Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 58 : El Incidente en Washington - Parte VIII

CAPÍTULO 58 : El Incidente en Washington - Parte VIII

Ambos combatientes estaban al borde del colapso, sus cuerpos apenas soportando el peso de sus heridas y su voluntad. El salón en ruinas donde luchaban era un testimonio del caos que habían desatado. Fénix, respirando con dificultad, mantuvo su posición, mientras Adán, de pie frente a él, comenzaba a reír entre jadeos.

—Eres... interesante, Fénix —dijo Adán, su voz rasposa pero cargada de algo que se asemejaba a respeto. —Eres fuerte, claro, pero no es eso lo que realmente te define. Lo que te destaca... es esa maldita alma inquebrantable que tienes.

Fénix no respondió con palabras. Sus ojos brillaban con determinación, y su cuerpo, a pesar de los límites físicos, se mantenía firme. Entonces, sin más, ambos volvieron a lanzarse al combate, un frenético intercambio de golpes.

Cada impacto resonaba como un trueno, los golpes de Adán eran devastadores, pero Fénix encontraba maneras de resistir y devolverlos con la misma intensidad. En medio de ese torbellino de violencia, Fénix vio su oportunidad. Con un rugido de esfuerzo, su puño derecho se estrelló contra el pecho de Adán con una fuerza descomunal. La piel y la carne cedieron, y su brazo atravesó el torso de Adán.

La sangre brotó mientras Fénix, sin detenerse, empezó a escarbar más profundo, buscando el núcleo de lo que mantenía a Adán de pie. Adán, lejos de ceder, soltó una carcajada demente y comenzó a lanzar golpes al rostro y al cuerpo de Fénix, cada impacto más brutal que el anterior.

Pero entonces, en un movimiento desesperado, Fénix conectó un golpe directo al rostro de Adán con su mano libre. El impacto fue tan poderoso que la cabeza de Adán giró violentamente hacia un lado, y todo cambió en ese instante.

El mundo alrededor de ellos pareció detenerse. Los colores se distorsionaron, el aire se volvió pesado, y el salón en ruinas desapareció, reemplazado por un vacío oscuro y silencioso. Adán, con una expresión de sorpresa en su rostro, cerró los ojos lentamente, mientras el cuerpo de Fénix temblaba por el agotamiento.

El tiempo parecía haberse detenido, dejando a ambos en un espacio entre la realidad y algo mucho más profundo, algo desconocido. Fénix, aún con su brazo dentro del torso de Adán, miraba alrededor, su mente intentando comprender qué estaba ocurriendo, mientras un extraño silencio caía sobre la escena.

La oscuridad se disipó, y de repente, tanto Adán como Fénix estaban en un lugar completamente diferente. La sangre, las heridas y el caos habían desaparecido. Ambos estaban impecables, sus cuerpos perfectos, sin una sola señal de la brutal batalla que acababan de librar.

La habitación era amplia, elegante, con un diseño minimalista, como una sala de juntas empresarial, iluminada por una luz suave y cálida que no parecía provenir de ninguna fuente específica. Una gran mesa de cristal ocupaba el centro, pero lo que llamó la atención de Adán no fue el entorno, sino la extraña calma de Fénix, quien estaba de pie junto a él, como si nada hubiera pasado.

Adán frunció el ceño y miró alrededor, desorientado. —¿Dónde estamos? —preguntó, su voz cargada de desconfianza.

Fénix giró lentamente su cabeza hacia él, su expresión serena y casi amable. —Bienvenido a mi mente, Adán. Te traje aquí para mostrarte algo. Algo que nunca entenderías por tu cuenta.

—¿De qué demonios estás hablando, mocoso? —gruñó Adán.

Fénix levantó una mano y señaló hacia el fondo de la sala. Allí, a la distancia, se encontraban Marcus, Lucian, Vanessa y Enid. Todos reían, compartiendo anécdotas y momentos de camaradería. La escena era casi etérea, como un recuerdo idealizado.

—Ellos —dijo Fénix, con voz suave pero firme—. Ellos son mi motivo de vivir. Mi razón para seguir adelante. Tú nunca tuviste eso, ¿verdad, Adán? Todo lo que has hecho es destruir, consumir, y al final, quedarte vacío.

Adán apretó los dientes, sus ojos oscuros llenándose de una furia apenas contenida. —¿Y qué? ¿Esperas que me conmueva con tus ridículas emociones?

Fénix sonrió, pero no de manera sarcástica, sino con una calma que solo hizo que la ira de Adán creciera. —No espero nada de ti. Intenté ser tu amigo, Adán. Intenté darte una oportunidad. Pero mataste a los míos, destruiste lo que amaba. Eso no te hace fuerte, solo te hace patético.

Las palabras de Fénix cayeron como un peso sobre Adán, quien apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos. —¡Cállate, mocoso insolente! —rugió, su voz llena de desprecio—. No tienes derecho a sermonearme. ¡No eres nadie!

Fénix no se inmutó. Su calma era imperturbable. —No me importa lo que pienses, Adán. Solo te daré dos opciones. Número uno: vuelves al cuerpo de donde saliste, como el tumor cerebral que eras, y vives un poco más. Número dos: mueres aquí mismo.

Adán soltó una carcajada amarga. —¿Crees que me puedes amenazar? ¿Crees que tu falsa moral me afecta? Eres un niño jugando a ser héroe.

De repente, la escena se desvaneció, y ambos regresaron a la realidad. Los escombros y la sangre reemplazaron la calma de la sala empresarial. Fénix, ahora frente a Adán, lo miró con la misma serenidad.

—Si no quieres vivir, Adán, no puedo obligarte. La decisión es tuya —dijo Fénix con voz baja pero firme.

Adán, aún sonriendo, no respondió de inmediato. Sus ojos reflejaban una mezcla de odio y algo más profundo, algo que parecía acercarse al vacío.

Ambos estaban al límite, sus cuerpos llevados al punto de quiebre. Las heridas en sus cuerpos se regeneraban lentamente, pero el agotamiento era evidente. Fénix y Adán se miraban fijamente, con la determinación ardiente en sus ojos.

—Adán... —dijo Fénix, respirando con dificultad mientras apretaba los puños—. Con el próximo golpe, separaré tu cuerpo del de Marcus. Pondré fin a esta pesadilla de una vez por todas.

Adán, cubierto de sangre pero aún sonriendo, dejó escapar una risa seca y gutural. —¿El próximo golpe, eh? Perfecto. Entonces te daré el golpe de gracia, mocoso. Veamos si tienes lo que se necesita para mantenerte de pie.




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