Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 70 : Vladslavia-2 Conclusión

CAPÍTULO 70 : Vladslavia-2 Conclusión

VLADSLAVIA — PALACIO PRESIDENCIAL

La sala del presidente estaba decorada con un lujo grotesco, como si alguien hubiera intentado imitar la elegancia europea sin saber realmente cómo. En medio de todo, una gran mesa de ébano oscuro se extendía hasta el ventanal. Frente a ella, un joven de no más de treinta años, vestido con un traje perfectamente entallado y sonrisa encantadora, observaba el horizonte selvático que se extendía más allá del vidrio. Era el presidente de Vladslavia. Astuto, ambicioso, con una inteligencia fría detrás de su carisma de vitrina.

Se dio la vuelta justo cuando las puertas se abrieron de par en par.

—Así que... tú eres Azazel. —dijo el presidente, caminando hacia su asiento con tranquilidad.

Azazel estaba ya allí, por supuesto. Sentado con desparpajo en uno de los sillones de cuero, con las botas embarradas sobre la mesa, dejando marcas que harían rabiar a cualquier decorador. Masticaba chicle. Llevaba una chaqueta oscura desgarrada por los bordes y los ojos encendidos de pura desidia.

—¿Y tú eres el niñato que se cree rey de este circo? —respondió Azazel sin levantarse ni quitar los pies de la mesa—. Mira, no sé para qué coño me trajiste, pero si esto no tiene sangre, me largo.

El presidente no se inmutó. Se sentó frente a él con una sonrisa ladina.

—Sabes exactamente por qué estás aquí. Vladslavia tiene un contrato de protección con Enid Corp., pero francamente, me interesa algo... más divertido. Algo con caos. Y tú hueles a eso.

Azazel alzó una ceja. Chasqueó los dientes. Le divertía.

—Sigue hablando, niñato.

—Quiero ofrecerte un trato. Proteges Vladslavia a tu manera. Haces lo que te venga en gana mientras me asegures que mis enemigos no se acerquen. A cambio...

El presidente se recostó en su silla y entrelazó los dedos.

—Te ofrezco un festín. Humanos, lycans, vampiros... lo que te plazca. Incluso puede que los muñecos de Enid Corp. te den algo de diversión. Juega con ellos si quieres. Rómpelos. O hazlos gritar.

Azazel se echó a reír. Una risa ronca, vibrante, que parecía sacudir las paredes.

—Joder... Me estás tentando de verdad. ¿Puedo romperles los huesos lentamente?

—Puedes hacer lo que quieras.

Azazel se chupó los dientes, se quitó el chicle y lo pegó sin vergüenza a la esquina de la mesa.

—Trato hecho, niñato. Solo asegúrate de no estorbarme cuando me ponga creativo.

El presidente le ofreció la mano, pero Azazel solo lo miró.

—No soy de dar la mano. Yo cobro con sangre.

Y con una sonrisa torcida, el demonio encarnado aceptó el juego. Vladslavia acababa de sellar un pacto con el infierno.

Azazel se levantó lentamente del sillón, estirando los brazos como si acabara de despertarse de una siesta aburrida. Caminó unos pasos por la sala con un aire desenfadado, inspeccionando una estatua dorada sin interés real, como un depredador aburrido de la jaula.

—Y dime, niñato —preguntó sin mirar al presidente—, ¿los de Enid Corp... son fuertes o solo tienen pinta de serlo?

El presidente se acomodó en su silla, aún con esa sonrisa de quien siempre va tres pasos por delante.

—Algunos son solo peones con uniforme, pero hay excepciones. El mejor de todos se llama Fénix Roger. Hace cosa de un mes eliminó a Adán... el primer lycan.

Azazel se detuvo en seco.

—¿Adán? ¿Ese saco de músculos prehistórico? —bufó con una mezcla de burla y asombro—. Vaya, sí que ha cambiado el juego.

Se quedó pensativo por un segundo, luego entornó los ojos como si intentara hacer memoria.

—Fénix Roger... ese nombre me suena. —Frunció el ceño—. Lo escuché en algún lado, pero no recuerdo si fue en una pelea, en una masacre o en una borrachera de hace cien años. Bah, da igual.

Se encogió de hombros con una sonrisa torcida. Luego se giró hacia el presidente.

—Te aviso, niñato. Si ese tal Fénix es tan bueno como dices... quizás le dé el gusto de enfrentarse a mí. Y si no, será solo otro juguete roto para mi colección.

El presidente asintió con tranquilidad, sin miedo.

—Mientras tú me protejas, puedes hacer lo que quieras.

Azazel caminó hacia la salida, abrió las puertas con una patada despreocupada y antes de desaparecer en el pasillo oscuro, lanzó una última carcajada.

—Nos vemos pronto, Vladslavia. Que comience el jodido espectáculo.

En la casa blanca el aire estaba denso, cargado de polvo y olor a sangre. Entre las columnas destrozadas y los muros derrumbados, Fénix permanecía de pie, con la respiración agitada. Frente a él, Adán sonreía de forma sádica, con las manos manchadas de sangre fresca.

—Mírate... —dijo Adán, con una voz grave que goteaba desprecio—. Ni siquiera pudiste salvarlo.

Fénix, sin entender del todo, bajó la vista. Entonces lo vio.

En el suelo, los restos de Lucio eran apenas un eco irreconocible de lo que había sido. Carne destrozada, huesos quebrados... y en la pared, manchas oscuras que aún goteaban. El estómago de Fénix se revolvió.

—No... —murmuró, retrocediendo un paso, los ojos abiertos como platos.

Adán se acercó lentamente, su sonrisa ensanchándose.

—Todo por tu culpa. Ni tus fuerzas ni tu coraje lo salvaron. Eres débil, Roger... y todos lo pagan.

Fénix sintió que el mundo se cerraba sobre él. El zumbido en sus oídos crecía, y entre la penumbra y los escombros, una voz distante empezó a filtrarse:

"Fénix... Fénix... despierta."

El escenario se diluyó en sombras hasta desintegrarse por completo.

Fénix abrió los ojos de golpe, empapado en sudor. El rugido constante de los motores reemplazó al eco de la risa de Adán. Marcus estaba inclinado hacia él, con el ceño fruncido.

—¿Otra vez el sueño de Adán? —preguntó con un tono grave pero comprensivo.

—Sí... —respondió Fénix, apartando la mirada. Su voz sonaba áspera, como si todavía arrastrara el peso del recuerdo.




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