Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 74 : Padre e hijo

CAPÍTULO 74 : Padre e hijo

La música volvió a sonar, los meseros retomaron su rutina y las conversaciones se forzaron a continuar, como si nada hubiera pasado. Pero aquel ambiente festivo ya no era el mismo. La tensión flotaba en el aire como un veneno invisible, y las miradas furtivas se clavaban en la figura destrozada de Fénix, aún de pie junto a la fuente rota.

Enid fue la primera en acercarse, seguida de Marcus, Vanessa y Lucian. Todos mantenían la misma expresión: entre preocupación y desconcierto.

—Fénix... —susurró Enid, posando una mano en su hombro, notando el temblor de su cuerpo.

El joven Lycan respiraba entrecortado, cada inhalación era un recordatorio del dolor que le había dejado aquel intercambio. Con una mueca de amargura, intentó recomponerse, pero la sangre en sus labios y la muñeca colgante delataban su estado.

—No pensé... —murmuró con la voz ronca, levantando la mirada hacia ellos—. No pensé que mi padre resultara ser... un maldito patán.

Marcus lo miró fijo, entre apretando la mandíbula y conteniendo su propia rabia. Vanessa bajó la vista, incómoda por la crudeza del momento. Fénix, sin embargo, no se detuvo:

—Ese cabrón no es un padre. ¡Es un monstruo con forma humana! —gruñó, escupiendo al suelo mientras se llevaba la mano al estómago adolorido—. Me mira como si yo fuera un juguete roto... como si no valiera nada.

Su respiración se aceleró y el dolor se mezcló con la furia. Se encogió levemente, como si su propio cuerpo se rebelara contra él, y añadió con un tono más bajo, casi confesional:
—Y lo peor de todo... es que lo admito... sentí miedo. Una maldita sensación de que me aplastaba solo con existir. Su presencia... —cerró los ojos, recordando el peso de aquella aura—. Es más fuerte que la de Adán. Incluso más oscura.

Un silencio se apoderó del grupo. Las palabras de Fénix habían arrancado una verdad cruda que ninguno quería aceptar: si Adán había sido una pesadilla, Azazael era algo más, algo que estaba más allá de los límites de lo comprensible.

Lucian fue quien rompió la tensión. El más serio del grupo se inclinó hacia Fénix, apoyando una mano firme sobre su hombro. Sus ojos grises lo atravesaron con gravedad.

—No hay peor cosa en este mundo —dijo con voz baja, grave, como si citara una ley universal— que un padre enojado cuando su propio hijo le falta al respeto.

Fénix lo miró, con el ceño fruncido, como si aquella frase lo hiriera más que cualquier golpe. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, recordando cómo Azazael lo había humillado en cuestión de segundos.

Marcus entrecerró los ojos, cruzando los brazos.
—Lucian tiene razón... —murmuró—. Ese hombre no es alguien con quien quieras jugar. Y menos si lleva tu misma sangre.

Fénix apretó los dientes, conteniendo una mezcla de rabia y vulnerabilidad. Se dejó caer en la silla de la mesa, con las manos temblando todavía, mientras Enid se mantenía a su lado, sin apartar la vista de él, tratando de sostenerlo emocionalmente en ese mar de sombras.

La fiesta seguía en apariencia, pero para ellos todo había cambiado.

La luna llena bañaba las calles empedradas de Vladslavia con un brillo pálido y frío. La fiesta quedaba atrás, todavía resonando con música y risas forzadas, pero Azazael caminaba sin prisa, con los hombros erguidos y una sonrisa amplia marcada en su rostro. Sus pasos eran pesados, firmes, como si cada pisada dejara una huella invisible en la tierra.

Sus ojos reptilianos destellaban bajo la luz lunar, reflejando un extraño fulgor entre fiero y satisfecho.

"Parece que encontré a uno de mis hijos..." pensó, con cierta diversión que se mezclaba con un orgullo extraño.
"Ese crío... tiene mis ojos, mi fuerza... aunque todavía está verde, frágil. No puede siquiera resistir un golpe sin romperse como vidrio."

Se llevó una mano al mentón, rascándose con lentitud mientras la sonrisa se ensanchaba.
"Quizá fui demasiado duro..." admitió en silencio, riéndose para sí mismo—. "Una nalgada y un par de golpes, y ya estaba llorando como cachorro. No es su culpa, al fin y al cabo... nunca tuvo a su padre para forjarlo."

Azazael detuvo el paso, alzando la mirada hacia la luna. El aire nocturno era frío, pero en su pecho ardía una calidez distinta, un sentimiento extraño para alguien como él.

"Tal vez debería invitarlo a cenar..." reflexionó, divertido, como si aquella idea fuera una ocurrencia absurda pero placentera—. "Padre e hijo, frente a frente. No como enemigos, sino... como sangre. Podría enseñarle lo que significa ser un verdadero Roger. No esas tonterías que aprendió con humanos y falsos maestros."

Durante un instante, sus ojos brillaron con un destello casi paternal, extraño en un monstruo de su talla.

"Ese mocoso me negó, me insultó... pero lo entiendo. Es joven. Cree que la fuerza basta para desafiarme. Ya aprenderá. Le guste o no, lleva mi sangre. Y yo no abandono a los míos. Nunca."

Azazael rió suavemente, una carcajada ronca que retumbó en la calle vacía.
—Sí, hijo... tarde o temprano entenderás quién soy. Y entonces... tal vez me des la mano en lugar de la espalda.

Con una sonrisa más tranquila, retomó su camino, como un gigante satisfecho que había encontrado un nuevo propósito en medio de la guerra silenciosa que se cernía sobre Vladslavia.

La medianoche había caído sobre Vladslavia. La música de la fiesta ya era solo un eco distante que se apagaba en los rincones de la ciudad, mientras en la casa presidencial reinaba un silencio solemne.

En el último piso, dentro de un despacho amplio de madera oscura, César Halberg permanecía sentado frente a su escritorio. Una lámpara de cristal derramaba un halo dorado sobre los montones de papeles y contratos que lo rodeaban. Su rostro, joven pero marcado por la ambición, se mantenía serio, con la pluma descansando entre sus dedos.




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