Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 57 : El Incidente en Washington - Parte VII

CAPÍTULO 57 : El Incidente en Washington - Parte VII

En el exterior de la Casa Blanca, la escena era un caos controlado. Vehículos blindados y tropas de élite mantenían un cerco alrededor del edificio, mientras los altos mandos supervisaban la operación desde una carpa de mando improvisada. Enid estaba sentada en una silla plegable, con una taza de café en una mano y un cigarrillo en la otra. Parecía completamente indiferente al nerviosismo que invadía a todos los presentes.

El general Hargrove, un hombre veterano de aspecto endurecido, la observaba con curiosidad. Era difícil ignorarla: su semblante juvenil contrastaba con la aplastante tensión del lugar. Finalmente, incapaz de contener su curiosidad, se acercó.

—Señorita Enid, ¿cree que alguno de los que están ahí dentro saldrá vivo? —preguntó, cruzándose de brazos, su voz impregnada de duda.

Enid exhaló una bocanada de humo y miró al general con una media sonrisa.

—Por supuesto que sí. Apuesto todo por Fénix —respondió con una confianza desbordante, mientras revolvía su café con aire despreocupado.

Hargrove arqueó una ceja, incrédulo.

—¿De verdad cree que tiene posibilidades? El informe de inteligencia señala que el tal Adán es... bueno, prácticamente invencible.

Enid soltó una pequeña carcajada, casi divertida por la incredulidad del general.

—Es cierto, Adán es fuerte. Pero Fénix tiene algo que Adán nunca tendrá. —Hizo una pausa para dar otra calada a su cigarrillo—. Fénix no sabe rendirse. Es una fuerza de la naturaleza, una tormenta que no puedes detener. Y cuando se pone serio, no importa quién esté enfrente... lo destruirá.

El general asintió lentamente, procesando sus palabras. Pero algo más lo había dejado intrigado.

—¿Por qué está tan segura de eso? —preguntó, inclinándose un poco hacia ella.

Enid sonrió ampliamente, casi divertida por lo que iba a decir a continuación.

—Porque es mi pareja —contestó con tono casual, como si estuviera comentando el clima.

El general abrió los ojos de par en par, claramente desconcertado.

—¿Es su... pareja? Pero... usted parece de veintitantos, y Fénix... parece un adolescente.

Enid se echó a reír ante la reacción del hombre, apagando su cigarrillo en un cenicero portátil que había traído consigo.

—Ah, general, las apariencias engañan. —Se inclinó hacia él, como si compartiera un secreto—. Digamos que ambos tenemos un pasado... complicado. Pero créame, entre los dos, yo soy la menor.

El general quedó en silencio, todavía atónito, mientras Enid volvía a reclinarse en su silla con una expresión tranquila, como si todo estuviera bajo control. A lo lejos, un sonido sordo sacudió la tierra, recordándoles a todos que la verdadera tormenta estaba ocurriendo dentro de esas paredes.

La sala de la Casa Blanca era un caos absoluto. Escombros, grietas y muebles destrozados eran testigos del combate titánico que se libraba en su interior. Fénix y Adán intercambiaban puñetazos sin tregua, sus cuerpos casi al límite, pero ninguno dispuesto a ceder.

Cada golpe resonaba como un trueno, desgarrando el aire. Los nudillos de Fénix se rompían con cada impacto, solo para reconstruirse en segundos gracias a su regeneración sobrenatural. Adán, por su parte, no se quedaba atrás; sus propios puños sufrían el mismo destino, pero su voluntad inquebrantable lo mantenía en pie.

—¿Eso es todo lo que tienes? —gruñó Adán, con una sonrisa feroz, su rostro cubierto de sangre.

—Ni cerca —escupió Fénix, limpiándose la sangre de la boca con el dorso de la mano antes de lanzar otro golpe directo al rostro de Adán.

El impacto hizo que Adán retrocediera un paso, pero respondió de inmediato con un puñetazo que conectó en la mandíbula de Fénix, haciéndolo tambalear. Sin embargo, Fénix no cayó. En lugar de eso, ajustó su postura y lanzó otro golpe, y otro, y otro.

Los dos luchaban en una danza brutal, una prueba de resistencia pura. El sudor y la sangre empapaban sus cuerpos, pero la intensidad de sus miradas demostraba que ninguno iba a detenerse.

Entonces, Fénix encontró una apertura. Su instinto tomó el control, y en un movimiento rápido, conectó un golpe devastador en las costillas de Adán, seguido de otro directo a su nariz, rompiéndola de nuevo. Sin darle tiempo a reaccionar, Fénix culminó con un puñetazo en el pecho que resonó como un cañonazo.

Adán dio un paso atrás, inhalando con fuerza, pero no cayó. Se llevó una mano al pecho, mirando a Fénix con los ojos encendidos de furia y orgullo.

—¿Crees que esto cambia algo, Fénix? —murmuró Adán, limpiándose la sangre de la nariz y enderezándose como si nada hubiera pasado—. Sigues siendo patético.

Fénix, con el pecho agitado por el esfuerzo, sonrió levemente.

—No me importa lo que pienses, Adán. Esto termina hoy.

Ambos se lanzaron nuevamente, con la misma intensidad, la misma rabia, y la certeza de que solo uno saldría con vida de esa sala destrozada.

Adán, con furia renovada, se lanzó hacia Fénix con una velocidad que desbordaba la razón. Su puño iba directo a la cara de Fénix, buscando terminar la pelea de una vez por todas. Pero Fénix, con sus reflejos mejorados por su capacidad sobrenatural, esquivó el golpe con un giro ágil.

Antes de que Adán pudiera reaccionar, Fénix aprovechó la apertura y, con un rápido movimiento, conectó un potente golpe directo al abdomen de Adán. El impacto hizo que Adán se encorvara brevemente, pero su resiliencia lo mantenía en pie. Fénix no perdió tiempo y se apartó, manteniendo la distancia mientras observaba a su oponente, esperando el momento perfecto para finalizar la pelea.




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