Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 68 : El hijo prodigo

CAPÍTULO 68 : El hijo prodigo

El ascensor se detuvo en el nivel superior. Fénix cruzó los pasillos sin prisa, hasta que las puertas dobles de la sala principal se abrieron automáticamente ante él. Dentro, la gran sala de conferencias de Enid Corp estaba repleta. Rostros formales, figuras de traje, especialistas, miembros de seguridad y figuras clave de la corporación escuchaban en absoluto silencio.

En el escenario, iluminada por la luz blanca de los focos, Enid Drakewood hablaba con voz firme. Su presencia dominaba el lugar con esa mezcla de elegancia letal y control absoluto. Vestía un traje negro con detalles plateados, y su cabello recogido dejaba ver su rostro severo y encantador al mismo tiempo.

Fénix se quedó junto a una de las columnas laterales, en silencio, observando. No por protocolo, sino por costumbre. Escucharla hablar siempre era... hipnótico. Incluso en los temas más técnicos, Enid sabía cargar cada frase de intención, cada palabra con doble filo.

Sin embargo, su mente aún seguía en otra parte.

Fue entonces cuando sintió una presión leve en el hombro. Se giró, instintivamente, y allí estaba él: Alucard. De pie, erguido, con su clásica sonrisa sombría y esa elegancia lúgubre que lo acompañaba como una sombra eterna.

—Tu pulso está elevado —murmuró Alucard con su voz grave, casi burlona—. Y tu corazón late como si estuvieras por entrar en combate. Estás... raro, Fénix.

Fénix no respondió de inmediato. Bajó la mirada unos segundos antes de hablar.

—Estaba pensando... en algo que nunca se me va de la cabeza. Algo que me sigue desde que tengo memoria.

Alucard arqueó una ceja.

—¿Y qué sería eso?

—No sé quién es mi padre —dijo Fénix, sin rodeos—. Nunca lo supe. Mamá nunca me lo dijo. Nunca habló de él. Ni una palabra. Es como si no hubiera existido. Y eso... eso me jode más de lo que quiero admitir.

Alucard lo miró en silencio por unos segundos. Su sonrisa desapareció, reemplazada por algo más serio. Luego habló con un tono sorprendentemente sincero.

—Te entiendo más de lo que crees. El mío sí existió. Y era un bastardo de la peor calaña. Un tirano, un monstruo. Por eso acabó como debía acabar: muerto, olvidado, y pisoteado por alguien más fuerte.

Fénix lo miró de reojo, sin palabras.

—No necesitas saber quién fue —añadió Alucard—. Lo único que importa es en quién te convertiste sin él. No hay figura paterna que pueda competir con eso.

La ovación final interrumpió el momento. Enid acababa de concluir su discurso, y los aplausos resonaban por toda la sala. Fénix volvió la mirada al escenario, justo a tiempo para ver a Enid bajando con paso firme, saludando brevemente a los asistentes.

Alucard suspiró con falsa solemnidad.

—Bueno, hora de desaparecer como siempre.

Fénix apenas sonrió.

—Gracias, Alucard.

—No me malacostumbres —dijo él con una sonrisa torcida—. No suelo ser tan empático.

Y con un gesto elegante, Alucard dio un paso hacia la pared... y la atravesó como si fuera niebla.

Fénix se quedó solo, rodeado de aplausos, murmuraciones y movimiento. Pero su mente, aunque aún dolida, estaba un poco más firme.

Porque tal vez tenía razón.

Porque tal vez su origen no importaba tanto como su destino.

Fénix permanecía quieto, mirando fijamente la pared por la que Alucard acababa de desvanecerse. No había nada especial en ella —solo un panel liso y metálico como los cientos que decoraban Enid Corp—, pero en su mente, aún resonaban las palabras de su extraño compañero. Las emociones remolcadas por viejas heridas eran difíciles de disipar. Le costaba regresar al presente.

Hasta que sintió una presencia conocida a su lado. Su perfume, su energía. Antes incluso de verla, supo que era ella.

—Estuviste muy bien —dijo Fénix sin girarse, con una pequeña sonrisa.

—Me alegra que lo digas. Aunque pareces más interesado en una pared que en mí —respondió Enid con tono juguetón, mientras se colocaba frente a él.

Llevaba aún el traje formal del evento, pero ya se había soltado el cabello, dejando que una parte de su rigidez se desvaneciera. Sus ojos brillaban con esa mezcla de inteligencia y afecto que tan pocos sabían interpretar.

Fénix la miró finalmente, un poco más relajado.

—Perdón... estaba en otra parte.

Enid ladeó la cabeza, divertida.

—¿Y sabes qué día es hoy?

Fénix la miró con una expresión vacía, incómoda. Parpadeó, repasando mentalmente fechas, misiones, reuniones... Nada le venía a la mente.

—¿Alguna operación olvidada? ¿Reunión con Inversores?

—Tontito... —dijo Enid, sonriendo mientras le rozaba el pecho con la punta del dedo—. Hoy hace un mes que somos pareja oficialmente.

Fénix se quedó mudo un segundo, como si acabara de recibir una descarga eléctrica en medio del pecho. Abrió la boca para decir algo, pero no le salió palabra alguna. Solo bajó la mirada, con una mezcla de culpa y sorpresa.

—Cierto... ahora lo recuerdo.

—Menos mal —rió ella suavemente—. Porque ya empezaba a dudar si eras un asesino profesional con memoria selectiva.

—No es eso... —murmuró Fénix, tomándola de la mano—. Hoy tuve la cabeza en otro lugar, lo siento. Pero me alegra que lo recuerdes tú. Y que sigas aquí, a pesar de todo.

Enid apretó su mano y apoyó la frente contra la de él, sin necesidad de más palabras. En ese gesto estaba la calma que Fénix necesitaba.

Un pequeño instante de paz... antes de que el mundo volviera a arder.

Restaurante "Kaiserhof", Berlín – 14 de mayo de 2000, 21:47

Las luces eran tenues, los candelabros colgaban como joyas del techo ornamentado, y la música de cuerdas se deslizaba por el ambiente como un susurro elegante. El restaurante más caro de Berlín no era solo un lugar para comer: era una declaración. Cada mesa estaba separada por distancia suficiente para que la privacidad fuera parte del lujo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.