Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 71 : Recuerdos

CAPÍTULO 71 : Recuerdos

El hotel era un coloso de cristal y mármol, levantado en pleno corazón de Vladslavia. El vestíbulo, iluminado con lámparas de araña que parecían suspendidas en el aire, brillaba como si estuvieran en un palacio más que en un hotel. El grupo subió a sus habitaciones guiados por recepcionistas impecablemente uniformados.

Fénix dejó su bolso en el sillón, apenas mirando alrededor. Era una suite de lujo, demasiado silenciosa para su gusto. Marcus encendió la televisión mientras Vanessa y Lucian se asomaban al balcón para contemplar la ciudad.

—Mira esto —dijo Marcus, acomodándose en el sofá—. Están dando noticias de USA.

La pantalla mostraba imágenes de la Casa Blanca en plena reconstrucción. Las grúas se alzaban entre ruinas humeantes, y las voces de los presentadores hablaban de aquel ataque devastador.

El corazón de Fénix se detuvo un segundo. La sangre le retumbó en los oídos. Las imágenes se mezclaron en su cabeza con los recuerdos: la sangre, el rugido de Adán, Lucio derrumbándose, los cuerpos desperdigados.

"No otra vez... no otra vez."

Se llevó una mano a la frente. Un dolor agudo le perforaba las sienes como cuchillas invisibles. Su respiración se volvió entrecortada, pero no emitía un sonido.

"Cállate... cállate, joder. No pienses en eso. NO PIENSES."

Su propio grito resonaba dentro de su cabeza, un eco que lo destrozaba. Se veía a sí mismo, ensangrentado, cargando el peso de todos los muertos que no pudo salvar.

"¡BASTA, MALDITO! ¡BASTA!"

Un sudor frío le corría por el cuello. Estaba al borde de perderse en aquel torbellino de memorias y culpas.

—¡Fénix! —la voz de Enid lo arrancó del abismo.

Ella estaba a su lado, sujetándole los hombros con fuerza. Sus ojos lo miraban con una mezcla de firmeza y preocupación.

Él parpadeó varias veces, como si despertara de una pesadilla con los ojos abiertos. El sonido de la televisión volvió, el murmullo de Marcus hojeando la revista, los pasos de Vanessa. Todo estaba allí, real.

Fénix tragó saliva, intentando recomponerse. No dijo nada. Solo asintió levemente, evitando la mirada de todos.

Enid no insistió, pero no apartó su mano de su hombro hasta asegurarse de que él había vuelto del todo.

En la habitación del hotel, el aire estaba perfumado con un aroma sutil a flores frescas y madera barnizada. Enid acomodaba sus cosas en el armario con la misma calma meticulosa que solía mostrar en los momentos de mayor tensión. Doblaba la ropa con precisión, colocaba cada objeto en su sitio, como si esa rutina la mantuviera con los pies en la tierra.

Detrás de ella, Fénix estaba sentado en la cama, con los codos apoyados en sus rodillas y la cabeza hundida entre sus manos. Su respiración era pesada, irregular, como si el peso de todo lo que había vivido le aplastara el pecho.

—Enid... —su voz sonó apagada, quebrada.

Ella se giró, lo miró un instante y notó que sus uñas estaban creciendo, afiladas, negras, la señal de que su lado lycan se activaba cuando no podía controlar sus emociones.

—No puedo... —Fénix temblaba, las palabras le costaban—. No puedo sacar esas imágenes de mi cabeza... Adán... Lucio... la sangre... la Casa Blanca ardiendo... yo allí, sintiéndome un monstruo, como si fuera yo el que había destruido todo...

Su voz se cortó. Una lágrima rodó por su mejilla, seguida de otra. Sus manos apretaban con fuerza su rostro, casi enterrándose en su piel con las garras que le habían brotado sin querer.

—Siento... que aunque acabara con Adán, nunca fue suficiente. Siempre hay otro enemigo, otro infierno esperándome. Y lo peor... —levantó un momento la cabeza, los ojos rojos y vidriosos— es que cada vez me siento menos humano, Enid. Como si todo lo que hago... todo lo que soy... me empujara más hacia la bestia.

Enid lo escuchaba en silencio, sin interrumpirlo, dejando que soltara cada palabra como si se arrancara de dentro un trozo de dolor.

—Tengo miedo —admitió por fin, su voz quebrándose del todo—. Miedo de perderme a mí mismo... miedo de que un día no pueda controlar lo que llevo dentro... miedo de hacerte daño a ti, aunque jure que nunca lo haría...

Enid caminó despacio hacia él y se sentó a su lado. No lo juzgó, no lo detuvo. Simplemente lo abrazó, dejando que su cabeza quedara contra su hombro, aunque sus garras aún arañaban las sábanas.

—No eres un monstruo, Fénix —le susurró con firmeza—. Lo que pasó, lo que viste... lo llevas encima porque te importa. Porque sigues siendo humano, aunque te duela. Esa es tu fuerza, no tu condena.

Él cerró los ojos, dejando escapar más lágrimas. Por un momento, se permitió hundirse en ese abrazo, como si fuera lo único que lo mantenía entero en medio de la tormenta.

La habitación estaba en silencio, apenas roto por el tenue murmullo de la ciudad que se filtraba desde la ventana. Fénix seguía en la cama, con los hombros hundidos y el rostro cubierto por sus manos. Sus uñas aún estaban alargadas, marcando la colcha como si temiera desgarrarla. Respiraba entrecortado, como si cada palabra que había dicho antes hubiese sido un peso insoportable arrojado desde lo más profundo de su pecho.

—Ya está... ya lo dije... —murmuró apenas, como si hablara consigo mismo.
Su voz se quebró en el aire, y después de aquello ya no hubo palabras. Solo un sollozo silencioso, retenido con furia, que tembló en su garganta. Su cuerpo entero parecía colapsar sobre sí mismo, roto, agotado.

Enid lo miró con una calma que parecía imposible en ese momento. Se acercó lentamente, apoyando una mano en su hombro, firme y cálida, como si quisiera recordarle que todavía estaba allí, que no estaba solo. No le pidió que dejara de llorar ni que se recompusiera de inmediato. Simplemente estuvo, con esa presencia constante que lo sostenía aunque él mismo sintiera que ya no quedaba nada de qué sostenerse.

—Fénix... —su tono fue bajo, casi un susurro que buscaba colarse en medio del caos que él mismo había levantado dentro de su cabeza—. Te entiendo, lo sé. Pero escucha... no puedes quedarte aquí, atrapado. No puedes dejar que esto te rompa más de lo que ya lo ha hecho.




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