CAPÍTULO 72 : La gran fiesta-1
La música resonaba en el salón principal de Vladslavia. Candelabros de cristal iluminaban la estancia, bañando con reflejos dorados las copas de vino, los trajes impecables y los rostros de la élite reunida. Nobles, inversores, líderes de corporaciones y figuras del submundo compartían el mismo espacio, envueltos en una atmósfera que oscilaba entre la ostentación y la intriga.
En la terraza, apartado del bullicio, Fénix contemplaba la luna llena que dominaba el cielo nocturno. El resplandor plateado se reflejaba en sus ojos, proyectando un contraste inquietante con la oscuridad de sus pensamientos. Sentía el murmullo de la fiesta detrás de él, pero su mente estaba en otro lugar, atrapada en recuerdos que aún ardían como brasas.
La puerta de la terraza se abrió suavemente. Marcus apareció, con su porte serio y la mirada fija en su compañero. Caminó hasta situarse a su lado, ambos en silencio, observando la luna como si fuese un testigo mudo de todo lo que habían atravesado.
—No estás aquí, ¿verdad? —dijo Marcus, con voz baja.
—Lo intento... pero a veces siento que sigo atrapado en aquel día. —Fénix respiró hondo, cruzando los brazos—. La luna no me deja olvidarlo.
—La luna nunca olvida —respondió Marcus, inclinándose en la barandilla—. Pero lo que importa es lo que hacemos bajo ella, no lo que ella nos recuerda.
Fénix soltó una breve risa amarga y luego asintió. Tras ese momento compartido, ambos regresaron al interior. El calor, el ruido y el lujo los envolvieron de inmediato. Avanzaron entre la multitud hasta llegar a la mesa asignada. Allí aguardaban Lucian, Vanessa y Enid, impecablemente vestidos, irradiando el aura de un equipo que, incluso entre semejante élite, no pasaba desapercibido.
No tardó en acercarse un hombre cuya presencia cortó el aire. Viktor, director de Antigen, se presentó con su habitual porte de superioridad, acompañado por la figura imponente de Darem, su sombra letal.
—Vaya, vaya... Enid Sinclair. —La voz de Viktor era un filo de acero envuelto en terciopelo—. Qué sorpresa encontrarte en un evento de esta magnitud. Aunque, claro... tu nombre abre puertas en cualquier parte del mundo.
Enid se incorporó apenas, con una sonrisa elegante que ocultaba la tensión en sus ojos.
—Viktor. No es sorpresa verte aquí. Vladslavia siempre ha sido un terreno fértil para los carroñeros.
Una carcajada seca escapó de los labios de Viktor.
—Qué afilada sigues siendo. Aunque te diré algo... no todos tienen el talento de convertir ruinas en imperios. Esa es una habilidad que pocos compartimos.
—Imperios... —replicó Enid, con voz suave pero firme—. Los tuyos siempre huelen a cenizas y sangre. El mío, al menos, todavía inspira confianza.
La mesa se tensó con ese intercambio, un duelo verbal de clase alta que dejaba claro que ambos jugaban en la misma liga.
Fue entonces cuando Darem dio un paso adelante, con la sombra de una sonrisa torcida.
—Ya basta de cortesías. —Su mirada se clavó directamente en Fénix—. No puedo evitarlo... es verte y sentir un impulso en la sangre. Como si mi cuerpo me obligara a matarte aquí mismo.
Fénix, que había permanecido en silencio, levantó la vista lentamente. Su expresión era dura, y en sus ojos brillaba una chispa peligrosa.
—Ese impulso es mutuo. Crees que la muerte nos separa, pero lo único que hace es encadenarnos. Cada vez que respiro, sé que es a ti a quien debo arrancar la vida.
El ambiente se quebró como un cristal bajo presión. Lucian y Marcus se tensaron, listos para intervenir, mientras Vanessa mantenía la mirada fija, casi expectante.
Darem inclinó la cabeza, disfrutando del momento.
—He esperado demasiado por esto. Imagino tu cuello entre mis manos... imagino tu sangre en mi bayoneta.
Fénix sonrió, aunque era una sonrisa oscura, quebrada. Su mano descendió despacio hacia su chaqueta, rozando la culata del arma escondida.
—Hazlo. Dame una sola razón y juro que no dejaré ni tus huesos para enterrarte.
Al mismo tiempo, Darem introdujo su mano en el abrigo, los dedos rozando la empuñadura de su bayoneta.
"Míralo. Aún roto, sigue teniendo esa mirada. Esa maldita mirada que no se apaga. ¿Por qué no puedo matarlo ahora mismo? ¿Qué me retiene?" —pensaba Darem, saboreando cada segundo de tensión.
"Lo quiero muerto. Aquí, ahora. No me importa el lugar, ni la gente mirando. Solo quiero escuchar el sonido de su último aliento. Maldito bastardo..." —rugía Fénix en su mente, conteniendo el impulso de desenfundar.
La tensión se volvió insoportable. Fue Enid quien rompió el filo del instante, posando una mano firme sobre el brazo de Fénix.
—No —susurró, con voz baja pero implacable—. No es el momento.
La atmósfera de la fiesta seguía vibrando con los ecos de aquel cruce feroz. El silencio que había nacido en torno a la mesa todavía pesaba, los murmullos de la gente cercana apenas osaban resurgir. Fénix mantenía su mano aún cerca de la chaqueta, como si el arma siguiera ardiendo en su interior, reclamando ser desenfundada. Sus ojos clavados en Darem eran fuego contenido, y en su mente la idea del enfrentamiento seguía quemando como un hierro al rojo.
Fénix exhaló con dureza y, sin apartar la mirada, gruñó:
—No es el momento, Darem... pero créeme... llegará.
La sonrisa torcida del hombre de la bayoneta se ensanchó, como si aquella declaración le resultara deliciosa. Con voz ronca, casi divertida, contestó:
—Eso es lo que espero, Fénix. Tarde o temprano, uno de los dos dejará de respirar. Y cuando llegue ese instante, no habrá testigos, no habrá máscaras, solo sangre.
Hubo un destello extraño en sus ojos, una chispa de respeto. Una reverencia oscura entre depredadores. Como si reconocieran mutuamente que no había nadie más en el mundo que pudiera ponerlos a prueba de esa manera.
Darem dio un paso atrás, pero no antes de dejar su despedida envenenada:
—No tardes demasiado... no me gusta esperar.