CAPÍTULO 76 : El restaurante imperial
El Restaurante Imperial brillaba como un palacio en el corazón de Vladslavia. Candelabros de cristal, mármol blanco y columnas doradas lo convertían en un templo del exceso. Mesas vestidas con manteles de seda, copas de cristal tallado y un ambiente tan refinado que parecía sacado de otro tiempo.
Fénix entró con paso firme, aunque en su interior ardía la incomodidad. Vestía un saco negro impecable, una camisa blanca abierta en el cuello, sin corbata. El brillo de las lámparas se reflejaba en sus ojos, que no dejaban de observar todo con cierto recelo.
Un mozo de guantes blancos se inclinó ligeramente.
—Señor Roger, lo están esperando. Sígame, por favor.
Fénix apretó la mandíbula y asintió en silencio. Caminó tras el hombre por pasillos alfombrados, subiendo en un ascensor privado hasta el piso 24, reservado solo para los huéspedes más exclusivos.
Cuando las puertas se abrieron, lo primero que vio fue una mesa larga junto al ventanal, que ofrecía una vista completa de Vladslavia iluminada por miles de luces. Y allí, de pie, con una presencia que llenaba la sala incluso antes de que hablara, estaba Azazael.
Vestía elegante: un traje oscuro perfectamente entallado, camisa roja que destacaba contra su piel curtida, el cabello recogido hacia atrás con naturalidad. Sonreía con una calma peligrosa, como un depredador que juega con su presa antes de devorarla.
—Llegas puntual —dijo Azazael, con una voz profunda que vibraba en las paredes.
Fénix no respondió. Caminó hasta la mesa, se sentó con rigidez y clavó la mirada en el mantel como si cada hilo bordado le resultara más interesante que el hombre frente a él.
Azazael se acomodó en su silla, cruzó los brazos y dejó escapar una risa grave.
—¿Sabes? No me gusta mucho este tipo de lugares, demasiado... delicados para mi gusto. Pero pensé que sería apropiado. Cena entre padre e hijo. —Se inclinó hacia adelante, con los ojos brillando—. Quiero conocerte, Fénix.
Fénix alzó la vista apenas, sus labios tensos.
—...
Ese silencio fue su respuesta.
Azazael lo observó un instante, sin perder la sonrisa.
—Eres igual que yo cuando era joven. Orgulloso, testarudo... y con un fuego en la sangre que quema aunque intentes apagarlo.
Fénix apretó el puño bajo la mesa, intentando contener la rabia. Apenas murmuró:
—No somos iguales.
El mozo sirvió vino en copas de cristal, dejando una botella carísima sobre la mesa antes de retirarse en silencio. Azazael tomó la suya con calma, girando el líquido rojo oscuro como si evaluara su peso.
—Debo admitir algo —dijo al fin, con una media sonrisa—. Tienes estilo, Fénix. No cualquiera se planta en un lugar como este con tanta presencia. —Lo miró de arriba abajo con un gesto casi paternal—. Te vistes bien.
Fénix se limitó a dar un sorbo a su copa, sin mostrar emoción alguna.
—...
Azazael arqueó una ceja, divertido por la frialdad.
—Siempre tan serio, ¿eh? Bien... quiero saber de ti. —Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en la mesa—. ¿Qué haces cuando no estás cazando o trabajando para Enid Corp? ¿Tienes pasatiempos? ¿Algo que te apasione?
Fénix bajó la copa y habló con voz seca:
—Trabajo. Entreno. Duermo. Y repito.
Azazael dejó escapar una carcajada breve, que resonó como un trueno.
—¡Esa es buena! Eso sí que es dedicación... aunque suena a vida aburrida.
Fénix no reaccionó. Su mirada estaba fija en el plato vacío frente a él, como si cada palabra de Azazael fuera un peso extra que prefería ignorar.
El silencio se alargó unos segundos hasta que Azazael volvió a hablar, con un brillo curioso en los ojos.
—Dime algo... ¿por qué viniste sin corbata? En un lugar como este, cualquiera pensaría que te faltaba un detalle.
Fénix alzó la vista, finalmente cruzando la mirada con él.
—Porque Enid me lo recomendó. —Sus labios se tensaron en una sonrisa seca, más por ironía que por afecto—. Me dijo que me vería mejor así.
Azazael soltó una risa grave, inclinando la cabeza hacia atrás.
—Veo que escuchas a tu mujer. Eso es bueno... aunque me gustaría que de vez en cuando escucharas también a tu padre.
—¿Sabes qué es lo que no entiendo? —empezó con voz baja, pero firme—. ¿Cómo demonios puedes aparecer ahora, después de tantos años? ¿Después de haberme dejado crecer sin un padre, sin siquiera un maldito nombre? ¿Con qué cara vienes a buscarme como si nada?
Azazael lo observaba en silencio, con una sonrisa apenas dibujada en los labios.
—Me crié con el desprecio de un pueblo entero, con mi madre rompiéndose la espalda para que yo y mi hermano pudiéramos sobrevivir —continuó Fénix, golpeando la mesa con el puño—. Y ahora vienes a hacerte el padre interesado. Eres un hipócrita. ¡Un monstruo que solo piensa en sí mismo!
Azazael soltó una carcajada profunda, que retumbó como si viniera del fondo de la tierra.
—¡Eso! Eso es lo que quería escuchar... la rabia en tu voz. El fuego en tus palabras. —Se inclinó hacia adelante—. Me culpas por tu miseria, pero mírate... te convertiste en alguien fuerte gracias a ese odio. Y eso, hijo, me lo debes a mí.
Fénix no lo soportó más. Tomó su copa y, en un movimiento brusco, la lanzó directo al rostro de Azazael. El vino rojo lo empapó, manchando su camisa y su abrigo elegante. El silencio en el piso 24 fue absoluto; incluso los mozos, petrificados, dejaron de moverse.
Azazael se pasó lentamente una mano por la cara, retirando las gotas de vino. Su sonrisa había desaparecido. Se enderezó en la silla, y de pronto, su presencia llenó el aire como un peso invisible que aplastaba a cualquiera que osara mirarlo.
—Te lo permitiré esta vez —dijo con voz grave, cada palabra arrastrándose como un trueno contenido—. Porque entiendo que estás cegado por la emoción. Pero escucha bien, Fénix... no habrá una segunda vez. No toleraré otra falta de respeto.