se arrodilló de nuevo, inclinando la cabeza hasta tocar el suelo frío.

—Se hará como ordenas, mi señor Adán. El mundo se postrará.

Adán no respondió de inmediato. Su sonrisa se ensanchó, mostrando una hilera de dientes que parecían demasiado afilados.

—Fénix intentará detenerme —dijo, como si leyera un guión aburrido—. Es predecible. Él ve su obstinación como fuerza. Yo la veo como un defecto estructural. Mientras vacile, mientras se aferre a sus lazos sentimentales como un náufrago a un escombro, será su perdición. Y la de todos los que estúpidamente lo sigan.

Su risa, cuando llegó, no fue un sonido, sino una presión en el aire que hizo vibrar los cristales de la ventana. Era la risa de la entropía misma, del fin de todas las cosas.

Se mantuvo junto a la visión apocalíptica, un dios en su balcón privado sobre el fin del mundo. Irene permaneció postrada, esperando.

—Una vez que la Casa Blanca caiga —continuó Adán, su voz ahora un zumbido pensativo—, el resto será una formalidad.




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