Code Fénix Maximum

CAPÍTULO 84 : Un nuevo comienzo

CAPÍTULO 84 : Un nuevo comienzo

En el pueblo, al amanecer del día siguiente, Karolus caminaba decidido con un pequeño ramo de flores frescas que había recogido en el camino. Su paso era firme, aunque por dentro sentía una mezcla de nervios y expectación. Había tomado la resolución de ver a Elizabeth y entregarle aquellas flores, gesto sencillo pero cargado de significado para él.

La casa de los Von Hohenfels se alzaba con su aire campestre y cálido. En la entrada, una mujer de cabellos entrecanos, con un delantal limpio y un gesto amable, estaba barriendo el porche. Era la partera del pueblo, que había ayudado a nacer a más de una generación.

Al ver llegar a Karolus, lo miró con curiosidad y se detuvo.

—¿Y usted quién es, joven? —preguntó con voz dulce pero firme, ladeando la cabeza.

Karolus tragó saliva, incómodo, y alzó las flores.
—Eh… soy Karolus… venía a preguntar por Elizabeth.

La mujer lo observó de arriba abajo y soltó una risita llena de cariño.
—¡Karolus! No me lo puedo creer. ¿De verdad eres tú? —se llevó una mano al pecho y negó con la cabeza—. Pero si yo te vi nacer con estos mismos ojos. ¡Cómo ha pasado el tiempo!

El joven se quedó algo avergonzado, rascándose la nuca.
—Bueno… supongo que uno cambia con los años.

—¡Vaya que sí! —respondió ella con un brillo afectuoso en la mirada—. Y mírate, hecho todo un hombre, y además trayendo flores. ¡Qué detalle más bonito!

Karolus sonrió con timidez, desviando un poco la vista.
—Entonces… ¿Elizabeth está en casa?

La partera dejó la escoba apoyada y asintió con entusiasmo.
—Por supuesto, hijo. Espérame aquí, voy a llamarla.

Con pasos ágiles, la mujer entró a la vivienda, dejando tras de sí el aroma de pan recién horneado que impregnaba el ambiente. Antes de desaparecer por el umbral, volvió la cabeza y dijo:
—Qué alegría me da verte, Karolus. No todos los días regresa alguien a quien una sostuvo en brazos siendo apenas un recién nacido.

Luego su voz se perdió dentro de la casa, llamando con cariño a su hija:
—¡Elizabeth! ¡Ven, que tienes visita!

Karolus respiró hondo, ajustándose el cuello de la chaqueta y mirando las flores en sus manos, mientras sentía cómo su corazón latía con fuerza.

Horas después, Karolus y Elizabeth caminaban juntos por el pequeño pueblo. La tarde caía lentamente y el cielo se teñía de tonos anaranjados y violetas. Habían pasado el día conversando, riendo y recordando momentos de la infancia que, aunque difusos, aún se mantenían vivos en algún rincón de sus memorias.

Sentados en una banca frente a la plaza, Karolus sostenía el ramo ya un poco marchito en sus manos, mientras Elizabeth jugueteaba con una de las flores.

—No puedo creer que hayas venido hasta aquí —dijo ella con una sonrisa suave, mirándole de reojo.
—No podía quedarme sin verte —respondió Karolus, algo serio pero con un brillo cálido en los ojos—. Han pasado los años, Elizabeth, y aun así… aquí estás.

Elizabeth bajó la mirada, sonrojada.
—Sigues igual de directo que cuando éramos pequeños.

Karolus soltó una leve risa.
—Tal vez… pero ahora tengo más motivos para serlo.

Ella alzó la flor y le tocó suavemente la nariz con el tallo.
—Tonto…

El viento de la tarde los envolvió en un silencio cómodo. No necesitaban más palabras. Aquella tarde selló el inicio de algo nuevo entre ambos.

Doce años después

La vieja casa de campo de los Von Hohenfels ahora rebosaba vida. La risa de un niño resonaba por los pasillos. Karolus, algo más maduro y con el cabello ya mostrando leves destellos plateados, cargaba a su hijo mayor en brazos: Karick Roger, un niño inquieto de ocho años con la misma sonrisa pícara que su padre.

En la sala, Elizabeth, con su vientre ya abultado, estaba sentada tejiendo mientras miraba con ternura la escena.

—Karick, bájate ya de tu padre que no es un caballo —dijo ella, aunque con dulzura en la voz.
—¡Pero mamá, papá sí quiere! —respondió el niño riendo.

Karolus dejó al pequeño en el suelo y se sentó junto a Elizabeth, tomándole la mano.
—¿Sabes? Estuve pensando en el nombre del que viene en camino.

Elizabeth arqueó una ceja.
—¿Ah, sí? Sorpréndeme.

Karolus sonrió con aire confiado.
—A ver… ¿qué te parece Wilhelm? Es un nombre fuerte.

—No. —Elizabeth negó con la cabeza y siguió tejiendo.

—Bueno… ¿y si le ponemos Magnus? —propuso él, con un leve gesto teatral.
—Tampoco. Muy pesado. —respondió ella sin mirarlo.

—Está bien… ¿y qué tal Adrian? Suena elegante.
—No, no me convence. —dijo ella encogiéndose de hombros.

Karolus suspiró, llevándose la mano a la frente.
—Elizabeth, me estás rechazando todos los nombres.

Ella finalmente dejó la labor de lado y lo miró con ternura.
—Porque ninguno encaja.

Karolus frunció el ceño en gesto juguetón.
—¿Y entonces? ¿Cuál sí?

Elizabeth apoyó su mano sobre su vientre y sonrió, serena pero firme.
—Se llamará Fénix Roger.

El silencio se llenó de un significado profundo. Karolus la miró sorprendido, como si no lo esperara, pero al instante comprendió.

—Fénix… —repitió en voz baja—. Renacer, fuerza en la adversidad…
—Exacto —afirmó ella—. Ese será su nombre.

Karolus tomó la mano de Elizabeth y la besó suavemente.
—Entonces así será. Nuestro segundo hijo se llamará Fénix Roger.

Karick, que escuchaba con atención desde el suelo, interrumpió levantando la mano como si fuera un maestro en clase.
—¿Y yo qué? Yo también quiero opinar.

Elizabeth y Karolus estallaron en risa, y la casa volvió a llenarse de aquella calidez que solo una familia podía otorgar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.