Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 78 : Padre vs hijo-1

CAPÍTULO 78 : Padre vs hijo-1

Fénix rugió desde lo más profundo de su pecho y se lanzó al ataque con toda la furia que le quedaba. Cada músculo, cada fibra de su ser ardía de rabia y dolor.

Azazael no se movió hasta el último segundo. Cuando su hijo estuvo lo suficientemente cerca, extendió el brazo y descargó un único puñetazo en seco contra su pecho.

El sonido fue brutal.

El impacto hundió el tórax de Fénix por un instante, arrancándole todo el aire de los pulmones. Sus ojos se pusieron en blanco al mismo tiempo que un silencio sepulcral cayó sobre la multitud.

Fénix se desplomó al suelo, inmóvil.

En su mente, todo se volvió oscuridad. Sintió como si cayera en un abismo infinito, rodeado de vacío, sin nada a lo que aferrarse. La sensación de frío lo consumía, mientras la voz de su propia conciencia se apagaba.

—¿Este es... mi final? —susurró en su mente, hundiéndose más y más en la nada.

Azazael, de pie frente al cuerpo sin vida, se agachó lentamente y posó dos dedos en el cuello de su hijo. Nada. Ni un solo latido.

El titán permaneció en silencio un momento, observándolo con esos ojos que no mostraban pena, sino una certeza implacable.

—No es tan fácil, Fénix. —murmuró, colocando su mano sobre el pecho de su hijo—. Tú no te vas a morir así... no mientras yo esté aquí.

De repente, Azazael descargó un golpe seco con el puño abierto directamente sobre el corazón de Fénix. El impacto hizo vibrar el suelo bajo ellos.

El cuerpo de Fénix se arqueó bruscamente, sus ojos aún en blanco, hasta que un latido retumbó dentro de su pecho como un tambor de guerra. El aire regresó a sus pulmones en un jadeo doloroso y ensordecedor.

—¡AHHH! —Fénix gritó, respirando con desesperación, sudor y sangre corriendo por su rostro.

Su mirada se alzó hacia Azazael, incrédula, con un terror mezclado con algo que nunca había querido aceptar: dependencia.

—¿Qué… qué demonios hiciste? —jadeó, con la voz rota.

Azazael sonrió de lado, imponente, su sombra abarcando todo el cuerpo de su hijo.

—Te devolví la vida, mocoso. —su voz fue grave, casi paternal, pero también intimidante—. Y no lo olvides nunca: tu corazón late porque yo lo decidí.

El silencio de la multitud era absoluto, y Fénix, temblando en el suelo, apenas podía creer lo que acababa de vivir.

El salón principal del hotel más lujoso de Vladslavia estaba abarrotado. Hombres de negocios, políticos extranjeros, nobles y figuras influyentes del bajo mundo se habían congregado frente a la inmensa pantalla que colgaba del centro del salón. El murmullo era ensordecedor, una mezcla de emoción y tensión.

En la pantalla se transmitía, en directo, la pelea entre Azazael y Fénix. El hijo y el padre, colosos enfrentados, con un círculo humano a su alrededor en las calles de la ciudad.

Lucian, Vanessa y Marcus ocupaban la primera fila, justo frente a la pantalla. Ninguno pestañeaba.

—Míralo... —susurró Vanessa, con la voz temblorosa—. Da igual dónde esté, da igual con quién... Fénix siempre termina en medio de un maldito infierno.

Marcus, con los brazos cruzados, clavaba la mirada en cada movimiento de la pelea. El impacto del golpe en el pecho de Azazael, el colapso de Fénix y su aparente muerte, habían hecho que la sala entera contuviera la respiración.

—Ese idiota... —dijo Marcus entre dientes, con un tono que mezclaba rabia y respeto—. Meta donde se meta, siempre acaba al borde de la tumba.

Lucian, que había permanecido en silencio, inclinó la cabeza hacia adelante, los ojos fijos en la imagen del joven que yacía inmóvil en la calle. Cuando Fénix jadeó y volvió a la vida tras el golpe de su padre, Lucian soltó una risa seca, nerviosa.

—No sé qué demonios es más aterrador... —comentó con cinismo—, si la bestia que tiene delante o la suerte endemoniada que lo mantiene con vida.

La multitud en el salón explotó en aplausos, gritos y vítores. No les importaba la desesperación del hijo ni la crueldad del padre; lo único que veían era un espectáculo.

Marcus apretó los puños con furia.

—Esto no es un espectáculo —dijo en voz baja, apenas audible, aunque con el tono de quien lucha contra su propia impotencia—. Es mi hermano de armas ahí fuera...

Lucian giró el rostro hacia él, y por primera vez, sin una pizca de sarcasmo, murmuró:

—Y si sobrevive a esto... dejará de ser el mismo.

La pantalla seguía mostrando a Fénix de rodillas, temblando, mientras Azazael lo observaba como si fuera un juguete roto que aún tenía valor.

El vapor todavía llenaba la habitación cuando Enid salió de la ducha, envuelta en una toalla blanca. El espejo estaba empañado y el eco del agua aún caía de las paredes. Se pasó los dedos por el cabello mojado y suspiró, dejando caer la toalla sobre la cama mientras buscaba ropa.

—Tsk... —murmuró en voz baja, con una sonrisa cansada—. No es lo mismo bañarse sola... ya me acostumbré demasiado a sus bromas y a cómo siempre termina metiéndose conmigo bajo el agua.

Se quedó un instante en silencio, con una mueca que mezclaba ternura y vacío. Apretó los labios, disimulando el sentimiento de soledad que le pesaba en el pecho.

De pronto, el teléfono de la habitación sonó con fuerza. Enid, sorprendida, lo tomó de inmediato.

—¿Sí? —respondió con firmeza.

—Enid... —la voz de Lucian estaba cargada de nerviosismo, casi al borde de quebrarse—. Tienes que encender la televisión. ¡Ahora! Están transmitiendo... están transmitiendo una pelea.

—¿Qué pelea? —preguntó ella, frunciendo el ceño, aunque en el fondo ya presentía la respuesta.

—Tu chico. Fénix... está en las calles, luchando contra ese monstruo. Contra su padre. ¡Lo están pasando en todas las pantallas de Vladslavia!

El corazón de Enid dio un vuelco brutal.

—¡¿Qué has dicho?! —gritó, incapaz de contenerse.

La presión de su agarre fue tanta que el auricular crujió en su mano, y en un segundo el teléfono entero se partió, destrozado por la fuerza de su rabia. Los trozos de plástico y metal cayeron al suelo, dejando un silencio ensordecedor en la habitación.




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