CAPÍTULO 64 : El Incidente en Washington - Parte XIV FINAL
Edén. Año cero de la humanidad.
El sol se filtraba a través de las ramas del Árbol del Conocimiento, cuya copa se extendía como un manto protector sobre Adán y Eva, los primeros habitantes del Edén. Ambos estaban sentados en la suave hierba, mirando las brillantes manzanas doradas que colgaban del árbol. La brisa era cálida y apacible, pero había una inquietud en el aire, una sensación de que algo más acechaba.
—Es hermoso —dijo Eva, rompiendo el silencio mientras señalaba las frutas con un leve gesto—. ¿Nunca te has preguntado a qué saben?
Adán sacudió la cabeza, algo tenso.
—Dios nos dijo que no las toquemos. Ni siquiera pensarlo, Eva.
Eva rió suavemente, pero antes de que pudiera responder, un suave siseo resonó entre las hojas. Ambos miraron a su alrededor, sobresaltados, y entonces lo vieron.
La serpiente.
Su cuerpo escamado era negro como el vacío, y sus ojos, dos esferas rojizas, brillaban con una intensidad casi hipnótica. Se deslizó hacia ellos con gracia, enroscándose alrededor del tronco del árbol.
—¿Por qué tan tensos, mis queridos hijos? —dijo con una voz que era dulce y seductora, pero también cargada de un poder oscuro—. ¿Acaso no tienen curiosidad por lo que se les ha negado?
Adán frunció el ceño, instintivamente colocando un brazo frente a Eva como protección.
—Vete. No queremos problemas.
La serpiente dejó escapar un siseo que parecía una risa.
—Problemas... —repitió con desdén—. No ofrezco problemas. Ofrezco regalos. Poderes más allá de su comprensión, dones que ningún mortal podría soñar.
Eva lo miró, intrigada pero cautelosa.
—¿Qué clase de dones?
Los ojos de la serpiente brillaron aún más intensamente mientras se acercaba.
—Adán... para ti, un poder inigualable. Fuerza, velocidad, sentidos más allá de lo humano. Serás el guerrero supremo, el protector de tu especie. Podrás transformarte en una criatura majestuosa bajo la luna llena.
Adán pareció fascinado por un momento, pero pronto se recuperó.
—Eso no está bien... Dios nos prohibió tocar este fruto.
La serpiente ignoró su protesta y se dirigió a Eva.
—Y tú, Eva... la noche será tu aliada. Te daré el poder de la inmortalidad, la belleza eterna. Vivirás para siempre como una reina entre los hombres, con habilidades que harán que te adoren y teman por igual.
Eva miró a Adán, indecisa.
—¿Y qué debemos hacer a cambio? —preguntó finalmente.
La serpiente mostró una sonrisa torcida.
—Solo una pequeña cosa. Coman una de estas manzanas eternas, y los dones serán suyos.
Adán se puso de pie, lleno de ira.
—¡Esto es una trampa! ¡No vamos a caer en tus juegos!
Eva, sin embargo, parecía tentada. Sus ojos estaban fijos en el fruto brillante, y las palabras de la serpiente resonaban en su mente.
—¿Y si realmente podemos ser algo más? —preguntó ella en voz baja.
Adán la miró, horrorizado.
—Eva, no podemos...
Pero antes de que pudiera detenerla, Eva tomó una manzana y la mordió. Un instante después, le ofreció la fruta a Adán, quien, dudando, finalmente cedió y también la mordió.
El aire se volvió pesado y oscuro. La serpiente los observó, satisfecha, mientras sus cuerpos comenzaban a transformarse.
Adán cayó de rodillas mientras un poder indescriptible fluía por sus venas. Su cuerpo se expandió, sus músculos se tensaron, y un aullido gutural escapó de su garganta mientras un par de ojos dorados brillaban intensamente.
Eva, por su parte, sintió que su piel se enfriaba y su corazón dejaba de latir. Sus ojos adquirieron un tono carmesí, y sus colmillos se alargaron. Una sensación de hambre insaciable surgió dentro de ella, un hambre que solo la sangre podría saciar.
La serpiente los observó con una sonrisa siniestra.
—Mi parte del trato está cumplida. Ahora... sean lo que siempre debieron ser.
Con esas palabras, la serpiente desapareció, dejando tras de sí un olor a azufre. Pero entonces, una luz cegadora iluminó el Edén, y una voz retumbó desde los cielos.
—¡HAN PECADO!
Era Dios, su tono severo y lleno de pesar.
—Adán, Eva... les di el paraíso, y aún así sucumbieron a la tentación. Por este acto, serán desterrados del Edén. No encontrarán descanso ni en el cielo ni en el infierno, y todos sus hijos llevarán la marca de su elección: serán engendros de humanidad, criaturas que cargarán con la maldición de su pecado.
Adán y Eva cayeron al suelo, suplicando perdón, pero Dios no cedió. Con un destello final de luz, el Edén desapareció, y los dos se encontraron solos en un mundo frío y desolado, sabiendo que su elección había cambiado el curso de la humanidad para siempre.
De la unión de Adán y Eva, marcados por la maldición del Edén, nacieron nueve engendros, las primeras aberraciones en caminar por la Tierra. Cada uno de ellos era un reflejo distorsionado de las bendiciones y maldiciones que sus padres habían recibido. Eran criaturas de inmenso poder, con habilidades únicas y personalidades que variaban entre lo humano y lo monstruoso. Estos nueve engendros se convirtieron en el inicio de las razas sobrenaturales que darían forma a los mitos y leyendas de las generaciones futuras.
Con el paso de los milenios, la naturaleza destructiva de los engendros los llevó a enfrentarse entre ellos, devorándose en un intento de reclamar supremacía. Los más débiles sucumbieron rápidamente, dejando tras de sí un legado de destrucción y mitos que alimentarían las historias de terror de la humanidad.
De los nueve, solo unos pocos permanecen activos o dormidos, ocultos en los rincones más oscuros de la Tierra, mientras otros se desvanecieron por completo, dejando únicamente su nombre y terror en los recuerdos de quienes los conocieron.
El destino del cuerpo de Eva sigue siendo un misterio. Algunos creen que desapareció junto con su alma, mientras que otros sostienen que se encuentra sellado en algún lugar, esperando ser desenterrado para desatar una nueva era de oscuridad.