CAPÍTULO 69 : Vladslavia
El camarero ya se había retirado con la orden. En la mesa, una pequeña vela temblaba con elegancia. Enid bebió un sorbo de vino blanco, aún con la mirada fija en Fénix, que intentaba recuperar la serenidad.
Ella apoyó los codos suavemente sobre el mantel de lino.
—Mira, Fénix... somos lycans. Somos inmortales. Tenemos tiempo para equivocarnos, reconstruirnos y volver a rompernos si hace falta. Pero lo único que no podemos permitirnos es vivir estancados en el pasado.
Él bajó la vista, pensativo.
—Entiendo que duela. Créeme. Pero... también sé lo que es mirar atrás y no encontrar nada que te abrace —añadió Enid con una voz distinta, más cálida, más confesional—. Durante años fingí que no me importaba, que no me faltaba nada... pero no es verdad.
Fénix alzó la mirada. No solía escuchar a Enid hablar así.
Ella continuó:
—Mi familia estaba completa, sí. Pero mis padres eran burgueses hasta el alma. Obsesionados con las apariencias, los negocios, las reuniones diplomáticas. Yo era... un accesorio más en sus vidas organizadas. Me querían, claro. A su manera. Pero nunca me prestaron demasiada atención.
Hizo una pausa y suspiró, bajando por un momento la mirada a su copa.
—Fue mi hermana mayor quien me crió, en realidad. Ella era la que me leía por las noches, la que me enseñó a pelear, a elegir, a desconfiar. A sobrevivir. Lo bueno, lo malo, lo crudo... todo lo aprendí con ella. No con mamá y papá.
Fénix la observaba en silencio. Nunca había escuchado tanto sobre su infancia. De alguna forma, sentía que esa mujer elegante y poderosa frente a él también arrastraba su propio vacío.
—Y ¿qué pasó con ella? —preguntó, sin querer forzar.
Enid soltó una pequeña sonrisa, aunque era más amarga que dulce.
—Problemas familiares.
Fénix frunció el ceño.
—¿A que te refieres?
—Digamos que termino en una Pequeña tragedia familiar.
Le sostuvo la mirada con firmeza.
Fénix no dijo nada al instante. Pero algo en su pecho se aflojó. No era consuelo barato. Era verdad. Cruda y hermosa.
—Gracias por contarme eso —murmuró finalmente—. No sabía que llevabas tanto dentro.
Enid sonrió, esta vez con algo de ternura real.
—No suelo compartirlo. Pero contigo... contigo siempre puedo.
La música cambió a un suave adagio de cuerdas. La comida comenzó a llegar, y por un rato, dejaron que el presente tuviera el protagonismo. Porque en ese momento, allí, entre copas y luces cálidas, el futuro parecía menos lejano. Y el pasado... un poco menos pesado.
15 de mayo del 2000 – Piso 42, Sala de Reuniones Principal, Enid Corp
El sol se filtraba por las enormes cristaleras del piso 42, lanzando reflejos dorados sobre la mesa de obsidiana pulida que dominaba el centro de la sala. Las pantallas holográficas aún estaban apagadas, y el silencio era interrumpido solo por el sonido lejano del tráfico berlinés que se filtraba desde las alturas.
Todos estaban presentes.
Fénix, de pie junto a la pared, brazos cruzados, mirada concentrada. Lucian, sentado con su típica expresión de desgano, jugueteando con un bolígrafo. Marcus, apoyado hacia atrás en su silla. Vanessa, puntual, con una carpeta en las manos y expresión de escepticismo. Y, por supuesto, Enid, de pie al frente, impecable como siempre, marcando el ritmo de todo con solo estar presente.
Cuando se encendió la pantalla principal, todos levantaron la vista.
—Gracias por venir con puntualidad —dijo Enid con tono firme—. Esto será breve, pero importante.
Fénix alzó una ceja. Cada vez que Enid decía "breve pero importante", lo que venía rara vez era bueno.
—Vladslavia —pronunció con claridad, haciendo aparecer el nombre en letras rojas sobre la pantalla—. Un país pequeño que surgió hace aproximadamente diez años, tras una disputa territorial entre regiones autónomas ubicadas entre la Guayana Francesa y Brasil. Un vacío de poder permitió que surgiera un nuevo gobierno, y desde entonces se han mantenido independientes... y muy discretos.
Lucian dejó de girar el bolígrafo.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —preguntó, sin molestarse en disimular su aburrimiento.
—Vladslavia tiene un contrato de protección firmado con Enid Corp desde hace cinco años —explicó ella, sin apartar la vista del grupo—. Y esta semana el presidente de Vladslavia, un tal César Halberg, ha organizado un evento de caridad a nivel internacional. Nos han convocado. Personalmente.
—¿Evento de caridad? —bufó Marcus—. ¿Qué vamos a hacer allí? ¿Cortar cintas y aplaudir discursos?
—No vamos a hacer nada —aclaró Enid—. Vamos a presentarnos. Porque es un asunto de representación diplomática. El contrato incluye presencia en actos oficiales. No es negociable.
Vanessa cerró su carpeta con un suspiro audible.
—¿Y justo tenemos que ir todos? ¿No puede ir el departamento legal y ya?
—El presidente solicitó específicamente que asistiera el equipo de operaciones. Ustedes —respondió Enid, con tono seco.
Lucian levantó las manos.
—Mira, con todo respeto... paso de cenas con políticos corruptos en medio de la jungla. ¿No hay alguien más del staff que pueda cubrir eso?
—¿De verdad tengo que ponerme a hablar con politicos corruptos? —refunfuñó Marcus—. Es lo peor que me podés pedir.
—Paso —dijo Vanessa—. Estoy en medio de un informe sobre los laboratorios del Báltico. Esto me parece una pérdida de tiempo.
Fénix no dijo nada, pero su expresión hablaba por él. Un evento de caridad en un país tropical no sonaba particularmente atractivo.
Enid los dejó hablar. Observó sus protestas sin cambiar el gesto, y cuando todos terminaron su respectivo desplante, se limitó a cruzar los brazos y mirarlos uno por uno.
—¿Ya terminaron?
Silencio.
—Muy bien —continuó con calma—. Lamentablemente para ustedes, no tienen voto. Yo decido. Y vamos. Todos. Así que preparen sus cosas. El avión sale en cuarenta y ocho horas.